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¿Realmente queremos entrar en una crisis nacional?

No sólo nuestro país lo tiene difícil, la crisis es mundial. Nuevas cepas de Covid renuevan y agravan la crisis. Disminuyen los puestos de trabajo, disminuyen los salarios, mientras aumentan vertiginosamente los y las pacientes en los hospitales. Las famosas vacunas tardan en llegar y no sólo no son suficientes sino que con frecuencia no logran frenar la pandemia, todo esto sin ponernos a pensar lo que dicen que ocurrirá el año 2030 (que no está tan lejos). La tragedia de mortalidad en la India a nosotros no nos puede llegar porque nuestra densidad poblacional es infinitamente menor, pero no deja de ser un aviso de lo que puede llegar a ocurrir en el mundo del que somos parte…

Pero al leer las noticias de prensa da la impresión de que Bolivia estuviera en otro planeta, a salvo de crisis económicas o sanitarias. El auto-transporte se pone a bloquear contra la (re)construcción del tren La Paz-Arica. A la región Amazónica llegan las vacunas y medicamentos con precios impagables (no parece haber una políltica de igualación de oportunidades en las regiones más alejadas). Incluso aparecen campañas anti-vacuna. Sin embargo a muchas fuerzas políticas la situación del país y de la población parece importarles muy poco, y parece que les interesa mucho más calificar a Jeanine Áñez de “golpista” y justificar así su absurdo encarcelamiento (criticado incluso por los organismos internacionales de justicia).

El MAS, ofendido por las decisiones políticas de Eva Copa (y muy molesto por los resultados electorales que resultaron de esas decisiones) ahora se dedica a criticarla, metiéndose incluso con sus designaciones para puestos de trabajo (como es el caso de Iris Flores, a quien se acusa de ser “demasiado joven”, como si la vejez fuera garantía de algo). Una de las pocas opiniones serias y objetivas que hemos podido leer es la de Amparo Carvajal, nuestra siempre confiable presidenta de la Asamblea de Derechos Humanos (pero a la que casi nadie parece molestarse en escuchar).

No parecemos ser conscientes de la grave disminución de nuestras reservas fiscales, y de la disminución de nuestros ingresos (que no dependen de la voluntad de nuestro gobierno sino del mercado internacional del gas). Sólo falta un empujón (que puede llegar de muchos lados) para que se produzca la devaluación de la moneda (hasta ahora todavía la más sólida del continente), devaluación que no depende de ninguna jugada bancaria (ni de las decisiones que pudiera tomar nuestro Presidente por muy economista que sea; depende mucho más del mercado clandestino de la droga ilegal). Si llegara esa devaluación —rogamos a nuestros achachilas que no ocurra— la crisis sería mucho más fuerte que la capacidad del Estado para superarla y que la capacidad de la población para sobrevivir a ella.

Por tanto es hora de que nos dejemos de peleas entre partidos o entre organizaciones sociales y nos esmeremos en sanear las arcas del Estado, en buscar los espacios mercantiles todavía disponibles (si es que los hay), en no gastar energías ni dinero en pelearnos entre diferentes regiones u organizaciones sociales, y peor todavía en pretender aniquilar por “golpista” a la ex presidenta Áñez y tomemos conciencia de que, si la crisis del del 2019 fue un “golpe”, el “golpista” principal es hoy el Gobernador de Santa Cruz, a quien nadie le discute su legitimidad (realmente los demás países pensarán que estamos locos).

En todo caso no es hora de hacer hincapié en nuestras diferencias (que por lo general son legales) ni en nuestra opinión sobre la agrupación ciudadana “Jallalla”, sino en nuestras necesidades más o menos compartidas, y en la urgencia de mantener nuestro equilibrio económico. Y el compañero Evo Morales, que tiene todos los derechos políticos y sociales de cualquier ciudadanos, deje de actuar y opinar como “jefe” y caudillo (que ahora ya no es).

De lo contrario corremos peligro de sucumbir como país, ¿no creen ustedes, amables lectores?


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