La resaca del 18-O
Los dilemas de Luis Arce
El MAS ha aprendido de lo sucedido en octubre y el equilibrio de fuerzas vuelve a ser más sindical, Arce deberá administrar los deseos sin tener ascendencia sobre ellos



Hugo Chávez eligió a Nicolás Maduro como sucesor poco antes de morir y aguanta el poder a duras penas; Cristina Fernández de Kirchner prefirió poner un mal candidato en Argentina – Sergio Scioli – y volver cuatro años después en otro rol; Rafael Correa se cargó a la espalda a Lenín Moreno para ganar la segunda vuelta en Ecuador y acabó acuchillado. Evo Morales decidió saltarse la Constitución y acabó en el exilio, pero el MAS volvió a ganar en 2020.
Los cuatro Gobiernos representativos de lo que fue la ola de izquierda bolivariana que caracterizó el inicio del siglo en el continente sudamericano han tenido evoluciones diferentes, pero por lo general siguen polarizando el duelo político en sus países.
De todas, es el Movimiento Al Socialismo (MAS) en Bolivia el que ha acabado por protagonizar el relato épico más consistente, tanto por su primera llegada al poder, como por los logros de la gestión del país más pobre del cono sur, como por su posterior caída tras desviar el camino de lo nacional popular y, finalmente, su retorno triunfal tras solo un año de Gobierno alternativo.
Los analistas coinciden en que al MAS le ha favorecido la incapacidad política de la oposición urbana, que no ha sabido interpretar los resultados de 2019 ni ha logrado construir una alternativa popular. Los once meses de Gobierno de Jeanine Áñez se han empleado en demonizar un partido y una gestión de 14 años que, sin embargo, se imitaba ordinariamente – desde las amenazas a los bonos, pasando por los excesos con aviones y escándalos como el de la compra de respiradores -. Los analistas que repetían que el 70% de los bolivianos no querían que volviera el MAS han tenido que reconocer que el 55% sí lo quería, y que si acaso había algún problema con su anterior candidato, Evo Morales, por la cuestión Constitucional.
En la operación “retorno de votos” ha contribuido como nadie el Gobierno de Transición, por encima del propio impacto de la pandemia. La propuesta económica pasaba por el endeudamiento externo, y la amenaza de privatización nunca ha sido despejada. La crisis económica se ha atribuido a la mala gestión de la pandemia y no a la pandemia en sí. Considerar que la solución era un bono de 500 bolivianos ha resultado demoledor.
Desde aquella orilla, aún después de los resultados, se siguen lanzando recomendaciones a Luis Arce sobre lo que debería hacer en la gestión de la economía para enfrentar la crisis que viene, además de recomendaciones varias para conformar el gabinete.
Más allá de eso, desde las propias filas de Pacto de Unidad han surgido voces fuertes que exigen un gabinete popular y de “gente nueva”, que por donde se lo mire quiere decir “sin los Ministros de antes”.
En octubre de 2019 el MAS ganó las elecciones por debajo del 50%, pero fracasó en su intento de reeditar el poder. Las decisiones tomadas en las tres semanas que siguieron a la cita electoral dictaron sentencia: caricaturizar la protesta, confiar en la OEA, etc., pero si algo fue determinante fue la no participación espontánea de los movimientos sociales más allá de algunos levantamientos en El Alto, que no lograron frenar la caída. Senkata y Sacaba fue después.
En octubre de 2019 perdieron los teóricos del culto a la personalidad; después, el MAS ha logrado renovarse en vocerías y articularse en todo el territorio para volver a ganar en octubre de 2020. Arce Catacora sabe que no tiene el control de los movimientos sociales. Los movimientos sociales también saben que no tendrán el control total del gabinete. Dejar a todos contentos es un desafío, pero de ahí a que Arce se convierta en un Lenín Moreno va un trecho. El MAS ha aprendido de sus errores. O tal vez no.