Óscar Únzaga de La Vega
Imagen vaporosa que se lleva y trae el viento de un confín a otro. Ventarrón romántico en nuestra historia republicana que ha removido el pensamiento y sentimiento de la juventud boliviana. Alejado de intereses mezquinos, puramente materialistas de otros seres vacuos, alcanzó la cima del...



Imagen vaporosa que se lleva y trae el viento de un confín a otro. Ventarrón romántico en nuestra historia republicana que ha removido el pensamiento y sentimiento de la juventud boliviana. Alejado de intereses mezquinos, puramente materialistas de otros seres vacuos, alcanzó la cima del hombre líder, ejemplo de constancia, abnegación y patriotismo. Alma impregnada de idealismo puro y de raciocinio elevado en pos de un mejor destino para la patria, que se avizora en la lejanía con ímpetu y grandeza. Hoy, como nunca antes, se siente la ausencia de gente de valía, capaz de sacarnos del marasmo en que nos encontramos y de la encrucijada que se avecina en alas de la ilegalidad, por una parte, y falta de unidad consensuada, por otra. Salve Dios a Bolivia.
Nació en Cochabamba, la capital del valle, el 19 de abril de 1916; habiendo fundado muy joven el partido político Falange Socialista Boliviana en Santiago de Chile bajo el lema de Dios y Patria, en fecha 15 de agosto de 1937, donde contrajo y mantuvo muy buenas relaciones a nivel cultural, político y social. Una mirada ascética y el rostro barbado y pálido, configuraba en él al visionario que amaba a su tierra, a la que en su piel la sentía pobre y humillada por los acontecimientos que conturbaban su espíritu, a la que juró defender y buscarle nuevos horizontes de paz y progreso.
Hizo verdadero apostolado merced a su férrea voluntad y a los principios que comulgaba en calidad de humanista cristiano, en abierto rechazo a la corriente comunista; desde que el Movimiento Nacionalista Revolucionario empezó a detentar el poder, surgido a raíz de un acto de traición de Seleme, mantuvo una oposición dura y reclutó a jóvenes que simpatizaron con la nueva doctrina bajo el denominativo de Camisas blancas. Fue una lucha sin cuartel ante los excesos del régimen de turno, que abrió el control político, sin que falten los campos de concentración al estilo nazi fascista y abusos de los milicianos, sin ley ni justicia que valga.
Por esas cosas extrañas del destino, a pesar de su amplio predicamento y fe renovadora a lo largo de dos décadas, le fue negado el ascenso al poder debido a la rudeza de la represión; él que, como nadie, estuvo preparado a fin de asumir esta labor de servicio público y administración del Estado. Recibió el aliento de la ciudadanía que se identificó con su liderazgo, para ocultarse, de pronto, en un acto de continua rebelión hasta la llegada del fin de sus días que eclipsaron el horizonte. Apareció muerto en el baño del domicilio de familiares el preciso día de su cumpleaños el 19 de abril de 1956 en la calle Larecaja Nº 188 de la zona norte de la ciudad de La Paz, donde por la fuerte y sañuda persecución de la que fue objeto, llegó vestido de sacerdote junto a su ayudante René Gallardo, ex cadete del Colegio Militar de Ejército. Acabó su existencia con dos disparos de diferente calibre, lo cual descarta la hipótesis del suicidio que manejó el gobierno de la época.
Este ser humano eligió la política –ciencia y arte, no vocinglería vana y hueca- y supo del renunciamiento a formar un hogar, trabajar en el anonimato y pasar su vida al igual que el común de los mortales; dedicando más bien sus desvelos a cuidar de su madre que quedó viuda cuando Óscar tenía corta edad y, ante todo, a luchar por sus creencias políticas.
A pesar de su estado físico, que no era óptimo y más bien disminuido, su férreo carácter y fuerza interior admirable le permitieron desarrollar su existencia, si bien atormentada por la implacable acción de los aparatos de inteligencia del Estado y las consiguientes incomodidades de tener que cambiar de refugio constantemente y, no sólo eso, sino la incertidumbre de enfrentar obstáculos cada día y cada noche, desplegando empero una acción partidista muy dinámica y ejemplar ante la juventud que confiaba en la doctrina que predicaba e idealismo que tenía por objetivo la construcción de un país nuevo, sin dependencia de otros Estados y esferas foráneas de dominio, económicamente próspero en mérito a sus recursos naturales. Además de ello, su fe religiosa le otorgaba mucha seguridad y optimismo en lo que significó para él verdaderos combates en el día a día.
