Seguridad, armas y petróleo: cuando Israel e Irán eran aliados
Ahora es impensable, pero Israel e Irán fueron socios cercanos. Durante la Guerra Fría, el sah y el Estado hebreo se unieron contra el panarabismo y la influencia soviética, e incluso los israelíes apoyaron a la nueva República Islámica en la guerra contra Irak. Sin embargo, las diferencias terminar



Israel e Irán parecen estar al borde de una guerra. La escalada a raíz del conflicto en Gaza ya suma el asesinato de los líderes de Hamás y Hezbolá y el bombardeo israelí al consulado iraní en Damasco, así como dos bombardeos iraníes masivos sobre suelo israelí. Del segundo, producido el pasado 1 de octubre, se espera una respuesta de Israel. Pero hace no mucho tiempo estos dos enemigos fueron aliados fieles. En concreto, tras la fundación del Estado de Israel en 1948 hasta bien entrada la Revolución iraní de 1979.
El acercamiento entre Irán e Israel se debió a la lógica de la Guerra Fría. Ambos priorizaron la seguridad ante amenazas comunes frente a la ideología. La amenaza del panarabismo y de la Unión Soviética consolidó unas relaciones que también fueron económicas y energéticas. Incluso tras la Revolución, Israel apoyó al ayatolá Jomeini en la guerra contra Irak. Sin embargo, con la caída soviética y el fin del régimen iraquí, los aliados se convirtieron en rivales acérrimos. Actualmente compiten por la hegemonía regional.
Una alianza por necesidad
En plena Guerra Fría, Israel consideraba que Irán era clave para su seguridad en una región que le era hostil. Irán estaba gobernado por el sah Mohamed Reza Pahlaví, y compartían el temor al panarabismo y la influencia soviética en sus fronteras. El primer ministro israelí David Ben Gurión impulsó entonces la doctrina de la periferia. Esto es, acercarse a los Estados no árabes para salir del aislamiento político, una directriz que también incluía a Turquía. De hecho, Turquía (1949) e Irán (1950, de facto) fueron los primeros países de mayoría musulmana en reconocer al Estado de Israel.
Sin embargo, el reconocimiento le supuso al sah la presión de los Estados árabes y la oposición interna liderada por el nuevo primer ministro, Mohamed Mossadeq. Carismático y líder del antiimperialismo, Mossadeq consideraba a Israel un apéndice de los intereses británicos, pero tras nacionalizar el petróleo fue depuesto mediante un golpe de Estado en 1953 con apoyo del Reino Unido. El sah se hizo con el control de la política iraní, pero para evitar amenazas internas mantuvo las relaciones con Israel en un perfil bajo.
Irán e Israel tuvieron una gran relación bajo la lógica de la Guerra Fría. En materia de seguridad crearon junto con Turquía la alianza Tridente. La agencia iraní SAVAK colaboró con el Mosad israelí frente a los rivales árabes, en concreto Irak. Cooperaron para apoyar a minorías kurdas y debilitar el poder iraquí, e intercambiaban información para garantizar la seguridad interna. En 1977 impulsaron el Proyecto Flower para desarrollar sistemas avanzados de misiles: Irán apostaba por intercambiar petróleo por armamento, y en los años setenta firmó acuerdos como este por 1.200 millones de dólares pagados en dinero y en especie.
La seguridad abrió el camino a otras áreas de cooperación. La cúspide fue la empresa conjunta del oleoducto Eilat-Ashkelon que suministró petróleo a Israel. Irán llegó a ser el principal suministrador del Estado hebreo durante sus guerras con los países árabes, y fue clave al no participar en el embargo del petróleo por parte de estos Estados en 1973. La relación se extendió a la agricultura y los recursos hídricos, donde Israel proporcionaba conocimiento y formación.
También hubo cooperación en materia migratoria: desde la creación del Estado de Israel, Irán facilitó un paso seguro para la comunidad judía de Irak. En el colectivo judío está presente un acontecimiento histórico: la liberación de los judíos por parte del emperador persa Ciro el Grande en el año 539 a. C. para permitir su retorno a la tierra prometida. Hoy en día, Irán es el segundo país con más judíos de Oriente Próximo.
