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Vida en Familia

¿Dejar de leer a los 15 años? hay formas de evitarlo

Miguel Salas, doctor en Teoría de la Literatura, acaba de publicar ‘(En) plan lector: sobrevivir a la adolescencia sin dejar de leer’, un libro en el que aconseja a padres y madres ser ejemplo, leyendo en casa y en voz alta

Reportajes
  • Adrián Cordellat para Mamás y Papás de El País
  • 01/07/2023 01:35
¿Dejar de leer a los 15 años? hay formas de evitarlo
La lectura es clave en el aprendizaje
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Los datos de tiempo de lectura en Europa no mienten y aunque son esperanzadores hasta los 14 años, las cifras caen en picado a partir de los 15. En Bolivia se lee al año entre 11 a 3 libros por persona y según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2022, del Ministerio de Cultura y Deporte, el 78,2% de los niños y niñas de entre 10 y 14 años leen en su tiempo libre de forma frecuente. Estas ratios descienden más de 10 puntos en la franja de edad entre los 15 y los 18 años (67,7%) y siguen en caída libre entre los 18 y los 24. “En cuestión de 10 años —los que van de la preadolescencia a la edad adulta— perdemos un 25% de lectores frecuentes y ganamos un 21% de no lectores”, lamenta Miguel Salas Díaz (Madrid, 46 años), doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, que acaba de publicar (En) plan lector: sobrevivir a la adolescencia sin dejar de leer (Plataforma Actual). La pregunta evidente es qué pasa en la adolescencia, qué factores entran en juego en esta etapa vital, para que se produzca semejante bajón en las cifras de lectores frecuentes.

“La adolescencia es una edad muy difícil. En ese momento todo se pone en cuestión y la propia identidad entra en crisis. El joven se suele volcar en su grupo de amigos y da prioridad a las actividades que realiza con ellos, y estas les ocupan una gran cantidad de su tiempo. Por el contrario, en casa se vuelven más reservados y, a veces, rehúyen momentos en familia, como podría ser la lectura”, argumenta Salas, que también apunta a la mayor exigencia académica que hace que los chavales lleguen cansados a casa y tiendan más a buscar un ocio fácil y que no les exija demasiada concentración.

Y ahí, claro, entran en juego las pantallas. Aunque según los datos del barómetro de hábitos de lectura, entre los 15 y los 18 años el número de lectores frecuentes y ocasionales se ha incrementado en casi 12 puntos desde 2018, para el experto los móviles (y las pantallas en su conjunto) influyen en que los jóvenes dejen de leer de una manera definitiva y evidente: “Es mucho más difícil llegar al libro desde que los smartphones nos ofrecen decenas de posibilidades de ocio fácil, que no exige esfuerzo. La lectura, en cambio, sí que exige esfuerzo, serenidad y silencio, así que pierde la batalla. ¿No nos pasa lo mismo a los adultos? Creo que casi todos leemos menos y miramos más el móvil que hace 10 años”.

A todos estos condicionantes, para Salas se unen otros de índole más académico, entre ellos el hecho de que Lengua y Literatura aparezcan juntas en el currículo académico. “Unir Lengua y Literatura fue una mala idea”, prosigue el experto, para quien la literatura se ha convertido en “una nota a pie de página del temario que muchos alumnos se limitan a estudiar de memoria”. Para Salas, no hay tiempo apenas para leer, para comentar con los alumnos las lecturas, para exprimirlas en el aula: “En todos los centros debería existir un buen plan lector en el que los profesores lean a los alumnos en voz alta, tanto obras completas (cuentos, poemas, novelas) como fragmentos bien contextualizados de los clásicos a los que los estudiantes difícilmente podrían acceder por sí mismos”. Y añade: “Con un buen trabajo previo del docente, La Celestina, El libro del buen amor o El Quijote se pueden leer en clase, y conseguir que los alumnos disfruten y relacionen dichas obras con su propia experiencia vital”.

La importancia del ejemplo

¿Cómo salvar esos escollos y conseguir que los adolescentes se centren en la lectura? Para Salas la respuesta está clara: mediante el ejemplo. “Tenemos que mostrarles que hemos de elegir de manera pausada nuestras actividades de ocio; que, a pesar de la demagogia imperante, hay actividades mejores que otras, que nos dan más, que nos enriquecen y nos forman”, sostiene. El también sostiene que es importante hacer comprender a niños y niñas que desarrollar la voluntad y la capacidad de concentración es fundamental, porque sin ellas “vivirán siempre condenados a una superficialidad que tiene consecuencias graves, ya que, entre otras cosas, nos hace mucho más manipulables”.

En ese sentido de ser ejemplo, el autor lanza al aire en las páginas de su libro una pregunta que da mucho que pensar: ¿Qué hacemos delante de los niños? Muchas veces, seguramente más de las necesarias, los progenitores caen en la tentación de usar mucho las pantallas: “Los niños aprenden por imitación, es así cómo se adaptan al entorno. Por eso en casa de padres deportistas, o aficionados al cine, es mucho más fácil encontrar hijos deportistas o aficionados al cine”, argumenta el experto, que no obstante reconoce que no existe una fórmula mágica que consiga que los hijos lean con frecuencia. “De hecho, hay hogares con padres muy lectores en los que los niños no se enganchan a los libros. En estos casos los progenitores no deben culparse ni presionarlos. Los hábitos de lectura en la infancia y adolescencia son a veces muy cambiantes, no hay que perder la esperanza. En última instancia, la lectura no es obligatoria para ser una buena persona, tener una vida plena o ser feliz”, añade.

