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Rafael Poch en entrevista con Ctxt

“Esta guerra es perder el tiempo en un siglo en el que no podemos”

En medio de muchas narrativas sobre lo que está sucediendo con la invasión de Ucrania, desde El País te ofrecemos este punto de vista de Rafael Poch, divergente con las voces oficialistas

Reportajes
  • Pablo Iglesias para Ctxt
  • 05/04/2022 02:35
“Esta guerra es perder el tiempo en un siglo  en el que no podemos”
Rafael Poch en entrevista en La Casa Encendida
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Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) es una de las voces que más rigor y seriedad ofrece para hablar, en España, de la guerra en Ucrania. Autor de varios libros sobre Rusia y China, ha sido profesor de Relaciones Internacionales en la Universitat Pompeu Fabra y en la UNED y fue, durante más de tres décadas, corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Acaba de publicar en la colección “¡Movilizaos!” de la editorial de CTXT La invasión de Ucrania, una recopilación de textos suyos de los últimos ocho años que representan un mapa de urgencia para orientarse y entender las claves del conflicto.

Esta Rusia de Weimar nunca habría llegado aquí sin su Versalles. ¿Repetirá Occidente el error intervencionista cuando llegue la quiebra del régimen de Putin?

La primera parte no precisa explicación: todo el mundo entiende que el cierre en falso de la Guerra Fría, y la estafa que siguió a la histórica retirada imperial de la URSS, contribuyeron al actual estado de ánimo de la sociedad y de los dirigentes rusos.

Sobre lo segundo: mi impresión es que la guerra solo puede tener dos resultados para Rusia: 1- malo y 2- muy malo. Si eso es así la hipótesis de una quiebra de régimen en Rusia, a corto, medio o largo plazo, es bien plausible. En 1905, comenzó la quiebra del zarismo con un humillante desastre militar ante Japón. Por muy hábiles que sean los dirigentes rusos en la administración de las sanciones occidentales –y la política del Banco Central de Rusia no podemos calificarla de “hábil”– sus efectos serán devastadores para la sociedad rusa. ¿Cual será su reacción? No está claro que la actual caricaturización de la invasión imperial de Ucrania como una “II Guerra Patria”, una especie de apostilla a la II Guerra Mundial, funcione hoy en Rusia para que la ciudadanía se sacrifique en el altar de la “seguridad nacional” y las “amenazas existenciales” contra Rusia. No estamos ante la sociedad de aquella URSS de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, dispuesta a sacrificios extraordinarios. Menos aún sobre un guion deficiente. De ahí, mi pregunta sobre el “intervencionismo” exterior si se produce una quiebra. ¿Intentará Occidente poner a los suyos en Moscú, como hizo en Ucrania en 2014? Históricamente, el intervencionismo extranjero en un país como Rusia ha sido desastroso. Sería extremadamente peligroso.

En el bando ucraniano más nacionalista y pro-OTAN hay magnates corruptos pero, a diferencia del Kremlin, esos magnates y los padrinos euroatlánticos que los sostienen interactúan con la sociedad. Su propaganda y su acción política es mucho más dinámica y eficaz. Y venden un sueño europeo.

Rusia carece de soft power, de capacidad de seducción. El capitalismo chino, productivo y con cierta capacidad de reparto, puede ser visto como alternativa o mal menor por muchos en el Sur global. El modelo ruso, que es como el nuestro, neoliberal y oligárquico, orientado al enriquecimiento de una minoría rentista especuladora y ladrona, pero con menos pluralismo, carece por completo de atractivo. En Ucrania, tanto el régimen como sus padrinos todavía tienen una posición más holgada ante la sociedad. Los desastres sociales de su gestión son ahora de risa al lado de las ruinas creadas por el ejército ruso. En términos geopolíticos, lo único que le queda a Rusia es su condición como importante “contrapeso” al hegemonismo occidental. Habrá que ver de qué forma repercute la actual guerra en eso. Esta guerra incide de la forma más directa en la correlación de fuerzas global.

Europa y América han bendecido, financiado y teledirigido todo esto, que no comenzó el pasado noviembre, sino hace más de 20 años con la disolución de la URSS. Desde entonces, Estados Unidos se ha gastado en Ucrania más de 5.000 millones de dólares en promover el “cambio de régimen” vía organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y compras de lealtades.