Para Israel, Irán era un socio comercial fiable. Según datos oficiales de Israel, las importaciones israelíes desde Irán suponían 1,3 millones de dólares en 1967 y 5,8 millones en 1977. Mientras, las exportaciones hacía Irán en 1970 suponían 22,3 millones y alcanzaron los 103,2 millones en 1977. Para Irán, la cooperación con Israel iba en línea con la Revolución Blanca, mediante la cual el sah quería modernizar la sociedad acorde con las tendencias occidentales. Sin embargo, la relación pronto empezaría a torcerse.
De la cooperación al distanciamiento
Irán e Israel empezaron a distanciarse debido a los cambios geopolíticos regionales y a la situación iraní. Por un lado, Estados Unidos e Israel estrecharon su relación. Washington priorizaba el suministro energético y la amenaza del comunismo, por lo cual las victorias israelíes frente a los Estados árabes, la paz con Egipto en Camp David y la cuestión de Palestina fueron reforzando los vínculos. Por otro lado, el sah empezó a quedarse aislado y se acercó a Irak y Egipto. Con Irak firmó el acuerdo de Argel de 1975 para poner fin a las disputas territoriales, que acabaría rompiéndose tras la Revolución iraní, mientras que con Egipto se acercó también bajo el paraguas estadounidense.
Sin embargo, Irán y Estados Unidos ya tenían roces. Chocaban por las negociaciones para una apertura política y por la venta de armas, que iba en contra de la agenda del presidente Jimmy Carter a favor de los derechos humanos. Todo ello coincidió con el período revolucionario en Irán. Para evitar el avance del comunismo, Estados Unidos dio su visto bueno a la entrada del ayatolá Jomeini, quien marcó la agenda de la Revolución islámica. Finalmente, en la conferencia de Guadalupe, los principales líderes occidentales decidieron que el sah debía marcharse y apostaron por la interlocución con Jomeini, que triunfó en 1979.
La nueva República Islámica de Irán representaba una amenaza para Israel, pero la relación siguió siendo pragmática. El factor fundamental era la amenaza común de Irak, desde 1979 liderado por Sadam Huseín. Irak e Irán se enfrentaron en una guerra desde 1980 hasta 1988, e Israel apoyó a los iraníes para debilitar al régimen iraquí. Pese al embargo estadounidense, el 80% del armamento comprado por Irán venía desde el Estado hebreo. Huseín consideraba a Israel el rival más hostil de la región, e Israel temía sus ambiciones regionales de liderar el proyecto panarabista. Además, el líder iraquí rechazó los acuerdos de Camp David y abanderó la lucha antisionista apoyando a los grupos palestinos contra Israel.
Si bien la retórica de Jomeini era de rechazo a Israel y al sionismo, el contexto era de supervivencia. Para Israel era importante que Irak no derrotara a Irán, ya que así contaba con un contrapeso frente a sus enemigos regionales, y para Jomeini la prioridad era afianzar el régimen. Al mismo tiempo, a Israel le beneficiaba la guerra para ganar poder regional, y no consideraba a la República Islámica una amenaza al estar sumida en luchas internas mientras se consolidaba. Pero una vez terminó la Guerra Fría y Estados Unidos derrocó a Sadam Huseín, los intereses de ambos países divergieron y abrieron paso a la hostilidad actual.
Irán e Israel pugnan por la hegemonía
Israel empezó a considerar a Irán un rival directo hacia 1997. En el país, entonces gobernado por el actual primer ministro Benjamín Netanyahu, existía un debate sobre la posición hacia la República Islámica. Netanyahu tenía como objetivo principal paralizar el proceso de paz con los palestinos, e Irán podía servirle de contención frente a los países árabes, mientras que Teherán se beneficiaba de no ser objetivo de Israel. Sin embargo, para entonces el régimen de los ayatolás había asentado su ideología revolucionaría y antisionista, se estaba desarrollando militarmente y empezaba a impulsar su programa nuclear no civil.
