El correo y el telégrafo en la historia de Tarija
En tiempos en los que no existía Internet, Tarija para muchos, era más feliz, pues la sencillez se respiraba en cada esquina y se traducía en el olor a pan fresco saliendo de las casas, en las puertas abiertas sin temor a ladrones y en los niños jugando en las tranquilas calles. Pero también...
En tiempos en los que no existía Internet, Tarija para muchos, era más feliz, pues la sencillez se respiraba en cada esquina y se traducía en el olor a pan fresco saliendo de las casas, en las puertas abiertas sin temor a ladrones y en los niños jugando en las tranquilas calles. Pero también en oficinas tan icónicas y sencillas como la de Correos.
Cuentan que en los años 30 ésta funcionaba en la casa particular de la señora Carolina Pantoja, a media cuadra de la iglesia Matriz. Consistía en una sala amplia separada por mamparas con barrotes de madera, donde había dos o tres ventanillas para atender al público.
Según recuerda Freddy Gutiérrez de 90 años las casillas se encontraban a un costado y el casillero de cartas frente al público, de manera que las empleadas atendían a las personas teniendo las cartas a la mano.
Un detalle interesante de este servicio consistía en que para hacer saber a la población que había llegado correo, colocaban en la puerta banderas de diferentes colores, así cuando el correo llegaba del norte ponían bandera amarilla, del Chaco verde, de provincias roja y de la Argentina celeste.
De acuerdo al escritor Agustín Morales Durán, en su libro Estampas de Tarija, no había más que fijarse en el color de aquellas banderas para saber la llegada del esperado correo. Gutiérrez añade que en esos tiempos solo del norte y de la Argentina venía el correo en motorizados, en cambio todos los demás todavía lo hacían a la antigua: en mulitas o postillones.
También entre los recuerdos sobrevive una anécdota relacionada con el correo, relatan que existía una viejita, que posiblemente por tener algún familiar lejos, de quien esperaba correspondencia, frecuentaba diariamente el correo para preguntar si éste había llegado, y como los muchachos siempre estaban a la pesca de sobrenombres, le pusieron "ha llega’o el correo". Esto la enojaba muchísimo.
Más tarde, escribe Agustín Morales, que terminada la construcción del “Palacio prefectural” se trasladó allí la administración de Correos, instalándose ya en forma amplia, cómoda y con diferentes secciones para una mejor atención aI público. Pero en cuanto a comunicaciones esto no fue lo único.
Otro de los recuerdos lo protagoniza el telégrafo, este servicio estuvo instalado en la casa particular de la familia Paz Rojas, en la esquina Sucre e Ingavi. También sus instalaciones fueron similares al Correo.
Relata el escritor que para comunicarse con el norte existía una sola línea y otra para el Chaco, aparte habían contactos mediante antiguos teléfonos de manija con las capitales de provincias y algunas que otras poblaciones menores denominadas "estaciones intermedias".
Apunta que un poco antes del año 1935 se instaló una unidad de Comunicaciones militar, posiblemente para aumentar las líneas y mejorar los enlaces principalmente con el Chaco, incluso en esa repartición que tuvo sus instalaciones en una casa y canchón grandes, hicieron su servicio varios jóvenes estudiantes y conocidos de la ciudad.
Pero no todo era “Subdesarrollo y felicidad” como lo comenta el escritor William Bluske en otro libro, pues la gente siempre se quejaba de la tardanza y deficiencia de las comunicaciones, al extremo que los telegramas se entregaban a la misma persona que había anunciado su viaje cuando ya había llegado.
Entre los más antiguos jefes de Distrito, como se llamaba a los superiores del Telégrafo, estaban los señores Asilino Reynoso, Octavio Baldiviezo y Severo Vaca entre los telegrafistas estaban Jesús Gaite, Octavio Sosa, N. Díaz, Arístides Castellanos y otros.
Antiguas encargadas de la atención al público fueron las señoras Susana Agreda, Inés de Colodro y Rosa Nogales, eternos mensajeros "Apiruta" Catoira y "charquina" García.
