Fernando Arze y la creación perseverante (Parte 1: el cine)
Primera parte de una entrevista exclusiva con el actor, director y escritor de teatro y cine.
Todavía existía Casa Creart en la casona de la Domingo Paz y Campero, y Fernando Arze estaba de visita para dar un taller de teatro. “Este espacio tiene algo lindo. ¿Quién no quisiera tener un espacio así?”, comentaba a Pura Cepa. Del teatro al cine y de vuelta, ofrecemos una entrevista exclusiva en dos partes, una enfocada en el séptimo arte, y otra en los rudimentos de las tablas. Que sea de provecho.
Pura Cepa (PC). ¿Cómo llegaste a las artes escénicas?
Fernando Arze (FA). Creo que una de las cosas más difíciles que hice en la vida fue decidir estudiar teatro. Tenía 21 años, y estaba en los últimos meses de la carrera de Ingeniería Electrónica, postulando a maestrías. Tomé unos talleres y en una clase nos llevaron a Nueva York a ver once obras en cinco días. Eso me cambió la vida, me revolucionó porque no era una persona que iba al teatro, no estaba asociado con el arte, en general. Tocaba batería, pero en esa época no entendía que puedes hacer varias cosas. Tenía una visión encasillada. Si tocas música, eres músico. Si eres ingeniero, calculas. Así que entré en una mini depresión, y tuve una charla por teléfono con mi madre, ella en Brasil. Le dije que pensaba estudiar teatro. Fue la primera vez que lo puse en palabras, fue un salto al vacío, no sabía hasta esa charla qué es lo que quería hacer. Hablé con el profesor del taller, me dijo, “tienes que audicionar y hacer estas cosas”, así de ignorante era yo con todo eso. Audicioné y entré a una escuela que resultó muy buena. La ingeniería ya no existía para mí. Terminé y esperé tres meses para empezar actuación. Te cuento esto porque no sabía qué iba a hacer. Con ingeniería, después de haber ido a montones de entrevistas de trabajo, me iba pésimo. No tenía perspectivas de trabajo. Tenía muy buenas notas, pero no era un buen ingeniero. Y tampoco sabía qué iba a pasar con la actuación porque había hecho un taller y de repente estaba en la escuela de teatro.
PC. Volviste a empezar. ¿Cómo era la vida de estudiante?
FA. Vivía en un cuartito un mes, en otro al otro mes, no tenía plata, aparte de tener que trabajar aquí y allá, hice montones de trabajos, nunca pensé “¿qué estoy haciendo?”, estaba feliz, era el bicho más feliz del planeta. Me quedaba en la escuela de ocho de la mañana a diez de la noche. Era un nerd del teatro, leía montones de obras, me quedaba en la biblioteca de la escuela y no quería nada más. Sentía que necesitaba aprender rápido, porque los changos eran de 18, 19, yo tenía 22, 23, ya estaba tarde para mí. Ya una vez que te gradúas y entras al mundo real, esa parte romántica desaparece y te das cuenta que todo lo que había pasado con ingeniería también sucede con teatro, tienes que buscar laburo, enfrentarte a gente que es increíblemente buena, mejor que vos, y tienes que buscarte tu espacio. No fue fácil, pero con ingeniería no sentía que tenía las herramientas para hacerlo.
PC. ¿Qué aprendiste haciendo televisión en Brasil?
FA. No quería, pero fui a Brasil para ganar plata. Como en muchos lugares, no hay mucho apoyo financiero para el teatro. Veía distante conseguir personajes interesantes, porque, como en todo lugar, hay etapas y roscas. Pero me empezaron a salir personajes recurrentes. Hacía un buen laburo y al escritor le gustaba, entonces escribía otra escena y volvía. Como no era el protagónico o coprotagónico, nadie me daba mucha bola en dirección. Lo que rescato de haber trabajado en novelas es que es un lugar abiertamente comercial donde tenía que valerme por mí mismo y trabajar mi personaje. Valoraba mucho el trabajo, sabía que era privilegiado por tener ese laburo, porque hay centenas de actores y pocos llegan a ese lugar. Yo tenía que luchar, hacer un buen trabajo, porque no había dirección. Llegabas y te decían, “tú te paras aquí, ¿quién eres? Ah, ya, tu personaje se para aquí, y cuando digas esto, es ahí”. Y el asistente de dirección está viendo en papel lo que el director le ha dicho. Y eso es. “Ok, listo, entran los principales, hola, cómo estás, ok, listos, vamos a grabar, todo el mundo silencio”. Graban. Si fallas, se emputan y no te llaman más. Tengo muchas amigas y amigos a los que les ha pasado eso. Entonces no puedes fallar tu marca. Se filma con tres, cuatro cámaras, la marca es exacta. Aprendí eso. Cuando volví con el mismo personaje en algunos proyectos, me conocían mejor, me saludaban.
PC. Invisible hasta que tienes todo para que te vean en la pantalla.
