Tarija en el 15 de abril
El testamento de Méndez y la capitulación realista
Diferentes documentos históricos han ayudado a recomponer la historia de la liberación de Tarija y sus héroes. La leyenda del Moto Méndez sigue dejando pasajes de admiración, mientras que la forma en que se rindieron las tropas realistas y el trato dispensado por los patriotas fue ejemplar



El héroe más recordado de la batalla de La Tablada es precisamente Eustaquio Méndez, y es que la leyenda del “Moto” trascendió fronteras por su valía en el combate, pero también por su carisma. Es el prototipo de valiente montonero que con su coraje y patriotismo se enfrentó a las fuerzas realistas y consolidó el triunfo en la recordada Batalla de la Tablada.
Sin embargo, las enseñanzas sobre este personaje han hecho eco sobre todo de sus contiendas y sus triunfos, pero poco se ha enseñado sobre las condiciones de su muerte, razón por la que hoy traemos de vuelta algunas de las investigaciones más relevantes al respecto. Los historiadores como el recientemente fallecido Edgar Ávila Echazú y Bernardo Trigo, dan fe de su muerte en el año 1849. Relatan que el héroe era poseedor de varias fincas, como lo señala su testamento “Abra Negra”, “El Mandor”, “Acheral”, “La Honfura”, “La Ciénaga”, “Carachimayo”, “Serviruelas”, “Tambo de Tucumilla” y “El Rosal”, eran las tierras que éste poseía; sin embargo, al “Moto” le tocó la muerte en un momento de estrechez.
Además de estas tierras, Eustaquio declaró que era dueño de dos casas en San Lorenzo, una en la esquina de la plaza y otra en la banda del río. Como bienes semovientes dijo tener 200 ovejas, cuatro yeguas, seis burros, 70 cabras, seis vacas y pequeños ajuares de casa. Según relata Ávila, “llama la atención” que pese a todas las tierras que poseía el caudillo haya pasado momentos difíciles en su economía, durante los últimos días de su vida. “Seguramente por su gran generosidad habría mal arrendado o donado para su cultivo esas tierras entre sus hijos o sus peones; o quizá más bien corrían malos tiempos para la sola producción agrícola. Lo que confirma la razón de esa especie de éxodo de los hacendados y ganaderos del Valle central hacia las tierras chaqueñas, desde 1830”, deduce.
Sus últimos días
Edgar Ávila, en su libro “Historia de Tarija” relata que después de que el coronel Eustaquio Méndez participara en la campaña de 1838 contra la invasión de Alejandro Heredia a territorio tarijeño, con su honrosa distinción de “Miembro de la legión de Honor” del ejército crucista y la medalla de “Vencedor de Iruya”, retornó a su finca de Carachimayo. Tras las contiendas, una difícil situación económica le tocó vivir y, sobre todo, su por entonces acendrado espíritu religioso, acentuado por los achaques de la edad, que más provenían de viejas heridas no bien curadas, le indujeron a regularizar su posición familiar. Tras la muerte de su esposa, Salomé Ibárbol, el “Moto” vivía con su amante, Estefanía Rojas, por lo que al sentirse en sus últimos días y motivado por su intachable moral, decidió sacramentar tal relación y se casó por la iglesia. Años más tarde, en mayo de 1849, moribundo, en la vivienda de doña Francisca Tuyloba de O’Connor, dictó su testamento. En la cláusula primera de este documento, Eustaquio declara “no deber ni poca ni mucha cantidad a persona alguna” y finaliza el testamento con la siguiente declaración “Los que dicen que me deben, les perdono, y mando a mi albacea don Juan Cortéz, no cobre, ni ejecute, por ser gente que sirvió a mi Patria y porque supieron dar su vida por seguirme, como guapos que luchamos por nuestros pagos. Muero sin aborrecer, sin haber quitado nada a nadie, y habiendo servido con mis animales que se acabaron en las milicias. No queda más que retazos de bienes que serán partidos entre mis hijos por igual, y si alguno reclama o se queja, perderá todo. Quiero que me entierren con mi ropa overa, usada en Montenegro, y al lado de mi madre en el panteón de San Lorenzo”.
Para Ávila se trata de una pieza en la que, por sus disposiciones, demuestra que poseía un carácter de ejemplar honestidad y un temperamento igualmente pundonoroso, de una sola pieza. Tal vez es por eso que su memoria alcanzó una reverencia no lograda por ninguna otra personalidad tarijeña. Fue el “Moto”, ciertamente, la más pura expresión de las antiguas virtudes. Y todas ellas se sobrepusieron a sus deficiencias culturales; aunque él las compensaba con la sabiduría heredada y acrecentada por la experiencia bien asimilada de todos los chapacos y gauchos de esas heroicas épocas.
