La Adoración de la familia Copas Martínez
Son más de 70 años de tradición en el Barrio El Molino.
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Ya casi son las nueve de la noche del seis de enero y la lluvia no para. La Catedral de San Bernardo está llena de personas que esperan partir en procesión hacia la casa de la familia Copas Martínez en el Barrio El Molino. Ahí será la fiesta.
El Niño Jesús, así como los integrantes de la familia, la banda y muchos otros seguidores, ya están bien enfundados en sus ponchillos de plástico, protegidos con sombrillas, o con la pura resignación. Aunque la lluvia amaina, no se detiene.
El Niño ya está ansioso por llegar al festejo, a compartir buñuelos y deleitarse con la trenzada. Así que la banda entona y los adoradores le siguen el paso por las calles del centro de Tarija, rumbo a la calle Ramón Rojas entre Ingavi y Lamadrid.
En la foto vemos a Don Alberto Copas con su esposa, Matilde Martínez de Copas. Ella, que en paz descanse, recibió al Niño Jesús de manos de Don Vicente, “un abuelito de Potosí”.
Así lo cuenta Celina Bejarano Martínez, su sobrina, una de las anfitrionas. “Aquí hemos empezado la fiesta. Yo me acuerdo desde 1962, cuando tenía 13 años. Nosotros siempre esperábamos el 6 de enero para venir orando desde la iglesia. Los grandes adelante y los chiquitos atrás. Yo, cuando era niña, me gustaba ir por delante”, ríe.
Décadas después, la adoración continúa con otras formas. “Antes sabíamos hacer almuerzo, sabíamos darles el rimpolio, y todas las costumbres que has visto”, comenta Celina a Pura Cepa mientras comanda la preparación de buñuelos y sucumbé en la cocina. “Así se da gracias a la gente, porque han acompañado al Niño”.
Ella siempre fue favorita de su tía, “porque siempre he estado con el Señor. Así que ahora también he venido orando por el camino para que pare la lluvia. Y mira, ha parado”. En su recuerdo, ve a Matilde llorando cada 6 de enero. “Ella tenía alegría, decía que el Niño es lo único que tiene aquí en la vida”.
Matilde Martínez de Copas no tuvo hijos, pero muchas personas gozaron de su cuidado y cariño, y la hicieron su madre. La señora Cristina recuerda: “Mi mamá nos inculcó esta actividad del 6 de enero. No se invita a nadie, solo se lleva al Niño Jesús a la iglesia, y todos los niños que lo conocen vienen acompañados de sus padres. Como ha visto ahora, con semejante lluvia, han venido igual”.
Cristina habla de las casi 150 personas que llenan la cuadra, y no hay uno a quien no le haya tocado empanada, sidra, galleta de champán y sucumbé. Mucho sucumbé. A los niños, por su parte, juguitos y juguetes.
En la calle, dos postes de donde cuelgan las cintas parecieran recordar la presencia de Alberto y Matilde. Debajo de ellos, los niños van arremolinando los colores, jugando en su fiesta. Luego le toca a los mayores, adultos jóvenes que mantienen en la memoria del corazón los cánticos y las figuras de la danza.
Las filas de sillas que a ambos lados de la calle daban sitio a los vecinos se van quedando vacías. Ya compartieron novedades, ya saludaron con sidra y leche picada con singani. Ya presentaron sus respetos al Niño de los Copas Martínez.
La banda que sacudió las calles con sus bronces, y ahora descansa para dar paso a las voces tradicionales de la quenilla y el tambor, también se repliega. La lluvia se detuvo. La familia va guardándose y saciándose con los últimos litros de néctar espumoso, que da la fuerza suficiente para atravesar un año hasta la próxima Adoración.