Andrea Ruiz Romero y la pintura como un acto de amor
Entrevista exclusiva con la artista tarijeña mejor conocida como Roiz.



En plena pandemia, Andrea Ruiz Romero ya no aguantaba más su vida laboral. Los ahorros le alcanzaban para vivir cerca de medio año más sin tener que trabajar. Sin tener idea de cómo le iría, se animó a dar el salto al mundo del arte. “Era una necesidad, una urgencia”, recuerda ella en entrevista con Pura Cepa.
Hoy es el último día de su primera exposición individual. Por la bondad de las sincronicidades, la hizo en su ciudad natal, Tarija, en el segundo piso de un conocido restaurante frente a la Plaza Luis de Fuentes y Vargas.
A casi un lustro de distancia, Andrea recuerda su transformación en artista, expone su sensibilidad y reflexiona sobre el mundo del arte. Sobre todo, reivindica su elección por la vitalidad que engendra. Como cada uno de sus cuadros, esta conversación también es un acto de amor.

Pura Cepa (PC). Podemos comenzar por la infancia. ¿Cómo te acercaste a la pintura?
Andrea Ruiz Romero (Roiz). A ver. Puedo recordar de la infancia que me gustaba mucho dibujar y colorear. Organizaba a mis primos para que nos juntemos en casa por las tardes a poner colores, viste, a esos libritos de personajes animados. Siempre conectada con las manos, y al mismo tiempo era muy buena en matemáticas. Entonces, al momento de elegir carreras, opté por arquitectura.

PC. ¿Eres arquitecta?
Roiz. No, estudié el mundo de la arquitectura, del urbanismo y el cálculo, y ahí decidí cambiarme a diseño de interiores, que es más relativo a la obra fina, a lo que se ve finalmente, cómo están iluminadas las cosas, que colores tienen, qué texturas. Y así fue el recorrido y bueno, en la carrera se dibujaba mucho, las perspectivas a color y cosas así, en un momento yo creo que soy de las últimas generaciones que todavía hacíamos plantas a mano y perspectivas a mano, el tema de los renders era una novedad. Pero lo que más disfrutaba era trasladar las ideas directamente a través de mí, la transición de la mente al pulso, al lápiz.

PC. Y en ese mundo, ¿te encontraste con personas, o tu familia, que calificaran tu trabajo como más artístico, menos técnico? ¿Cómo fue esa experiencia para ti?
Roiz. Me aconsejaban seguir con arquitectura porque siendo diseñadora de interiores iba a ser empleada del arquitecto. Con arquitectura iba a tener la caja de herramientas más amplia y quizás tenían razón, pero hoy no sé. Al final vivimos en un mundo en el que cada vez se requiere más la especialización. Hay personas que se dedican a hacer una cosa muy puntual en el ámbito del diseño gráfico, solo digital, solo animación, solo cartel o portadas de discos. Creo que vivimos en un mundo en el que se requieren más las especializaciones, casi obsesivamente.
PC. Claro, sí. En tu caso, ¿cuál fue tu especialidad?
Roiz. Del interiorismo entre al diseño de muebles, y con eso viene el mundo de los tapices, que es alucinante, porque siempre me han llamado la atención las texturas y colores. Mientras estaba trabajando en eso, empiezo a sentir que quiero plasmar en imágenes lo que me gusta. Entré a la Universidad Nacional de las Artes en Buenos Aires a tomar materias que me interesaban, pintura, dibujo, escultura. Después del primer año de carrera, tienes que elegir la orientación que vas a seguir, y por el momento estoy eligiendo la pintura. Me llama mucho la atención la escultura, pero, por el momento, lo que más me llama la atención es el color.

PC. Contaste que la pandemia te hizo comenzar en el arte. ¿Cómo fue el encierro y el encuentro contigo misma?
Roiz. Yo estaba en Panamá, sin la rutina de un trabajo estable. Después ingresé a una empresa conocida que diseña muebles, se llama Talleres Sustentables. Y me encantaba. Era un sueño para mí estar en esa empresa. Al principio fue muy lindo, pero mi trabajo dejó de ser creativo. Estaba, básicamente, en un hermoso local de Palermo atendiendo clientes, y terminé alejándome de lo mío. También estaba estudiando arte y viene la pandemia, y yo ya venía por ahí no muy feliz con el trabajo. Nos encierran, y tenía que seguir haciéndolo desde el encierro, vendiendo online. Y claro, qué estoy esperando, yo quiero pintar, no quiero levantarme sintiendo que tengo que hacer algo. Tengo ganas de despertarme y ponerme a pintar.