La derrota
Méndez mantuvo una firme amistad con el Tata Belzu, debido a la semejanza varonil, los conceptos sobre el honor y sus comunes ideas sociales. Por ello fue uno de los más fervientes partidarios del belcismo. Así es que, en abril de 1849, fracasada la empresa de Ballivián para ingresar a Bolivia y retornar al poder, por el rechazo de los paceños y potosinos, el Vencedor de Ingavi desechó las acciones de los conjurados Velasco y Linares, que planearon tomar Tarija desde el norte de la Argentina. Pero, sea porque las órdenes de Ballivián no les llegaran a tiempo, o por propia obstinación, la de Velasco, Sebastián Ágreda y José Rosendi, ejecutaron parte de ese plan y se dirigieron a la Villa. El Prefecto Pedro Gonzáles y el Comandante de La Plaza, el coronel Gandarillas se retiraron de ella. Anoticiado Eustaquio Méndez de tal situación, organizó prestamente a quinientos hombres y los condujo desde San Lorenzo a Tarija. El 1° de mayo, las fuerzas de Agreda y Rosendi, de mejor armadas, derrotaron a las de Méndez en Santa Bárbara.
Al Moto no le quedó sino huir; pero, por esas decisiones fatales, a último momento enfrentó a sus perseguidores ya que les exigían rendirse. Al oír esa vergonzosa proposición, respondió con una hermosa y viril frase, digna de su gloria y de su estirpe “¡Que se rinda su agüela, carajo!”. Entonces recibió una descarga y cayó de su caballo, mal herido. Los hombres de Rosendi lo llevaron a la cárcel de la Villa, y ahí cometieron la villanía de torturarlo, por expresas órdenes del mismo Rosendi. En tal doloroso trance, intervino doña Francisca Ruyloba, esposa de don Francisco Burdett O’Connor; una dama que tenía un gran ascendiente en la sociedad, por su procedencia ilustre y su bondadoso carácter. Conocida y respetada por el general Ágreda (uno de los vencedores de Montenegro, como se recordará), éste ordenó a Rosendi que liberara al “Moto” y lo condujera a la casa de doña Francisca. Y en una de sus habitaciones, en el año 1849, murió el anciano y atormentado héroe de la Emancipación.
Las interrogantes
El historiador señala que es lamentable que hasta hoy no se haya encontrado documentación alguna sobre ese tan luctuoso acontecimiento, y sobre el exacto lugar donde fuera enterrado Eustaquio Méndez. “Ni siquiera sabemos qué disposiciones se tomaron para su entierro, o si recibió algún homenaje; aparte, claro está, del que debió rendirle, y con qué pesar y con muy hondo dolor, el pueblo de Tarija y sus viejos camaradas Montoneros, inermes para no solo repudiar a sus asesinos, sino para vengar el aleve crimen”. Toda esta situación para Ávila contribuyó a la creación y sostenimiento de la llama no extinguida del mito que hizo y hace del montonero manco, un héroe de tanta significación en la memoria colectiva.
Las historias sobre la mano del “Moto”
Muchas son las versiones sobre el origen “Moto” de Eustaquio Méndez, unos afirman que el caudillo perdió la mano en el campo de batalla, otra cuenta que los españoles lo consideraban un cuatrero que afectaba a los intereses de los españoles, por lo que tras captúralo le cortaron la mano. Y otra de las versiones es la que da a conocer el historiador Bernardo Trigo en su libro “Las Tejas de mi Techo”. La citamos a continuación:
“Eustaquio Méndez, en los primeros años de su juventud viajó a Salta, donde vivió algunos años, llevando la errante vida del gaucho. En una ocasión, su madre le había negado dinero para sus disipaciones, y Méndez en gesto de rebeldía abandonó el solar nativo. Regresó a los cuatro años, deseoso de cuidar a sus padres, y dicen las leyendas que su madre le había recibido con amor intenso, pero recordándole que antes de su partida la ultrajó. Méndez lloró amargamente y tomando su lazo caminó en busca de su caballo ‘Tordillo’. Gaucho diestro, dio en el blanco al primer golpe, pero el lazo le tomó la mano causándole una profunda herida, a lo que recordó la queja de su madre y tomando su cuchillo dijo “Lejos de mí mano perversa, que empujaste a mi madre”… y Eustaquio, quedó desde entonces ‘Moto’ de la mano derecha”.
