¿Es viable la candidatura de Carlos Mesa?
Carlos Mesa es, a priori, el jefe de la oposición. Sus formas antiguas y el hecho de no tener asiento en la Asamblea Plurinacional lo han convertido por momentos en un elemento poco más que decorativo, pues no está logrando ordenar una tarea de oposición consecuente, con todo, sigue siendo el candidato opositor más valorado en las encuestas, y lo sería más si no tuviera tanto rechazo dentro de las propias filas opositoras.
El expresidente, comunicador e historiador, se tomó su tiempo para retornar a la política activa después de que se aceptara su última renuncia en 2004. Mesa sabía que el ciclo histórico iniciado por Evo Morales era de largo aliento y de hecho es habitual encontrar exposiciones y textos suyos donde pondera históricamente su figura, lo que le ha jugado no pocas malas pasadas en campañas posteriores con la acusación recurrente de “funcional”.
La acusación se fundamenta en tres aspectos, algunos muy injustos. El primero de ellos es que cooperó con el régimen de Morales en la vocería plenipotenciaria de la demanda marítima; el segundo son sus planteamientos socialdemócratas que no proponen derogar el masismo en su integridad, sino modular lo que no ha funcionado; el tercero tiene que ver con la forma en que llevó su candidatura, sin buscar alianzas reales sino pretendiendo que todos se unieran a él sin más.
Es verdad que Mesa tenía motivos para hacerlo. Los sondeos, sobre todo los de las empresas de sus amigos, lo colocaban como ´la única alternativa viable a Morales. Alguna de esas incluso lo llegó a colocar en primer lugar en la víspera de la elección. Estar ahí tampoco era casualidad, aunque pocos recordaban ya su época de erudito periodista y torpe presidente, el papel en la demanda y particularmente aquella entrevista en la Televisión Pública Chilena donde zarandeó al periodista con un verbo fino y una contundencia en las ideas que puso en pie a muchos bolivianos en mitad de su dormitorio.
Mesa era en 2019 el mejor candidato posible, lo sabía él y sus competidores, que quisieron competir con aquella alianza en negativo: Bolivia Dijo No, que acabó con un 4% para Óscar Ortiz que de haber sumado a Mesa hubiera despejado todas las dudas sobre la segunda vuelta.
Mesa no hizo una gran campaña porque casi nadie hace buenas campañas ahora cuando los asesores recomiendan hacer cosas “increíbles”, como manifestarse por todo y nada y arremangarse la camisa para cosechar papa. Con todo, la última semana traccionó como nunca la idea del voto útil. Santa Cruz se dio vuelta y Mesa acarició el sueño, pero se frustró.
Entonces Mesa hizo lo que tenía que hacer. Se quejó y pidió su segunda vuelta y armó con sus amigos un segundo Conade para analizar medidas. Duró apenas dos días porque en Santa Cruz ya había surgido Luis Fernando Camacho, el líder cívico que había prometido desobediencia civil. Camacho resultó ser tan convincente y su forma de protesta tan espectacularmente coreografiada que no le quedó otra que ponerse en el segundo plano a acatar las decisiones. Mesa ya no quería segunda vuelta sino nueva elección, aunque fuera consciente de que eso le alejaba de nuevo de su objetivo. Y vaya que lo alejó: La elección de 2020 evidenció aún más las ambiciones de la oposición y se multiplicaron las candidaturas: Tuto, Camacho, Añez – Doria Medina y Mesa concurrían inicialmente, aunque solo Camacho y Mesa llegaron hasta el final, qué, como es sabido, se resume en una nueva contundente victoria del MAS con un 55 por ciento de los votos y donde apenas se pudo arañar que no alcanzaran la mayoría de dos tercios.
Oposición traumática
Mesa aceptó rápidamente su rol de jefe de la oposición, reconociendo su derrota y felicitando a su contendiente Luis Arce para decepción de aquellos que soñaban con repetir la secuencia de quejas y protestas de 2019.
Desde la oposición sin sillón, efectivamente, el brillo se ha extinguido completamente. Por lo general Comunidad Ciudadana funciona tarde y al calor de las reacciones en las redes sociales, algo que no gusta al opositor promedio: vale como ejemplo la movilización contra las normativas que perseguían el enriquecimiento ilícito y que fueron aprobadas sin mayor trámite en la Asamblea aunque después se convirtieron en polémicas.
Por lo general la oposición no tiene agenda. Solo espera a que el MAS cometa algún error en la gestión o en la discusión para hacerlo bandera al menos una semana. Mesa suele marcar línea un día después, pues sus reflexiones son lentas: muchas veces el tema sobre el que quiere opinar ya ha sido amortizado.
Los grandes temas que se ha marcado, han fracasado: recuperar el reglamento con los dos tercios, censo, o más recientemente, la elección judicial. Los números en la Asamblea son mucho mejores, pues el MAS no tiene los dos tercios, y la coyuntura inmejorable, pues el mismo MAS se ha partido al menos en dos grandes grupos. Aún así, Mesa no coordina formalmente con la gente de Creemos y su poder sobre su propia bancada se va limitando al mismo tiempo que se pavonean algunos de los aspirantes a candidatos.
El tiempo pasa y la pregunta ya está en el aire: ¿Será Mesa el próximo candidato de oposición que reclame la unidad? ¿Su gestión como jefe de oposición suma o resta? ¿Tendrá fuerzas suficientes como para intentarlo?