Camacho Milei no era
El cívico cruceño emergió en política en un momento de crisis total, pero pese a su éxito inicial, no logró concitar los apoyos de la oposición tradicional y la gestión le ha pasado factura
Encarcelado y desposeído del poder. Luis Fernando Camacho lleva algo más de doce meses en caída libre después de haber protagonizado en apenas cinco años una de esas odiseas que incluye gestas de notable dificultad y también momentos de sufrimiento y desconcierto.
Los relatos épicos han estado siempre presentes en la política. No hace mucho tiempo una candidatura exitosa se componía de “las tres P”: Programa, Partido y Perfil o Persona, es decir, el candidato elegido. Últimamente las fórmulas ganadoras se vuelcan en esto último, eso sí, siempre que se den las condiciones en un escenario suficientemente medurado.
En la esfera mundial hay muchos ejemplos de esto: Donald Trump llegó a la presidencia en un Estados Unidos que dudaba de sus valores tras la presidencia de Obama; Jair Bolsonaro triunfó en Brasil en pleno proceso de cocción putrefacta contra el PT de Lula y Dilma; Meloni triunfó en Italia tras décadas de inestabilidad multipartidaria o López Obrador en México tras otras tantas de la política institucional. El último ejemplo de esta secuencia es Javier Milei, el libertario que acaba de triunfar en la Argentina abrazado a la ortodoxia libertaria del mercado y apelando a ciertos valores estéticos y morales, algo que sí comparte con el gobernador cruceño, actualmente fuera del ejercicio de sus funciones.
El politólogo argentino experto en procesos sudamericanos, Mario Riorda, advierte que el diálogo político en Argentina se está complicando en tanto Milei y su equipo hablan de “absolutos morales”, algo similar a lo que sucede en España con la oposición al presidente Pedro Sánchez y muy parecido a cómo interpretó la política Luis Fernando Camacho, dividiendo entre buenos y malos, santos y pecadores y que le sirvió para llegar al poder, pero no le ha bastado para conservarlo.
Camacho irrumpió en el escenario nacional sin aviso previo. Formaba parte del establismenth cruceño, hijo de logieros y banqueros que, por aquellas cosas de la juventud, había decidido hacer carrera en el Comité Cívico. Muy pocos lo recuerdan, pero al calor de los incendios en la Chiquitania, que se convirtieron en el tema de la precampaña de 2019, Camacho recorrió cabildos en muchas ciudades anunciando “el fin de los días”, y en el último, en Santa Cruz, prometió la desobediencia civil ante una más que probable victoria de Evo Morales en los comicios que se avecinaban.
En los días inmediatamente posteriores a la elección Carlos Mesa intentó compartir protagonismo, pues en la ecuación capitalina, como siempre, constaba que cualquier “revolución” debía pasar por las calles de La Paz. Cuatro días después los métodos de Camacho aplastaron la estrategia tradicional de Mesa, que convocaba al Conade y pedía asistencia de la OEA (que al final también fue clave) para obligar a una segunda vuelta que, sin embargo, Camacho desahucio.
El cristo de la Concordia de Santa Cruz se convirtió en el epicentro de la protesta, pero además sirvió para dotarle a la misma de ese carácter épico, en este caso en modo cruzada agitando los valores cristianos clásico, que junto a la estética promocionada por el propio Comité Cívico hacía las veces de contraposición a la propuesta indígena excluyente del Gobierno de Morales. En menor medida se agitaron las banderas del anticomunismo y fueron inexistentes otros elementos de la batalla cultural como las críticas al feminismo o al colectivo LGTBI porque en Bolivia, básicamente, no pasan de ser elementos marginales.
El salto político
La irrupción de Luis Fernando Camacho en la escena pública fue violenta en términos temporales y cívica con una misión compleja: derribar al masismo de Evo Morales; la de Javier Milei en Argentina fue más lenta en tanto utilizó la televisión para darse a conocer, y técnica en tanto se centró en la labor económica para abordar otra misión igualmente compleja: derribar el régimen peronista de los Kirchner.
Una diferencia sustancial entre ambos se evidencia al analizar su salto a la política formal. Mientras a Milei lo esperaba un núcleo ideologizado con los brazos abiertos y muchos descontentos con lo económico que solo pedían cambio, el que fuese, que cautivó a gran parte “de la casta” que finalmente lo han asumido como inevitable, como en el caso de Mauricio Macri, a Camacho se le consideraba un producto amortizado que ya cumplió su papel por lo que la clase política tradicional lo recibió con los puñales listos, y de hecho, fue expulsado del gobierno que propició para los Demócratas de Jeanine Áñez.
La otra gran diferencia es que Camacho, aun auto identificándose con la derecha liberal, en sus mensajes abundaban los mensajes populistas con promesas y lluvia de millones, algo que no cambió después en su paso por la gobernación sino más bien lo contrario.
Algunos analistas advirtieron en su momento que el plan real de Camacho siempre fue tomar la vía de la secesión cruceña y que para ello hacía falta una bancada fuerte en La Paz. Otros también hablan de un plan oculto de Milei en el que el poder desde la Rosada no es el fin en sí mismo, en fin, conspiraciones.
Camacho fracasó en apenas dos años en la Gobernación y el aplastamiento del régimen ha sido absoluto ni bien se invocó el “derecho a la autodeterminación de los pueblos”.
Mientras, gran parte de la oposición sigue buscando su Milei boliviano olvidando que no es el concepto, sino el momento, el que produce los grandes cambios. En Bolivia tal vez ya pasó.