Pulsos en la oposición
Salvar a la soldado Áñez (II)
Áñez no confía en que se cumpla el acuerdo tras la detención de Murillo y ha colocado a Mesa y Camacho en el centro de un supuesto Golpe de Estado que obliga al Gobierno/Fiscalía a tomar medidas contra ambos



La expresidenta se ha cansado de su situación procesal, y sobre todo, le tema más al olvido y sus consecuencias que a la propia cárcel. En esas, no ha dudado en mover ficha. Los analistas que siguen la actualidad política más ligada al MAS tratan de darle coherencia a los últimos sucesos, pero las dos líneas abiertas parecen tener contradicciones.
Por un lado, la intempestiva detención del exministro de Gobierno, Arturo Murillo, en Estados Unidos por un caso de corrupción entre particulares sorprendió a propios y extraños. El máximo exponente de la ultraderecha boliviana, hombre de extrema confianza de Áñez durante todo su Gobierno y quien se creía protegido en el país del norte, probablemente por los servicios prestados en el efímero Gobierno que celebró el 4 de julio y expulsó a los médicos cubanos, supuso un viraje de timón.
Por otro lado, Áñez, que parecía dispuesta a acogerse al silencio en toda la fase investigativa del proceso por supuesto Golpe de Estado, exigiendo que se abriera un Juicio de Responsabilidades en la Asamblea, para lo que necesita dos tercios de los votos, ha empezado a hablar poniendo precisamente en el punto de mira a los dos jefes de las dos bancadas de oposición cuyos votos son necesarios precisamente para alcanzar los dos tercios.
La caída de Murillo puede enmarcarse en los cambios en la CIA tras la asunción del Presidente Joe Biden, el jalón de orejas a su agente destacado - confeso - en Bolivia, Erik Foronda, y un cambio de estrategia en las relaciones país. Detener a Murillo a cambio de liberar con arraigo a Áñez es un buen pacto para el MAS, pues refuerza la idea del Gobierno ultracorrupto de Áñez al mismo tiempo que releja la visión de Gobierno revanchista.
La manta de Áñez
Que Áñez empiece a hablar, sin embargo, tiene unas connotaciones distintas para el Gobierno y la estabilidad del país.
Áñez ha dicho textualmente que antes de nada se reunió con Luis Fernando Camacho en La Paz, quien le dio su visto bueno para sumir el poder. Es evidente que además negociaron una serie de Ministerios: Jerjes Justiniano en Presidencia, Roxana Lizárraga en Comunicación, Karen Longaric en Exteriores y Luis Fernando López en Defensa eran los nítidos cuadros incluidos por el camachismo en la estructura de poder.
Áñez también ha dicho que Carlos Mesa rechazó la posibilidad de que Adriana Salvatierra asumiera constitucionalmente la transición para llamar a elecciones, y que fue quien le ofreció el cargo junto a Jorge Tuto Quiroga.
Las declaraciones de Áñez colocan a Luis Fernando Camacho, hoy flamante Gobernador de Santa Cruz, en el centro de todas las operaciones que tuvieron lugar en La Paz entre el 8 y el 13 de noviembre, antes de que Evo Morales renunciara y antes de que la propia Áñez fuera recogida en un avión de la Fuerza Aérea en Trinidad para que asumiera la Presidencia.
De la misma manera, coloca a Carlos Mesa, todavía jefe de la bancada mayoritaria todavía de oposición en la Asamblea Plurinacional, como decisor último de sobre quién debía recaer el poder después de la renuncia de Evo Morales. Ambos puntos refuerzan la tesis del MAS de que no hubo una transición constitucional, sino una forzada por los actores políticos al margen de la letra constitucional. Salvatierra no renunció porque quiso o porque se lo dijo Evo Morales, sino porque Mesa y Tuto consideraban que así no se pacificaría el país, es decir, contra su voluntad y por el bien del país. La diferencia es que esta vez lo dice Áñez y no el MAS.
Los pasos del Gobierno
El escenario se ha quedado complejo para el Gobierno de Luis Arce en general y para el Ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo del Carpio, en particular. Del Castillo, aparentemente pieza de Álvaro García Linera, es, junto a la otra ficha en el Ministerio de Justicia, Iván Lima, quien más se está esforzando por solidificar el relato del Golpe de Estado, algo que necesita publicidad y víctimas, pero también encarcelados.
Áñez era sin duda la pieza más débil de todo el entramado del anterior Gobierno, quien además se quedó en el país y trató de candidatear a la Gobernación del Beni, con malos resultados, convencida de que podía convertirse en mártir, y ser recompensada después del martirio.
Estos planes parecen haberse modificado luego de ver cómo la “indignación” de todas las fuerzas de oposición, incluyendo a Samuel Doria Medina, duraba poco más de una semana después de su encarcelamiento y de constatar como su Gobierno no iba a salir indemne de la pugna por la corrupción.
La pelota ahora está en el tejado del Gobierno independientemente de cómo avance el supuesto acuerdo con Estados Unidos por Murillo, que no incluye en ningún modo la extradición del exministro y cuyos plazos procesales parecen ajustarse a que el Gobierno de Arce cumpla su parte del trato - ¿liberar a Áñez? – mientras le escucha en sus descargos, que pueden contener información valiosa sobre litio, narcotráfico, etc.
Ya es poco ortodoxo que el Gobierno haya caído con dureza sobre la expresidenta no por los delitos de su Gobierno – Sacaba, Senkata, gases, respiradores, Gobierno con Brasil, etc., - sino por el supuesto Golpe de Estado en el que es de sobra conocido que no participó como conspiradora, sino en todo caso, como beneficiaria, mientras que las dos cabezas pensantes y ejecutoras, Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, continúan con sus vidas tranquilamente.
¿Podrán Del Castillo – Lima meter en prisión preventiva a Mesa y Camacho? ¿Aceptarán Mesa y Camacho el juicio de responsabilidades contra Áñez para negociar el silencio? Sin duda, la operación de “Salvar a la soldado Áñez” está más que intrincada.