Sustentar a las familias cada vez exige más años de trabajo
Rosa y cómo vender golosinas a los 67 para sobrevivir en Tarija
El sol quema y pega fuerte en una caseta ploma ubicada afuera de la terminal de buses de Tarija. En un espacio reducido descansa doña Rosa, quien a sus 67 años vende golosinas, pues aún de ella depende su familia



El sol pega y quema fuerte en una de las casetas plomas ubicadas a las afueras de la terminal de buses de Tarija. En un espacio rectangular de metro y medio de ancho y largo, cubierto en algunos espacios por plastofor para que sea más fresco, descansa dentro doña Rosa Lamas, quien a sus 67 años se levanta todas las mañanas a vender golosinas, pues aún de ella dependen dos hijas, una nieta y la olla diaria de alimentos.
La manera en la que logra acomodar tantas golosinas y además meterse ella dentro de un espacio tan pequeño llama la atención. A su mano derecha un estante se encuentra soldado a la caseta, allí se observa papel higiénico, yurex, cepillos de dientes y hasta rasuradoras. Ya en la base, se ven caramelos, cereales y cigarros. En el suelo, una conservadora azul contiene aguas y gaseosas, casi ya en sus pies, un bote de alcohol y su almuerzo.
Sus manos y su rostro responden a un color moreno intenso, que a simple vista es posible deducir que es fruto de quemaduras de sol. Con una pollera larga y una gorra en la cabeza, afirma ya estar acostumbrada a ese trabajo, al calor intenso y al frío, pues ya casi 40 años es vendedora de caramelos.
La anciana no deja de ser madre
Rosa Lamas es de Tupiza. Como muchos migrantes, dejó las minas del norte para buscar un futuro en el sur. Su llegada fue paralela a un hecho dramático que marcó en 1982 la hiperinflación y devaluación de la moneda boliviana. Aún recuerda que días antes de que los billetes quedaran sin valor adquisitivo ella, junto a su esposo y sus tres hijos recibieron la liquidación de su trabajo minero. Una maleta de plata, que según afirma alcanzaba para comprar una casa, “eran como 80.000 bolivianos, eso después de una noche, solo alcanzó para comprar una garrafa”.
Vivir con su suegra, le era imposible, una vez perdido el dinero y el trabajo, llegó a sus 30 años en un camión de verduras a Tarija. La tranca era cerca a lo que hoy es el Mercado Campesino, no había casas y tampoco asfalto. Lo que hoy es la exterminal de buses, era el lugar más concurrido de la ciudad, aunque solo existían como dos o tres flotas viejas que realizaban viajes a La Paz, según relata.
Sin descanso La pobreza y el olvido es el principal factor por el que ancianos trabajan hasta morir en Bolivia.
Con tres hijos su vida no fue fácil, incluso para alquilar piezas no era candidata, pues cargar con tantos niños desanimaba a los arrenderos. En las afueras de la ciudad, y lo que hoy es la avenida Circunvalación, logró conseguir un cuarto para su familia, pagaba 50 bolivianos al mes, pero no tenía agua ni luz.
Su esposo encontró trabajo de perforista cuando se construía la represa San Jacinto, más Rosa, tenía como tres empleos por horas, lavaba ropa, vendía rellenos y hasta era jardinera. Un día, animada por su cuñada y buscando un empleo más estable llegó con su canasta de caramelos hasta la terminal.
No pasaron muchos días y las peleas comenzaron, vendedoras que ya tenían puesto dentro de la infraestructura la votaban sin contemplaciones, con agua y hasta con empujones, pese a ello, más ambulantes llegaron. También les tocó enfrentarse a la Intendencia Municipal, allí siempre perdieron.
Fueron años los que le costó lograr poner un carrito al frente de las flotas. Ese kiosko representó el sustento de toda familia, tras el diagnóstico de silicosis de su esposo. Sus pulmones estaban dañados y Rosa esta vez no pudo pelear, solo tomar el lugar que éste dejaba al fallecer.
Vendiendo caramelos y con todas las privaciones del caso logró que uno de sus hijos, el mayor se graduara de arquitecto, sin embargo, a más de 8 años aún éste no encuentra un trabajo permanente, solo eventual. Su segunda hija murió enferma de tiroides, dejando una bebé de meses, quien ahora tiene 11 años y es criada por Rosa. Su tercera hija es casada, más las dos últimas, que le nacieron en Tarija, aún estudian en la universidad.
Ella por su edad recoge la Renta Dignidad, que sumada a la jubilación que le dejó su marido se hacen como 900 bolivianos al mes, que, dividido entre ella, sus dos hijas y su nieta no es suficiente, pues no solo debe pensar en la comida, sino también en los estudios, facturas de agua y hasta los impuestos de su casa.
La necesidad es el principal motivo que la empuja a levantarse cada mañana, cocinar su almuerzo, tomar dos micros para llegar a la terminal y permanecer allí hasta 12 horas. Algunas veces se duerme en la caseta y otras hasta parece olvidar que ya tiene 67 años.
Rosa afirma que otros ancianos trabajan para no aburrirse, pero ese no es su caso, “mis wawas necesitan”, dice y esa parece ser su excusa y su pena.
El Apunte
Adultas mayores se dedican a 3 actividades económicas en Tarija
De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística (INE), la mayor cantidad de mujeres adultas mayores en el departamento de Tarija se concentra en tres actividades económicas que realizan para sobrevivir. Unas 2.758 mujeres trabajan en la agricultura en el área rural, 2.580 mujeres trabajan en el comercio informal y 663 de éstas se dedican a brindar servicios de alojamiento, alquileres y comida.
En el caso de los hombres adultos mayores los tres rubros a los que más se dedican según el INE son: la agricultura con 6.912 abuelos, la construcción con 1.436 y el comercio informal y arreglo de vehículos concentra el trabajo de 1.226 ancianos.