En todo caso, Salas destaca la importancia de que haya libros en casa, de que la lectura esté presente en la conversación diaria igual que lo están las series o lo que ha sucedido en el colegio o en el trabajo: “Preguntar a los hijos por lo que están leyendo, que se les regale libros, que se hagan visitas a librerías y bibliotecas con frecuencia. También la necesidad de leerles y leer con ellos, un hábito muy instaurado en la primera infancia, pero que luego se va perdiendo conforme los niños aprenden a leer y empiezan a llevar a cabo esta actividad en solitario”.

“A mis alumnos les gusta mucho que les lea en clase”, incide el experto. Salas explica que antes de que existiera la radio, muchas familias se reunían alrededor de un libro, de una revista o de un periódico que se leían en voz alta: “Es una costumbre que se perdió, y hoy consideramos que la lectura es un hábito individual y silencioso, pero históricamente no lo ha sido”. Al final, un libro funciona igual que el anciano de la tribu contando historias junto a una hoguera: “Entiendo que ponerse a leer en voz alta para unos adolescentes pueda dar cierta vergüenza, pero si funciona en el aula, ¿por qué no iba a funcionar en casa?”.

Claves para no pelear

con mi hijo adolescente

Si hay algo que desconcierta a las familias es mirar a su hijo y apreciar que casi no lo reconocen. Sentir que ha dejado de ser aquel niño dulce y cariñoso que no paraba de explicar todo aquello que hacía en el colegio para convertirse en un joven arisco y reservado al que le tienen que sacar las palabras a cuentagotas. Que solo muestra interés por sus cosas y quiere estar todo el día encerrado en su habitación, absorto en sus pensamientos y conectado con sus amigos a través de las redes sociales. Un joven que va a la suya y que, en ocasiones, se muestra poco respetuoso y agradecido por todo aquello que hacen sus padres por él. Que quiere pasar la mayor parte de su tiempo con su grupo de iguales porque en él encuentra el apoyo y la comprensión que necesita.

La adolescencia es un período de desarrollo convulso, repleto de cambios que a las familias les cuesta mucho acompañar desde la calma y la empatía. Su llegada trae con ella muchos conflictos y desavenencias entre padres e hijos. El orden, las responsabilidades en el hogar, los estudios, la hora de volver a casa o las nuevas amistades son algunos de los motivos que desencadenan estas riñas. Momentos en los que la comunicación parece casi imposible y las cosas no fluyen como antes. Donde se pierden los nervios o se levanta la voz. Discusiones constantes que hacen que los progenitores sientan culpa, inseguridad o impotencia al percibir que el vínculo con su hijo está muy dañado.

Durante esta etapa el adolescente necesita sentir que sus padres saben lo complicado que en ocasiones es para él hacerse mayor. Que son conscientes que su cerebro aún no está lo suficientemente preparado para actuar y decidir desde la reflexión y aplacar los impulsos que a menudo le llevan a actuar de forma desajustada. Unos padres que validan sus emociones sin juzgarlas y le ayudan a dar respuesta a sus nuevas necesidades con su presencia y disponibilidad. Que le aceptan tal como es, con sus virtudes y defectos, y le enseñan con paciencia a hacer las cosas bien. Que confían en él y le dejan descubrir y diseñar con libertad su propio camino. Que le exigen para que cada día sea una mejor persona. Que le ayudan a construir desde la tranquilidad su nueva identidad.

Hay que comprender que la necesidad que tiene un adolescente de cuestionar la autoridad de sus padres es natural y necesaria, y ese será el primer paso para poder acompañar esta etapa de forma consciente y empática. En este período el adolescente necesita empezar a llevar las riendas de su vida y hacer las cosas a su manera y ritmo sin sentir que el adulto que le acompaña se pasa el día controlando, criticando sus errores o ridiculizándole porque no hace las cosas bien.

El segundo paso será entender que muchas de las conductas inapropiadas que tiene el adolescente son una manera errónea de demandar ayuda cuando se siente inseguro.

Estas son cinco claves que los padres pueden poner en práctica para disminuir el número de conflictos con su hijo adolescente:

Para poder acompañar la etapa con serenidad es imprescindible que los progenitores conozcan las características propias de la edad. Este conocimiento permitirá entender la forma de actuar y decidir de su hijo adolescente, comprendiendo la rebeldía e impulsividad con la que a veces procede.

Aceptando que ahora lo que necesita el adolescente es espacio, intimidad y libertad para poder crecer. Para experimentar y relacionarse con su entorno de forma muy distinta a la que hasta ahora lo había hecho. Una autonomía que le permitirá empezar a tomar sus propias decisiones y a asumir las consecuencias de las mismas.

Propiciando una comunicación basada en el respeto donde el joven pueda expresar lo que siente o necesita sin sentir miedo a ser juzgado o etiquetado. Validar sus emociones será la mejor manera de crear un vínculo sólido y afectuoso y propiciar así que tenga ganas de compartir todo aquello que le pasa o necesita.

Cuando el conflicto estalle, el adulto será el encargado de sofocar el incendio, no de avivar las llamas. Ofreciéndole el tiempo y espacio que necesita para calmarse, escuchando atentamente y hablando con un tono de voz adecuado, sin acusaciones y reproches. Ofreciendo soluciones creativas para solucionarlo desde el cariño y la intuición.

Ofreciendo el tiempo que necesitan para aprender a descifrar el mundo complejo de los adultos. Un mundo que, en ocasiones, va demasiado rápido y es excesivamente complicado y exigente con ellos.

Los adolescentes necesitan a su lado a adultos que miren la etapa con serenidad, optimismo y que abandonen los patrones adultocentristas que tanto dañan las relaciones. Que no se pasen el día juzgando su forma de mirar al mundo y comprendan que sus hijos crecen y necesitan cosas distintas. Como dijo el escritor y predicador evangélico estadounidense Max Lucado: “El conflicto es inevitable, pero la lucha es opcional”.

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