Un país violento puertas adentro
A veces cuando los prejuicios indican de que en Latinoamérica los países son violentos, cabe establecer la diferencia de cuáles si, cuáles no y de qué forma.
Bolivia posee una de las menores tasas de criminalidad en comparación a la mayoría de países, poseemos la tasa de homicidios más baja de la región, con 4,37 por cada 100.000 habitantes en 2023.
Pero donde sí ostentamos primeros puestos poco honrosos es en la violencia que se da dentro de los hogares. Hemos cerrado 2024 con 84 feminicidios y 38 infanticidios, haciendo que nuestro país tenga la segunda tasa más alta de feminicidios de Sudamérica. Si bien las cifras generales han bajado en los últimos años por diferentes razones, seguimos siendo, proporcionalmente a la cantidad de población, uno de los países más violentos y letales con las mujeres dentro de la región.
Sin llegar a ser propiamente feminicidios, las denuncias de violencia familiar en Bolivia llegan el promedio a más de 34 000 al año, lo que evidencia el grado de agresividad que se vive en los hogares bolivianos y que se ceban especialmente contra mujeres, niños, niñas y adolescentes.
Un dato sensible dentro de este espectro de violencia dentro de los hogares es el número de infanticidios. Aunque durante cuatro años los índices de infanticidio iban en bajada en Bolivia, el 2024 hubo un incremento del 52% con 38 casos en relación a los 25 de la gestión anterior, que fue la más baja del último quinquenio. La mayoría de las víctimas son niños y niñas menores de cinco años, y estos crímenes son perpetrados en su generalidad por progenitores y padrastros.
La violencia sexual en la niñez es también un tema altamente preocupante en nuestro país; la subdenuncia es alta, es decir que se estima que se denuncia una mínima parte de los casos reales. Normalmente los agresores de niñ@s son personas cercanas, por lo que existe un manto de silencio, complicidad y ocultamiento muy importante.
Está demostrado neurológicamente que vivir constantemente en violencia especialmente en la niñez puede modificar incluso el cerebro afectándolo de por vida, por vivir en ansiedad permanente y por la vulnerabilidad y dependencia propias de la edad los traumas pueden ser difícilmente elaborables, creando incluso disociaciones defensivas a lo largo del crecimiento; por lo que la vivencia traumática en la niñez que ha vivido alta violencia puede condicionar en definitiva la vida ulterior.