Los aparatos morse posiblemente de antigua fabricación se escuchaban hasta la calle, de modo que un entendido fácilmente podía conocer los mensajes que se recibían, pero esta situación fue mejorada porque se instalaron años más tarde aparatos más modernos y el trabajo fue intenso, había mucho movimiento de comunicaciones.
Cuentan que en los años 30 ésta funcionaba en la casa particular de la señora Carolina Pantoja, a media cuadra de la iglesia Matriz. Consistía en una sala amplia separada por mamparas con barrotes de madera, donde había dos o tres ventanillas para atender al público.
Según recuerda Freddy Gutiérrez de 90 años las casillas se encontraban a un costado y el casillero de cartas frente al público, de manera que las empleadas atendían a las personas teniendo las cartas a la mano.
Un detalle interesante de este servicio consistía en que para hacer saber a la población que había llegado correo, colocaban en la puerta banderas de diferentes colores, así cuando el correo llegaba del norte ponían bandera amarilla, del Chaco verde, de provincias roja y de la Argentina celeste.
De acuerdo al escritor Agustín Morales Durán, en su libro Estampas de Tarija, no había más que fijarse en el color de aquellas banderas para saber la llegada del esperado correo. Gutiérrez añade que en esos tiempos solo del norte y de la Argentina venía el correo en motorizados, en cambio todos los demás todavía lo hacían a la antigua: en mulitas o postillones.
También entre los recuerdos sobrevive una anécdota relacionada con el correo, relatan que existía una viejita, que posiblemente por tener algún familiar lejos, de quien esperaba correspondencia, frecuentaba diariamente el correo para preguntar si éste había llegado, y como los muchachos siempre estaban a la pesca de sobrenombres, le pusieron "ha llega’o el correo". Esto la enojaba muchísimo.
Más tarde, escribe Agustín Morales, que terminada la construcción del “Palacio prefectural” se trasladó allí la administración de Correos, instalándose ya en forma amplia, cómoda y con diferentes secciones para una mejor atención aI público. Pero en cuanto a comunicaciones esto no fue lo único.
Otro de los recuerdos lo protagoniza el telégrafo, este servicio estuvo instalado en la casa particular de la familia Paz Rojas, en la esquina Sucre e Ingavi. También sus instalaciones fueron similares al Correo.
Relata el escritor que para comunicarse con el norte existía una sola línea y otra para el Chaco, aparte habían contactos mediante antiguos teléfonos de manija con las capitales de provincias y algunas que otras poblaciones menores denominadas "estaciones intermedias".
Apunta que un poco antes del año 1935 se instaló una unidad de Comunicaciones militar, posiblemente para aumentar las líneas y mejorar los enlaces principalmente con el Chaco, incluso en esa repartición que tuvo sus instalaciones en una casa y canchón grandes, hicieron su servicio varios jóvenes estudiantes y conocidos de la ciudad.
Pero no todo era “Subdesarrollo y felicidad” como lo comenta el escritor William Bluske en otro libro, pues la gente siempre se quejaba de la tardanza y deficiencia de las comunicaciones, al extremo que los telegramas se entregaban a la misma persona que había anunciado su viaje cuando ya había llegado.
Entre los más antiguos jefes de Distrito, como se llamaba a los superiores del Telégrafo, estaban los señores Asilino Reynoso, Octavio Baldiviezo y Severo Vaca entre los telegrafistas estaban Jesús Gaite, Octavio Sosa, N. Díaz, Arístides Castellanos y otros.
Antiguas encargadas de la atención al público fueron las señoras Susana Agreda, Inés de Colodro y Rosa Nogales, eternos mensajeros "Apiruta" Catoira y "charquina" García.
Los aparatos morse posiblemente de antigua fabricación se escuchaban hasta la calle, de modo que un entendido fácilmente podía conocer los mensajes que se recibían, pero esta situación fue mejorada porque se instalaron años más tarde aparatos más modernos y el trabajo fue intenso, había mucho movimiento de comunicaciones.