Chunchos de San Roque, lunes de fiesta
Hay promesantes que pueden perder la cuenta de los años que llevan saliendo.



Pero Don Antonio Baldivieso sabe que empezó a los 10 y ya lleva 57 como promesante; casi toda su vida. Lo único que se necesita para ser chuncho es hacer promesa. “En el caso mío, mi madre”, dice Don Antonio, y explica que hay quienes toman una vela y la refriegan en el cuerpo de la persona enferma que uno quiere encomendar al santo, rezando profundo para impregnar el pedido en la cera. “De ahí, recién se viene a prender la vela y entregar al patrón San Roque. Otros hacen verbalmente nomás”.
Los días de salida comienzan con misa. La iglesia de San Roque se llena de personas que solicitan su bendición. Acaba la misa y los chunchos están prestos a arrodillarse ante su patrón. El santo sale en su trono, cargado por jefes de familia que de alguna manera tienen la fuerza suficiente para llevar a cuestas el peso de la moral social y el poder de la fe. Atrás van quedando quienes cargan enfermedades, abandonos, falta de techo o comida.
Cuando sale San Roque, todo se confunde, todo suena, todo llama. Las campanas hacen lumbre en los corazones y las almas. Las cajas, las quenillas y las cañas entonan hacia las altas ventanas, y a los ángeles avisan que la procesión ya avanza. El desorden se ha organizado con la devoción anual, los promesantes numerados hacen fila uno tras otro hasta el final. La procesión de chunchos se acompaña de familia y servidores públicos, pero a los guardias municipales el enmascaramiento aterra: no saben si la montonera que viene quiere paz o quiere guerra.