Reflexiones desde el Cursillo: Caminando al encuentro con Dios
Mientras caminamos tratando de seguir al Señor, busquemos su presencia, su apoyo, su refugio, su guía; sabemos que lo vamos a encontrar allí donde nosotros pongamos amor.¿Cuándo y cómo se pone amor? Cuando todo hombre justo ame desinteresadamente a sus hermanos practicando el bien y la...
Mientras caminamos tratando de seguir al Señor, busquemos su presencia, su apoyo, su refugio, su guía; sabemos que lo vamos a encontrar allí donde nosotros pongamos amor.¿Cuándo y cómo se pone amor? Cuando todo hombre justo ame desinteresadamente a sus hermanos practicando el bien y la justicia; al hacer esto ya está poniendo amor, ya está amando al Señor sin conocerle, está observando su palabra, porque Cristo dice: “El que me ame observara mi palabra” o sea que el amor a El es amor a nuestro prójimo.La presencia increíble de Dios no se limita a los bautizados o a los que vivan en amistad consciente con El, sino que se extiende a todos los hombres que viven en la justicia y en el amor desinteresado aún cuando todavía no hayan encontrado a Dios personalmente.Él es el amor verdadero, porque sufrió por amor a los hombres, para redimirlos, para salvarlos, para abrirles el paso a la eterna felicidad.El Señor ha llevado sobre sus hombres todo el sufrimiento de la humanidad, cargó sobre sí, el dolor causado por las injusticias, por la crueldad en los campos de refugiados, por las torturas de los encarcelados, por los que tienen hambre, por los niños desnutridos, por los hombres que no tienen techo ni trabajo, por los marginados, por su pobreza, por su ancianidad, por su raza, por haber nacido minusválidos. Jesús ha sufrido y sufre junto a los que sienten el dolor de la infidelidad, del abandono, de la indiferencia de los seres que se ama.¿Cómo responderemos nosotros ante tan grande sacrificio? De una sola manera: amando a Dios en el hermano, es la única forma de acercarnos a Dios, aceptando su ley de amor.Para poder seguir este camino pidamos al Señor que nos ayude a transformar nuestra debilidad en fortaleza, para aspirar a los altos ideales y no nos volquemos hacia las opciones mediocres; para aspirar a llevar una vida basada en la fe, para vivirla en forma coherente necesitamos la fortaleza de espiritu para no caer fácilmente, para ser inmunes a las seducciones del mundo, porque sabemos que nos atrae el placer, la comodidad, la vanidad el poder, el dinero.Pidamos que nos ayude a ser responsables en el trabajo que nos toca desempeñar, para ennoblecerlo viendo en el, no una obligación a veces pesada, sino una misión que nos toca desempeñar y la que nos ha confiado El Señor.Pidamos su ayuda para ser valientes ante nuestra propia cruz, aceptando su voluntad y confiando; de esta manera podremos ayudar a nuestros hermanos a llevar su cruz.Pidamos al Señor que transforme nuestro corazón, para que sea santuario de su presencia, que lo haga grande para que quepan en el todos nuestros hermanos, pidamos que nuestro corazón sea noble, para que sea siempre leal, generoso, que no penetre en el la cizaña de la envidia, del rencor, del egoísmo.Un corazón que no se centre en mi “Yo”, sino que apoyado en El, se haga servidor y sirva con amor.Aunque yo apenas lo sienta Dios me ama, todos los caminos de mi vida, están bordeados por el amor de Dios.Aquel que para nada me necesita y que sabe que soy yo quién lo necesito para todo, me ama; se ha fijado en mi, ha puesto en mi su ilusión. El me acompaña en todos los trances de mi vida, en la enfermedad, en el dolor, en la tristeza, en la soledad, en mis desequilibrios, en mis desvíos está conmigo, junto a mi infundiéndome valor y fortaleza. Yo sé que la enfermedad y el dolor y la soledad y los desvíos, nada podrán contra mí, porque Dios me ama. San Pablo pudo decir audazmente: “¿Quién nos arrebatará el amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las virtudes, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrán arrancarnos el amor de Dios en Cristo Jesús. ¡Nuestro Señor! (Rom. 8 – 35, 38,39.