PC. Y comenzaste a pintar retratos de personas reales, ¿o salen de tu imaginación? Por ejemplo, ellos, Narciso y Goldmundo.
Roiz. La obra se llama así porque en ese momento estaba leyendo la novela de Hermann Hesse en la que relata la historia de dos amigos muy buenos que son casi opuestos en personalidad. Es muy consciente querer representar hombres que, a mi modo de ver, son bellos. Me parece que no se representa mucho la belleza masculina. Estamos acostumbrados a la belleza femenina en la publicidad, hay más modelos femeninos, en la historia del arte la mujer siempre ha sido un objeto de admiración, de deseo. Por ahí viene la actitud activa, incluso, de representar la mirada del hombre, no solo como un objeto de deseo, sino viendo seres que nos están devolviendo la mirada. Creo que la mirada en mis cuadros es muy potente, les doy un carácter místico, porque son seres conectados con la naturaleza. Yo estoy muy conectada con la naturaleza, y le doy un valor muy grande a nuestra conexión con las plantas y los animales.

PC. ¿Qué hay de esos simbolismos, los tentáculos, los hongos, el pavo real?
Roiz. Es muy interesante, creo que tiene que ver con las personas que he elegido retratar. Hay algo de fondo que he percibido en estas personas y me hizo elegir los elementos que elegí. En el retrato con hongos, intento representar un personaje que está entre dos mundos, y tiene esta dicotomía entre el materialismo, el mundo ejecutivo, el dinero y tal. Y, por otro lado, un corazón sumamente sensible y curioso, más conectado con la naturaleza.

PC. Por lo general, ya que el artista practica con su mismo rostro, transfiere su gesto a lo que pinta. ¿También tienes esa dicotomía?
Roiz. Es una lucha constante. Yo la sentí mucho tiempo como una contradicción. Pero al final es lo que mejor me hizo. Haciendo terapia también me di cuenta de muchas cosas, en distintos momentos. Encasillarse en una sola cosa es muy limitante y creo que somos seres multidimensionales. Vivimos en interacción con un mundo externo, con otras personas y situaciones. Respondemos a las interacciones que tenemos con los demás, entonces no somos una cosa fija. Entonces, es una ayuda aceptarme a mí y a esa dicotomía que, sí, es verdad que la tengo.
PC. ¿Siempre trabajas tus cuadros por series? ¿Es algún criterio que se relacione con la catalogación y el mercado del arte?
Roiz. Sí, trabajo por series. En pleno encierro de la pandemia hice como 24 obras que publiqué en un catálogo para venderlas y se fueron casi todas. Fue mi primera experiencia publicando arte y vendiéndolo. Y sí, llevaba el registro. Hay que seguirle más o menos el hilo a las obras, saber dónde están. Para acceder al mercado del arte hay que acceder a un circuito del arte y parecería que hay que seguir ciertos pasos preestablecidos, desde participar en clínicas de arte, que son espacios en los que se reúne un artista consagrado con otros artistas emergentes para conversar sobre lo que están haciendo, recibir crítica, tener ejercicios disparadores y demás. Es un entorno en el que tienes apoyo para crear cuerpo de obra. No es muy fácil acceder a las clínicas, pero es el primer paso para vincularte. Después de eso, está participar en ferias, y se requiere una inversión grande en el montaje y traslado de obras. No es que te pones a pintar en tu casa y alguien va a tocar la puerta para decirte que quiere vender tu obra. Hoy ayudan muchísimo las redes sociales. De algún modo, puedes tener tu galería disponible al público y comunicar. Pero no es lo mismo que ver los cuadros en vivo, y vincularse físicamente, personalmente, espacialmente, con otros artistas.

PC. ¿Qué es lo que te hace decidir que algo que está en tu emoción, en tu mente, en tu experiencia, termine tomando la forma de un cuadro?
Roiz. Antes de iniciar una sesión de pintura, necesito primero sentarme a respirar y entrar en un estado de calma. Hay cosas que me conectan con el presente, la música, la luz de la sala. Es un momento de soledad, muy mío. Por otro lado, hace poco terminé una escultura, la apoyé en la mesa para mirarla y me pregunté, “¿por qué acabo de hacer lo que hice?”. Mi respuesta fue, “esto es amor”. Es una experiencia espiritual, es algo que necesitaba sacar fuera, y cuando ya está fuera de mí, es una entrega al mundo, una ofrenda a la existencia. No tengo otras palabras. No es ego, no es que quiero hacer algo que trascienda o que la gente sepa quién lo hizo. Es una necesidad y un acto de amor. Los primeros días después de soltar la obra, si alguien me dice que la quiere, yo no la puedo vender. Necesito que pase un tiempo hasta que se termine de desprender de mí, y ya después sí puedo pensar en que circule.
PC. Si viene otra pandemia y vuelves a estar encerrada, ¿con qué otra experiencia latente te encontrarías?
Roiz. Ya me iría a vivir al campo, definitivamente. La pandemia me atrapó en un departamento de menos de 30 metros cuadrados en Buenos Aires, del que salía cada 15 días solo para ir al supermercado. Ahí me di cuenta de lo importante que es tener árboles. No sé, creo que me volvería una asceta que vive en el monte.