El intercambio de la rendición, el inicio de la libertad
Después de la escaramuza en La Tablada, el comandante Gregorio Aráoz de La Madrid recuerda en sus memorias que regresó vencedor al campamento de San Roque, entre las atronadoras vivas de sus soldados y del pueblo que lo seguía; luego mandó poner en libertad a los prisioneros que estaban heridos, con especial encargo de ir a ver a su jefe y decirle que sólo con 35 húsares había derrotado a más de 140 de los suyos, que no les quedaba ya más remedio que rendirse o perecer dentro de sus trincheras, que iban en seguida a ser asaltadas. Luego el comandante La Madrid se trasladó con la artillería toda y los infantes al morro de San Juan, ordenando suspender el fuego para ver qué efecto producía en la plaza el informe de los prisioneros. Al notar correteos de oficiales en la plaza y que llamaban a junta de jefes, destacó al ayudante Manuel Cainzo, con una intimación para el Señor Teniente Coronel y Comandante de la Guarnición de Tarija D. Mateo Ramírez que decía:
“Nunca ha sido impropio de oficiales de honor el rendirse a discreción, cuando no tienen como sostenerse ni esperanza de auxilio como usted, pues ni Lubin, ni O’Relly, a quienes usted ha escrito para el efecto, pueden hacerlo porque no tienen una fuerza capaz de resistir a la mía. En esta virtud puede usted verificar su rendición, en la inteligencia que serán tratados, tanto usted como sus oficiales y tropa, con todo el aprecio y distinción propio de mi carácter y en caso contrario verificaré, dentro de cinco minutos, lo dicho en mi oficio de ayer. Ya lo supongo a usted impuesto de la suerte que ha corrido el comandante Malacabeza por los prisioneros que le he remitido, pero sin embargo le anoticio: que los muertos son 65, prisioneros 40, fusiles tomados 70. Todo lo que prueba su propia ruina y me hace creer que no se derrame más sangre. Dios guarde a usted muchos años. -Alto de San Juan, abril 15 de 1817”.
Después de pocos momentos regresó el teniente Cainzo, portador de la respuesta siguiente:
“Visto el oficio de usted, que acabo de recibir, en que se me hace la segunda intimación, anticipándome haberme negado los recursos pedidos a Lubin y O’Relly, por la toma, según se deja entrever, de los pliegos que remití a estos. Contesto a Ud. que este motivo no es bastante para desmayar yo ni mis oficiales para sostener hasta el último extremo las armas de S.M. en esta plaza, pues aún tengo fuerzas suficientes y bien dotadas de lo necesario, según lo verá Ud. Más la derrota que ha sufrido el escuadrón de caballería me hace entrar en capitulación consultando con la humanidad por parte de ambas divisiones, si la admite usted bajo los términos siguientes.
1°. –Que se nos reciba prisioneros a todos los de esta guarnición con los honores de la guerra, y uso de espadas para los oficiales, permitiéndonos bagajes hasta el depósito de prisioneros.
2°. –Que los paisanos a quienes hemos comprometido a tomar las armas sean bien tratados, permitiéndoseles la existencia al lado de sus familias.
3°. –Que entren en la Plaza solo las tropas de línea, que eviten todo desorden en el pueblo.
Bajo estas bases y persuadidos que Ud. como oficial de honor, que sabe observar lo propuesto, hemos venido en ello unánimes y conformes, de cuya aceptación espero el aviso.
–Tarija, abril 15 de 1817. –“.
Contestación a la propuesta anterior:
“En el oficio de usted que acabo de recibir he tenido a bien admitir la rendición de esa plaza, bajo los tres artículos propuestos, por una generosidad propia del carácter americano, en la inteligencia de que ahora mismo deberá salir con toda la guarnición a rendir las armas al campo de las Carreras, situado al este del pueblo, con sus respectivos jefes y oficiales.
–Dios guarde a usted muchos años. –Alto de San Juan, a 15 de abril de 1817. Gregorio Aráoz de La Madrid”.
En consecuencia, pocos momentos después se presentaron 300 hombres con sus jefes y oficiales a la cabeza y rindieron las armas ante la bandera argentina, en el campo llamado de «Las Carreras» de la Villa de Tarija, un coronel, tres tenientes coroneles, dieciséis oficiales y trescientos soldados del regimiento de los Granaderos del Cuzco. Siendo los trofeos de este espléndido triunfo, 400 fusiles, 140 armas de todas clases, 8 cajas de guerra, una bandera y muchísimos otros pertrechos militares.