Una integridad moral, que ya quisiera ambicionar cualquier presidente actual de nuestros países americanos, verdaderamente a toda prueba, la de Óscar Únzaga de la Vega. Si en aquellos tiempos ya lejanos, hubiesen existido redes sociales, la figura de Óscar hubiese crecido a pasos agigantados merced a su verbo y carisma.
Todos los ciudadanos, con o sin militancia política, en su tiempo y en épocas posteriores a su muerte, sintieron atracción por su liderazgo y la oposición abierta a un régimen de fuerza, reconociendo que Óscar fue un ser excepcional, poseedor de numerosas virtudes y una empatía singular. Walter Guevara Arze, prominente miembro del M.N.R. y ex ministro de gobierno, después caído en desgracia por las ambiciones prorroguistas de su jefe de partido, que además no permitió la insurgencia de nuevos líderes debido a su ego personal, habría de admitir que Óscar Únzaga de la Vega fue: “el hombre de mayor vigor espiritual en la escena contemporánea de Bolivia”.
Moisés Alcázar cierra su conocido libro Páginas de sangre, con estas palabras: “Asesinado o suicida, Óscar Únzaga de la Vega deja a la posteridad el legado de su amor intenso a Bolivia; un mensaje imperecedero que recogerán aquellas legiones que le siguieron en su lucha incansable, evocadora a la del gladiador debatiéndose en la red. Abanderado de una causa vislumbrada desde la adolescencia, su nombre merece el respeto que inspiran los grandes idealistas. Porque Únzaga fue, ante todo, un oficiante fervoroso en los altares de la Patria por la que vivió y murió, dedicándole hasta el último aliento de su existencia”.
Al margen de esta transcripción, valiosa por cierto, lo evidente es que la biografía más completa de Óscar Únzaga de la Vega es la firmada por el investigador y escritor Ricardo Sanjinés Ávila, quien el año 2013 publicó la obra Únzaga, la voz de los inocentes, en dos tomos, describiendo los acontecimientos más importantes del siglo veinte y las connotaciones referidas a la persona del biografiado.
En esta oportunidad vaya esta pequeña evocación de un político lúcido y brillante, idealista y desprendido como pocos. Honor a su nombre y a su memoria.
Nació en Cochabamba, la capital del valle, el 19 de abril de 1916; habiendo fundado muy joven el partido político Falange Socialista Boliviana en Santiago de Chile bajo el lema de Dios y Patria, en fecha 15 de agosto de 1937, donde contrajo y mantuvo muy buenas relaciones a nivel cultural, político y social. Una mirada ascética y el rostro barbado y pálido, configuraba en él al visionario que amaba a su tierra, a la que en su piel la sentía pobre y humillada por los acontecimientos que conturbaban su espíritu, a la que juró defender y buscarle nuevos horizontes de paz y progreso.
Hizo verdadero apostolado merced a su férrea voluntad y a los principios que comulgaba en calidad de humanista cristiano, en abierto rechazo a la corriente comunista; desde que el Movimiento Nacionalista Revolucionario empezó a detentar el poder, surgido a raíz de un acto de traición de Seleme, mantuvo una oposición dura y reclutó a jóvenes que simpatizaron con la nueva doctrina bajo el denominativo de Camisas blancas. Fue una lucha sin cuartel ante los excesos del régimen de turno, que abrió el control político, sin que falten los campos de concentración al estilo nazi fascista y abusos de los milicianos, sin ley ni justicia que valga.
