Los 13 hombrecillos de la Navidad
Cuenta una antigua leyenda islandesa, que hace mucho, pero que mucho tiempo, en las montañas más áridas y frías de este país, vivían los hijos de una ogra, Gryla. Ellos eran hombrecillos muy bajitos, similares a los duendes, y tenían unos nombres muy peculiares. Los trece hombrecillos se llamaban: Palote de Redil, Pasmarote de los Barrancos, Bajito, Lamecucharones, Lamecazos, Lamecuencos, Portazos, Tragayogures, Robachorizos, Miraventanas, Huelepuertas, Robacarnes, Pidevelas.
Los trece hijos de la ogra eran muy traviesos. Les encantaba bajar hasta las viviendas y entrar a escondidas para gastar bromas a todos los habitantes. Sobre todo, a los niños que no se portaban bien.
Y los niños, cada vez que veían uno de estos enanitos o jólasveinarnir (así les llamaban ellos), salían corriendo, porque les tenían muchísimo miedo.
Los padres de los niños de aquella aldea, cansados de sufrir las travesuras de los enanitos, fueron a hablar con su gobernante. El caso es que pensaban que no les iban a atender, pero resulta que el gobernante de aquel lugar también tenía hijos que habían sufrido las mismas travesuras. Así que se puso el abrigo y se encaminó a la casa de la ogra para hablar muy seriamente con ella.
El gobernante amenazó a la ogra con expulsarla a ella y a sus hijos de aquel lugar si no cambiaban su actitud y hacían algo para disculparse por todas las trastadas hechas hasta el momento. La ogra regañó a sus hijos y les impuso este castigo:
A partir de ese día, los hombrecillos tendrían que llevar un regalo a cada niño. Cada uno lo llevaría un día, y como eran 13, decidieron que terminarían el 25 de diciembre. Hasta entonces, los hombrecillos reparten regalos entre los niños que se han portado bien. Y a los que consideran que no lo hicieron, les dejan… ¡una patata cruda!
Sin embargo, dado su naturaleza, no pueden dejar de hacer ‘travesuras’, y durante esos 13 días, siguen gastando alguna broma, aunque al fin consiguieron que fueran más divertidas y menos molestas.