Estas son citas de artículos de 2014 escritos en Kiev en pleno fragor del Maidán. La cifra la dio la propia vicesecretaria de Estado Victoria Nuland, en una sesión del Congreso. Obviamente, se refiere a la mitad del problema, aquella parte de la revuelta popular de la que no se hablaba aquellos días y sobre la que intenté llamar la atención para que se entendiera que aquello no era solo una revuelta popular, que había en ella algo fundamental que se omitía en el informe. El Maidán fue, hablando con propiedad, una genuina “revolución fallida”. No tenía programa, más allá de la expresión de un descontento popular absolutamente justificado. Tampoco tenía líderes, ningún Walesa, ningún Lula; los que aparecían por la plaza solían ser abucheados. Fue fallida porque su resultado fue un cambio de figuras e ideologías que no afectaron a lo fundamental, es decir que dejaron igual las bases del orden establecido; la corrupción, la desigualdad, el robo de recursos públicos “privatizados”, etc. En esas condiciones, el movimiento fue fácil objeto para sus padrinos exteriores y su única consecuencia fue el cambio de obediencia exterior, con diferentes figuras, del mismo régimen oligárquico y corrupto. Se fue Viktor Yanukovich, millonario del este de Ucrania que jugaba a dos manos con los intereses de Rusia y Occidente, y vino Petró Poroshenko, séptima fortuna del país y originario del centro de Ucrania, un personaje absolutamente plegado a los intereses occidentales, fundamentalmente de Estados Unidos y Alemania. Se canceló el precepto de neutralidad recogido en la Constitución, se decretó la “descomunización”, la campaña anticomunista que borró y criminalizó las biografías y los símbolos en los que se reconocían millones de ciudadanos, particularmente en el este del país, y se prohibieron partidos como el Comunista, que había sido la fuerza más votada en Ucrania hasta 1998 y que disponía de 32 diputados en la Rada. Los echaron a patadas. Muchos de estos cambios se hicieron de forma irregular, por ejemplo, sin alcanzar el requerido quorum en la cámara parlamentaria… No hay duda de que los 5.000 millones invertidos por Washington tuvieron su efecto, por más que seguramente no fueron determinantes. Aquellos días en Kiev, un conocido politólogo local, al que de vez en cuando invitaban a la embajada de Estados Unidos, me dijo que daba la sensación de que el Maidán tenía “un estado mayor paralelo” en la embajada.

Un movimiento que nunca habría ganado sin contar con el apoyo de Occidente, y que representa quizá a un tercio del sentir de este país, se ha impuesto rotundamente sobre otro tercio que no se identifica con él, ante la neutral angustia del resto de la población de una nación de más de 45 millones de habitantes. Quien quiera ver aquí una “fiesta europeísta” es un irresponsable.

Esta cita forma parte de la misma serie escrita en marzo de 2014 en Kiev. Era algo que se palpaba en la propia capital, pero en las regiones del este era mucho más manifiesto. El Maidán rompió el complejo equilibrio que había en el país y convirtió la tensiones en conflicto. Con las medidas adoptadas, también en materia lingüística, y la prevención que ocasionaron en el este y sur del país, ese conflicto dio lugar a protestas, fuertes en algunos lugares, como Odesa, donde se aplastaron, con una masacre y más de 40 muertos el 2 de mayo; débiles en otros, como Járkov, donde la disconformidad activa no llegó a ser masiva y pudo ser controlada con policía; y armada en el Donbás, lo que dio lugar a una dinámica de pura guerra civil allá. El gobierno respondió decretando una “operación antiterrorista” y así comenzó todo. En todos esos casos, agentes rusos excitaron la protesta, pero igual que lo ocurrido en el Maidán, sin ellos el problema habría seguido allí. Menos de un año después, la CIA ya estaba entrenando cuadros del SBU (ex KGB), del ejército, y de las milicias de extrema derecha en Estados Unidos.

La evidencia indica que la extrema derecha desempeñó un papel clave en el derrocamiento violento del gobierno en Ucrania.