Por esas cosas extrañas del destino, a pesar de su amplio predicamento y fe renovadora a lo largo de dos décadas, le fue negado el ascenso al poder debido a la rudeza de la represión; él que, como nadie, estuvo preparado a fin de asumir esta labor de servicio público y administración del Estado. Recibió el aliento de la ciudadanía que se identificó con su liderazgo, para ocultarse, de pronto, en un acto de continua rebelión hasta la llegada del fin de sus días que eclipsaron el horizonte. Apareció muerto en el baño del domicilio de familiares el preciso día de su cumpleaños el 19 de abril de 1956 en la calle Larecaja Nº 188 de la zona norte de la ciudad de La Paz, donde por la fuerte y sañuda persecución de la que fue objeto, llegó vestido de sacerdote junto a su ayudante René Gallardo, ex cadete del Colegio Militar de Ejército. Acabó su existencia con dos disparos de diferente calibre, lo cual descarta la hipótesis del suicidio que manejó el gobierno de la época.
Este ser humano eligió la política –ciencia y arte, no vocinglería vana y hueca- y supo del renunciamiento a formar un hogar, trabajar en el anonimato y pasar su vida al igual que el común de los mortales; dedicando más bien sus desvelos a cuidar de su madre que quedó viuda cuando Óscar tenía corta edad y, ante todo, a luchar por sus creencias políticas.
A pesar de su estado físico, que no era óptimo y más bien disminuido, su férreo carácter y fuerza interior admirable le permitieron desarrollar su existencia, si bien atormentada por la implacable acción de los aparatos de inteligencia del Estado y las consiguientes incomodidades de tener que cambiar de refugio constantemente y, no sólo eso, sino la incertidumbre de enfrentar obstáculos cada día y cada noche, desplegando empero una acción partidista muy dinámica y ejemplar ante la juventud que confiaba en la doctrina que predicaba e idealismo que tenía por objetivo la construcción de un país nuevo, sin dependencia de otros Estados y esferas foráneas de dominio, económicamente próspero en mérito a sus recursos naturales. Además de ello, su fe religiosa le otorgaba mucha seguridad y optimismo en lo que significó para él verdaderos combates en el día a día.
Una integridad moral, que ya quisiera ambicionar cualquier presidente actual de nuestros países americanos, verdaderamente a toda prueba, la de Óscar Únzaga de la Vega. Si en aquellos tiempos ya lejanos, hubiesen existido redes sociales, la figura de Óscar hubiese crecido a pasos agigantados merced a su verbo y carisma.
Todos los ciudadanos, con o sin militancia política, en su tiempo y en épocas posteriores a su muerte, sintieron atracción por su liderazgo y la oposición abierta a un régimen de fuerza, reconociendo que Óscar fue un ser excepcional, poseedor de numerosas virtudes y una empatía singular. Walter Guevara Arze, prominente miembro del M.N.R. y ex ministro de gobierno, después caído en desgracia por las ambiciones prorroguistas de su jefe de partido, que además no permitió la insurgencia de nuevos líderes debido a su ego personal, habría de admitir que Óscar Únzaga de la Vega fue: “el hombre de mayor vigor espiritual en la escena contemporánea de Bolivia”.
Moisés Alcázar cierra su conocido libro Páginas de sangre, con estas palabras: “Asesinado o suicida, Óscar Únzaga de la Vega deja a la posteridad el legado de su amor intenso a Bolivia; un mensaje imperecedero que recogerán aquellas legiones que le siguieron en su lucha incansable, evocadora a la del gladiador debatiéndose en la red. Abanderado de una causa vislumbrada desde la adolescencia, su nombre merece el respeto que inspiran los grandes idealistas. Porque Únzaga fue, ante todo, un oficiante fervoroso en los altares de la Patria por la que vivió y murió, dedicándole hasta el último aliento de su existencia”.
Al margen de esta transcripción, valiosa por cierto, lo evidente es que la biografía más completa de Óscar Únzaga de la Vega es la firmada por el investigador y escritor Ricardo Sanjinés Ávila, quien el año 2013 publicó la obra Únzaga, la voz de los inocentes, en dos tomos, describiendo los acontecimientos más importantes del siglo veinte y las connotaciones referidas a la persona del biografiado.
En esta oportunidad vaya esta pequeña evocación de un político lúcido y brillante, idealista y desprendido como pocos. Honor a su nombre y a su memoria.