FA. Y al momento de filmar, esperan que hagas todo bien. Eres la persona más importante en esos segundos, porque es el producto y te hacen sentir realmente importante. Y claro, si hay errores, lo haces de nuevo. Pero el tema es que no haya, que la máquina siga. Lo vi desde lo técnico, aprendí a lidiar con muchos egos y a construir solito mis personajes. Entendí que el trabajo del actor es un trabajo muy solitario. Me gusta eso. No me sentí abandonado ni nada. Por eso me gusta el cine también. El actor es solitario en el trabajo, no es que tienes tres meses de ensayo. Tienes charlas tremendamente profundas con el director, si te toca un personaje principal. Pero si te toca un personaje C, vas a charlar con el direc una vez, y ya está. Qué difícil, qué responsabilidad, porque eres importante.
PC. Es una perspectiva diferente de la que tiene un actor de teatro.
FA. Si, juegas mucho dentro de reglas específicas, tienes marcas mucho más estrictas, y te tienes que permitir jugar dentro de esas marcas. Es un trabajo de comunidad, como el teatro, y es un trabajo mucho más intenso porque no tienes mucho margen para equivocarte. El cine es más impiadoso con el actor. Lo puedes hacer una, dos, tres, cuatro veces, pero no puedes estar equivocándote por siempre. El director puede decir, “la hacemos de nuevo”, pero tú no puedes pedir. En pocas producciones he tenido la chance de que el direc diga, “¿quieres una para vos?” Es un lujo. Pero en teatro, cuando estás ensayando, todo es para el actor. Después vienen las luces, se va incorporando el vestuario. En cine tienes que hacer todo ese juego en media hora, sin ensayos. Y ese reto me encanta. Cuántas veces no estás filmando cuando el sol se está poniendo, la hora mágica. Imagínate si te equivocas, cualquiera, ¿no? Ahí se genera un sentimiento de grupo, “estamos juntos, no nos equivoquemos porque el sol no nos va a esperar”.
PC. ¿Hay nuevos proyectos que vienen para ti, o desde ti, después de ganar el Septimus y el Golden Saint George?
FA. He conocido gente muy interesante en esos lugares. Estoy trabajando con un manager en Colombia, sin embargo, es complicado hacer eso desde Bolivia. Tengo que tomar una decisión, o quedarme o ir a otro lado. Estoy en eso. Cuando se abren las puertas, te obliga a tomar decisiones que no esperabas. Mientras tomo la decisión, estoy con El Coro, una obra de teatro que queremos mover por Bolivia. Voy a dirigir un cortometraje de una amiga italiana, y espero dirigir mi primer largometraje, una película escrita por mí.
PC. ¿Hay spoilers?
FA. Tengo tres guiones que estoy trabajando para vender, no sabría decirte. Cuando salga, prometo que te digo. Se abren puertas, pero no puedes dejar de hacer lo tuyo. Tienes que terminar las cosas que querías hacer, y si viene cosas buenas, qué bien.
PC. Tenías una visión encasillada, pero ahora eres director, actor y escritor, en teatro y cine. ¿Cuáles son las historias que buscas contar y cuáles hace falta explorar?
FA. Escribir es algo muy personal, genera mucha timidez y miedo exponerte, y cuando sientes eso es porque estás escribiendo algo íntimo. Creo que todavía no he escrito sobre algo “lindo”. Las obras que he escrito tienen que ver con la depresión y la crisis de la soledad. Me gusta hablar sobre lo que el ser humano esconde. Mi primera obra era sobre la depresión clínica. Me interesaba mucho qué le pasa a alguien que no tiene cómo pedir ayuda, porque no se entera que está enfermo. Mis últimas tres obras tienen que ver con la crisis de los cuarenta, con el tema de que nos vamos a morir, cómo evitamos pensarlo, y cómo afecta, porque en los momentos que estás solo, te afecta. No son momentos muy alegres, pero trato de escribir con humor sobre eso. La última se llama El Coro. Son cinco actrices que cantan tan bien que las llaman para hacer coro y no para actuar. El punto es que en sus vidas han dejado de hacer lo que realmente querían, como en su profesión. Y ahí entra la comedia. Audicionan para Las Bacantes, que es una obra feminista, supuestamente, y les dan el personaje del Coro. Están emputadas, y mientras ensayan se dan cuenta que la obra no es tan feminista como todo el mundo dice, y que la vida se les está pasando. Yo creo que falta hablar sobre el tema femenino, de género. Falta hablar sobre temas LGBT. Sobre las minorías, sobre la injusticia, sobre la impunidad. Tenemos que hablar más sobre lo que está pasando en este país. A veces siento que el teatro es muy político, se vuelve propagandista y pierde su fuerza, y en realidad el teatro es muy humano. Tienes que hablar sobre los seres humanos con poder y los que no tienen poder y sufren, porque los que tienen poder están perpetuándose de cualquier forma. No tiene que ver con partidos, sino con un modus operandi mundial. Hay que hablar sobre cómo la estamos cagando y cómo somos responsables de lo que está sucediendo. Entiendo que hay una necesidad de ser parte de un grupo, el ser humano es social y necesita ser aceptado, y a veces empiezas a defender ideas que no has pensado. La idea es brillante, pero las personas y el entorno son corruptos. Y la gente no se cuestiona. No le quito el mérito a los movimientos, porque cambian cosas. Pero qué fácil es convencer a la gente de cosas tan tontas y manipular al ser humano. Sobre eso hay que hablar.