La extrema derecha fue la fuerza de choque del Maidán. Eso no quiere decir que el movimiento fuera de “extrema derecha”. Lo que quiere decir es que sin esa fuerza semiarmada no se habrían podido tomar los edificios y hacer frente a la policía, como ocurrió. Ellos y la policía fueron los que mataron y murieron. El diez por ciento de las víctimas mortales del Maidán fueron policías. Algo así en Madrid o Atenas, con sedes ministeriales ocupadas al lado de la sede del parlamento y manifestantes armados con cascos militares, escudos barras de hierro y algunas armas de fuego, habría dado lugar a un estado de excepción inmediatamente. El Estado ucraniano era demasiado débil para afrontar aquello que en Occidente se consideraba una protesta justa, pacífica y legítima, y que fue bendecida con la presencia en la plaza de decenas de ministros y personalidades de gobiernos occidentales. Respecto a las conexiones subterráneas de la extrema derecha con agentes occidentales, caben todas las conjeturas. Recordemos que el momento decisivo que lo cambió todo fue la matanza de unas 60 personas en la plaza, tanto policías como manifestantes, a cargo de francotiradores que, según el único estudio que conozco, estaban apostados en los edificios controlados por la protesta… Los muertos de aquella jornada y de las precedentes fueron declarados héroes nacionales, la “centuria celestial”. Desde entonces se han prodigado los monumentos patrióticos a aquellos caídos, pero si uno observa la geografía de esos monumentos comprobará que no hay ni uno en las ciudades del este y el sur del país...

Tras el cambio de régimen de 2014, no fue la extrema derecha la que conquistó el Estado, más bien una variante local y particularmente corrupta de neoliberalismo, pero sí se impuso la narrativa nacional banderovski del nacionalismo de extrema derecha.

Ucrania occidental es el Piamonte del nacionalismo ucraniano. Gran parte de su territorio perteneció al Imperio Austrohúngaro y a Polonia en diferentes etapas. Galitzia solo ingresó en la URSS con el pacto germano-soviético y ya definitivamente en 1945. En los años treinta, una época en la que había nazis en toda Europa, en Madrid, en Barcelona, en París y hasta en la Casa Real inglesa, el nacionalismo de Ucrania occidental fue filonazi y luego tuvo un gran papel en el holocausto de judíos y gitanos y en la matanza de polacos. Se creó incluso una división ucraniana de las SS. Hasta los años cincuenta, la CIA sostuvo la guerrilla del llamado Ejército Insurgente Ucraniano de Stepan Bandera, y lanzaba paracaidistas en Ucrania occidental. Con el Maidán, la narrativa de ese nacionalismo, que hasta entonces estaba circunscrita geográficamente, se impuso en buena medida en el centro del Estado. El nuevo gobierno era neoliberal pero su narrativa giró mucho hacia el polo de Ucrania occidental. Al mismo tiempo, las escuadras de extrema derecha fueron organizadas como fuerza militar muy potente y armada, e integradas en la Guardia Nacional y el Ejército. Desconozco las cifras concretas, pero no se trata de unos insignificantes millares. A partir de ahí, el discurso invasor habla de “régimen nazi” y ha puesto en marcha una retórica en la que la invasión se hace pasar por una especie de reedición caricaturizada de la Segunda Guerra Mundial. Hay un vídeo ruso muy explícito en esto que vincula la actual guerra con aquella, con dos rubias despampanantes cantando en un mausoleo de la Segunda Guerra Mundial y diciendo “somos rusos y Dios está con nosotros”, “no nos volverán a poner de rodillas”, etc. Todo esto es lamentable. Para quien haya conocido a aquellos dos pueblos verdaderamente hermanos, más allá de toda mitología de la época soviética, es una tragedia. Es verdad que hasta franceses y alemanes acabaron reconciliándose, pero esto dejará una cicatriz terrible de la que el gobierno ruso es el principal responsable.

La simple realidad es que Gorbachov fue engañado por los socios occidentales con los que negoció el fin de la Guerra Fría.

Creo que ha quedado claro que la Guerra Fría se cerró en falso. Tenemos un montón de documentos y testimonios de los protagonistas directos de aquello que lo confirman. Algunos despistados dicen, “bueno, hubo promesas verbales, pero no documentos escritos”. Es un argumento cínico, porque si George Bush padre, su secretario de Estado, James Baker; el presidente Mitterrand; el canciller Helmut Kohl; el director de la CIA Robert Gates; el secretario general de la OTAN Manfred Wörner; y muchos más, porque la lista es mucho más larga, te dicen que la OTAN no se ampliará al Este después de que tú has retirado tus fuerzas de Europa central/oriental sin condiciones, en un claro ambiente de reconciliación y fin de época, el asunto deja pocas dudas. Pero es que además, en noviembre de 1990, se firmó en París la Carta para una nueva Europa de la OSCE, (¡un documento firmado por todos los europeos y Estados Unidos!), que dejaba bien claro el fin de la lógica de bloques y afirmaba una seguridad continental integrada en la que la seguridad de unos no podía hacerse a costa de la de otros. Luego vino el documento 2+4 de la reunificación alemana. O sea que el resultado es una estafa documentada y sin paliativos.

