Martes de fiesta en la Loma de San Juan



Después de pasar por el Cementerio General, rondar el barrio y descansar, la procesión de los Chunchos promesantes se apresta a posar al santo en la Iglesia de la Loma de San Juan, afuera de la cual ejecutan un glorioso kaluyo y una pantomina que demuestra ser desafiante. Ante la repentina caída de un chuncho antes de la subida de los promesantes, toda la gente devota se apresta a poner en pie al que se ha desplomado, de manera que esa torre humana y divina se yerga al cielo.
El santo vuelve al camino y baja por la Bolívar, a contra pelo de las leyes de tránsito. A lo largo de toda la calle, en cada cuadra, lo esperan mesas con alabanzas y flores. Cada barrio, cada manzano, cada familia, ya se ha organizado para tomar turno anual y presentar su ofrenda y sacrificio, para pedir más o al menos mantener lo mismo.
Hay cuadras en las que se siente el peso de la necesidad, donde hay llanto y contrición. Y hay otras en las que la niñez alegra la salida con saludos efusivos. Para las niñas y los niños, los chunchos son seres increíbles, como criaturas fantásticas, como superhéroes, como “una palomita blanca/con sus paños y sus flechas”.