En tiempos de pandemia
Cuando la vida llega a su fin: “Cerca de la muerte y lejos de mi familia
“No quiero ir”, dijo con la voz entrecortada, “no quiero ir” insistió sentado en su sillón azul. Era un jueves por la tarde, su nieta y el médico le tomaron del brazo y le prometieron que el lunes estarían de vuelta “a más tardar”



Jacinto tenía 90 años y para entonces había sido toda una victoria haber sobrevivido a la pandemia que llegó a Bolivia en marzo de 2020. Amaba su sillón azul donde todas las tardes leía “El general en su laberinto” de Gabriel García Márquez; soñaba con el “delirio” de Simón Bolívar que tras cada crisis de demencia sobrevivía de sus cenizas con la razón intacta.
Disfrutaba también de su jardín, aquel enclavado en una pequeña casa del barrio Villa Fátima de la ciudad de Tarija. Tenía violetas, rosas y pedros, pero también cactus y esas pequeñas piedras blancas que tan caro le habían salido, pero que –pese a las críticas de su esposa- para él valían la pena.
Flora, su compañera por casi 49 años, lo cuidaba como una reliquia, de esas que cuestan tanto, pero que poseen inmensa fragilidad. Jacinto comía poco y tomaba agua mucho menos, pero su quebradiza presencia llenaba la casa.
Sus lánguidos pasos buscaban constantemente a su familia y en persona se cercioraba que todos estuviesen bien, Flora y Natalia su nieta de 30 años, a quien él le había dado su apellido por esas cosas que pasan en la vida. Pero de esto hablaba muy poco, pues para él ella era su hija.
Un día de esos en los que uno despierta con el pie izquierdo, su nieta fue a cobrar la renta de Jacinto y cuando trajo el dinero, Jacinto lo contó y recontó hasta estar conforme. Luego lo guardó.
Los días transcurrieron normalmente hasta que pasada una semana le comenzó a picar la garganta, a faltar el aire y el poco apetito que tenía ya no estaba más. De inmediato llamaron a un amigo médico, quien revisó a toda la familia y recomendó la internación de Jacinto y de su nieta. “Quizás el virus estaba en el dinero”, pero como siempre no había una clara causal, más cuando Jacinto ya había recibido la primera dosis de la vacuna.
“No quiero ir”, dijo con la voz entrecortada, “no quiero ir” insistió sentado en su sillón azul. Era un jueves por la tarde, su nieta y el médico le tomaron del brazo y le prometieron que el lunes estarían de vuelta “a más tardar”.
Con las pocas fuerzas que le quedaban se sacó los lentes de lectura y se los alcanzó a su esposa. Su nieta subió a la ambulancia, le secó una lágrima que le rodaba por su ajada mejilla, le apretó la mano y le prometió que lo traería de vuelta a casa.
Internados ambos en terapia intermedia los días transcurrieron lentamente. En casa Flora no podía dormir pensando en ellos, envió frazadas y chompas que nunca supo si fueron entregadas.
Luego de cinco días, un miércoles por la madrugada el viejo teléfono de casa sonó: “Su esposo ha fallecido, tuvo un paro cardiaco”, el primer impacto la tiró al piso, gritó tanto que vino rápidamente una vecina, la ayudó a levantarse y con mil preguntas volvió a tomar el teléfono, pero del otro lado de la línea ya no había nadie más que el ruido despectivo de una llamada colgada.
Hoy a una semana de la gran perdida, su nieta ha vuelto a casa; prácticamente se ha escapado del hospital y se ha encerrado en su cuarto. De médicos no quiere saber nada. La noticia de perder a su abuelo y no poderle cumplir la promesa de regresar la atormenta a diario. También sufre al pensarlo solo en una fría sala sintiendo cercana su muerte.
Esta situación le ha sucedido a más de una persona en Tarija, pues hasta este nivel de la pandemia todos hemos perdido a algún ser querido, y el verlo subir a la ambulancia ha sido una verdadera tortura. Algunos han regresado a casa, muchos otros no.
De acuerdo al doctor Jacinto Bátiz la pandemia ha creado sufrimiento a todos por encontrarse cerca de la muerte y lejos de sus familias. Además de los temas sanitarios han convivido otros asuntos que también han generado inmenso sufrimiento como la soledad, la muerte y las familias.
“Sentirse a salvo, estar acompañado y tener conciencia de ello es fundamental para soportar la soledad física. Cuando tenemos que cuidar a un enfermo, la cuestión de la soledad es fundamental, porque cuidar a un ser humano es, en primer lugar, estar con él, no abandonarle a la soledad dolorosa. Es precisamente entonces cuando la experiencia de la soledad obligada, la experiencia del abandono es particularmente negativa y tiene efectos muy graves en el estado anímico del enfermo”, explica.
La muerte “presente”
La pandemia y las cifras nos han recordado que la muerte está más presente que nunca y de una forma traumática. De acuerdo a Bátiz para la familia del enfermo pensar que su ser querido ha muerto solo, sin haberse podido despedir, le crea un inmenso sufrimiento y le va a crear un duelo ante su pérdida, muy largo y seguramente patológico.
Por otro lado, enterrar, incinerar, despedir dignamente a los muertos es una circunstancia que todas las culturas han contemplado como algo muy propio, el rendir el último homenaje a nuestros seres queridos. Tampoco, en muchos casos, se ha podido llevar a cabo este último acompañamiento de despedida, lo que también ha provocado un profundo dolor.
De acuerdo al médico, aunque los profesionales han sido conscientes de las necesidades reales de estos enfermos, no han podido salvar las trabas, condicionados por la contagiosidad del virus, para que las familias pudieran permanecer con ellos sabiendo que esto les iba a provocar un factor de soledad y angustia. “La familia también ha enfermado por el impacto emocional generado por esta situación”, concluye Bátiz.
El duelo tras pérdida
por coronavirus
Fase 1. Negación
Puedes no creerte que la pérdida es real. Sobre todo el no poder ver a la persona que se ha ido puede agudizar la intensidad de esta fase.
Fase 2. Ira
Cuando conectas con la pérdida que has sufrido puede que sientas enfado o ira: ¿Por qué me ha ocurrido esto a mí? ¿Por qué no he podido acompañarle? ¿Cómo ha podido estar solo? No le protegí lo suficiente… Puede que sientas que necesitas dirigir tu ira hacia lo que te rodea o hacia ti mismo con conductas destructivas.
Fase 3. Negociación – Pacto
En esta fase se afronta la culpa que ha podido generarse y se produce una reconciliación con aquellos hacia los cuales se dirigió la ira. Ahora no se les percibe como culpables, la culpa se desvanece y da paso al compromiso, a la búsqueda de metas centradas en el desarrollo personal: Quiero donar dinero para la investigación. A partir de ahora apoyaré más la Sanidad. Quiero hacerme voluntaria.
Fase 4. Tristeza
Puedes sentir emociones de tristeza, vacío o intenso dolor, unidos a pensamientos que te conectan con la pérdida: No sé si podré vivir sin ella… Es habitual rememorar en tu cabeza momentos o frases de esa persona y que aparezca un sentimiento de vacío ante la idea de que no regresará.
Fase 5. Aceptación
Se reconoce la pérdida y la situación de dolor, así como las repercusiones que conlleva, sin buscar culpables ni adoptar una posición de derrota.