Evidentemente hubo mucho más: el golpe de agosto de 1991 de los conservadores del PCUS contra Gorbachov, el golpe de Estado de Yeltsin y los presidentes de Ucrania y Bielorrusia de diciembre de 1991 disolviendo la URSS para hacerse con el poder, los excesos de la Rusia de Yeltsin, el restablecimiento de una autocracia (prooccidental) en Moscú, el golpe de octubre de 1993 que disolvió a cañonazos el primer parlamento plenamente electo de la historia rusa, las rapiñas de la privatización con guión occidental, la guerra de Chechenia… todo eso evidentemente, creó prevención en los países del Este de Europa que tenían más razón que un santo para temer a Rusia y explica su deseo de entrar en la OTAN, más aún cuando el ingreso se les presentaba astutamente como una antesala a la integración en la Unión Europea. Pero, cuidado, la OTAN no es un club de libre admisión: allí solo entran los que quieren quienes mandan en ella, y esos estaban interesados en avanzar militarmente hasta las fronteras de Rusia. Hay que ser muy ingenuo para creer que las admisiones venían determinadas por el legítimo temor de los lituanos o los polacos. Hay que leer los documentos estratégicos de Estados Unidos.

La propaganda occidental reduce el conflicto de Ucrania a la maldad de Putin, al nuevo expansionismo ruso y propone cronologías tan descaradas como la película que comienza con la invasión rusa de Crimea. Ni siquiera admite la narrativa de una doble responsabilidad en su génesis.

La propaganda de guerra se cisca hasta en el Papa de Roma, literalmente. El 24 de marzo, los líderes de la OTAN reunidos en Bruselas amenazaron a Rusia con aún más sanciones y decidieron enviar más armas a Ucrania e incrementar al 2% de su PIB los presupuestos de defensa. El mismo día, el papa Francisco pronunció un discurso en Roma en el que dijo lo siguiente:

“Me avergüenzo de los Estados que incrementan el gasto militar al 2%, ¡están locos! La verdadera respuesta no está en mas armas, mas sanciones y mas alianzas político-militares, sino en una actitud diferente, una forma diferente de gestionar un mundo ya globalizado, no para enseñarnos los dientes, sino para establecer relaciones internacionales. Es evidente que la buena política no puede surgir de una cultura de poder entendida como dominación y opresión, sino solo de una cultura de atención plena, de atención plena para el hombre y su dignidad, y de atención plena para nuestra casa común. Esto se niega con la vergonzosa guerra a la que estamos asistiendo. Para aquellos de ustedes que pertenecen a mi generación, es insoportable ver lo que sucedió y lo que está sucediendo en Ucrania. Por desgracia, esto es fruto de la vieja lógica del poder que todavía domina la llamada geopolítica. Las guerras regionales han estado ocurriendo todo el tiempo, aquí y allá, hemos estado en una ‘tercera guerra mundial por cuotas’ y ahora nos enfrentamos a una dimensión que amenaza al mundo entero. Y el problema básico es siempre el mismo: El mundo sigue siendo tratado como un ‘tablero de ajedrez’ donde los poderosos estudian los movimientos para extender su dominio en detrimento de los demás”.

Disculpa esta larga cita. Esto lo dijo el día 24, ¿tú lo has leído en algún lado?. En el Westdeutsche Allgemeine Zeitung, el diario regional alemán más importante, leo el día 28 el siguiente resumen: “El Papa califica de ‘bárbara”’la guerra en Ucrania”. Si esto lo hacen con el Papa, ¿qué no harán con nosotros, pobres desgraciados?.

Esta guerra es una pérdida de tiempo en un siglo en el que no nos podemos permitir el lujo de perderlo. Hay amenazas “estáticas”, podríamos decir, por ejemplo, la abundancia de recursos de destrucción masiva. Si no resolvemos eso hoy, lo podemos resolver mañana, ¿verdad?. Pero los problemas del antropoceno, el cambio climático, el calentamiento, no nos permiten eso. No son problemas “estáticos”, son amenazas que aumentan conforme transcurre el tiempo. Por eso, si queremos evitar el suicidio de la especie, no nos podemos permitir perder el tiempo.

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