Luna de aldea

Ernesto Noboa y Caamaño

 

Dulces juegos infantiles

en la plaza de la aldea,

bajo la luz de la luna,

sobre la alfombra de tierra.

 

Ellos y ellas, en un coro

alegres saltan y juegan;

ellos les buscan las manos

y ellas se dejan cogerlas.

 

Sopla cadenciosa y suave

la brisa de primavera

trayendo el agreste aroma

de las cercanas praderas.

 

¡Dulces juegos infantiles,

voces claras y sedeñas!

Una risa fresca y pura

se junta a otra pura y fresca.

 

Y en un rincón apartado

quizás una amante pareja

se inicia en el sufrimiento

con la caricia primera.

 

En la mitad de la plaza

hay una fuente de piedra

donde se baña la luna

como para ahogar su pena.

 

Vibra en la copa del aire

el son frágil de las cuerdas

de una guitarra cascada

y una voz que canturrea:

 

“La Virgen de los Dolores

vio mis lágrimas primeras;

yo le regalaba flores

para que tú me quisieras.”

 

¡Dulces juegos infantiles,

voces claras y sedeñas,

y almas sencillas que lloran

por una esperanza muerta!

 

Suenan once campanadas

en el reloj de la iglesia,

la voz doliente se apaga,

los juegos alegres cesan.

 

Por la blancura apacible

de las angostas callejas,

ellos y ellas, de las manos,

a los hogares regresan.

 

Y en el silencio dormido

sobre la plaza desierta,

sólo la fuente y la luna

siguen rimando sus penas


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