Con esa rivalidad en auge, lo que terminó de decantar la postura de Israel contra Irán fue la agenda de Estados Unidos. A raíz del 11S y la guerra contra el terror declarada por el presidente George W. Bush, Washington situó a Irán en el “eje del mal” y tenía el objetivo de derrocar a Sadam Huseín. Incluso en 2002 Israel alertó a Washington de que Irak era necesario para contrarrestar a Irán. Ante la imposibilidad de acercarse a Estados Unidos y la amenaza que suponía la invasión para el régimen, Irán apostó por reorganizarse bajo la presidencia del islamista conservador Mahmud Ahmadineyad y por la confrontación. Finalmente, la invasión estadounidense de Irak en 2003 terminó de romper los puentes entre Irán e Israel.
Sin una gran amenaza común que justifique una relación, Irán e Israel han apostado por la confrontación para sobrevivir. La República Islámica ha trazado una estrategia de disuasión regional articulando el Eje de la Resistencia chií frente a Israel y Estados Unidos, una alianza que incluye a Hezbolá en Líbano, Hamás en Palestina o al régimen sirio, entre otros miembros. Asimismo, impulsó su programa nuclear, frente al cual Estados Unidos respondió liderando sanciones para debilitar la economía del país, y que sigue sobre la mesa. Por su parte, el objetivo de Israel es perfilar a Irán como una amenaza existencial e internacional, como cuando rechazó el acuerdo nuclear de 2015 entre las potencias atómicas y la República Islámica.
Todo se ha acelerado con la guerra en Gaza. La respuesta de Israel a los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 ha derivado en la crisis actual. Israel ha matado en Teherán al líder de Hamás, Ismail Haniya, en Líbano al de Hezbolá, Hasán Nasrala, y a varios altos mandos militares en el consulado iraní en Damasco. Irán, por su parte, ha llevado a cabo los dos primeros bombardeos de su historia sobre suelo israelí con cientos de misiles. En este nuevo ciclo bélico está en juego tanto la supervivencia política como la hegemonía regional. El Eje de la Resistencia ha quedado debilitado, pero Irán trata de buscar credibilidad en que puede responder a Israel y en amenazar con desarrollar el arma nuclear. Entretanto, Israel seguirá marcando la agenda regional para justificar el aislamiento de iraní y la política bélica de Netanyahu.
Por ahora no habrá vuelta al pasado
Irán e Israel se entendieron por necesidad y después por pragmatismo pese a las diferencias ideológicas. En el segundo caso fue durante la guerra entre Irán e Irak, en la cual tenían una amenaza externa común. Sin embargo, pese a esos precedentes, hoy en día ambos países están más lejos que nunca de un posible acercamiento. De hecho, además de su antagonismo directo tienen otro frente donde rivalizan: la causa palestina. El ayatolá Alí Jamenei y Netanyahu la aprovechan para alejar la vía diplomática y fomentar el conflicto tanto para marcar posiciones regionales como para consolidar sus respectivos Gobiernos.
Precisamente, un acercamiento sería posible con un cambio en los liderazgos o en los sistemas políticos de uno o los dos países. Netanyahu ha apelado a un cambio de régimen en Irán para garantizar la paz regional, pero también para garantizarse su poder en Israel con tres periodos a sus espaldas. No obstante, cualquier cambio radical también iría de la mano de un nuevo mapa en Oriente Próximo. A día de hoy no existe ni voluntad por parte de Jameneí ni de Netanyahu: ambos prefieren el conflicto para permanecer en el poder.
En el caso de Irán, es probable que el régimen afronte una crisis tras la muerte de Alí Jamenei, que tiene 85 años. Hoy en día no existe un consenso sobre el futuro líder supremo. Desde 1979, la República Islámica ha dependido de su condición revolucionaria y de la propia estrategia de los ayatolás para seguir en el poder. Esto ha debilitado a las demás instituciones, sobre todo al presidente, y ha beneficiado a la Guardía Revolucionaria. El régimen carece de nuevos liderazgos carismáticos, más aún con una población joven cuya media de edad es de 33 años, alejada de la Revolución y con el recuerdo de las protestas derivadas por la muerte de Mahsa Amini en 2022. Cualquier continuidad tendrá que contar con la decisión de la Guardia Revolucionaria, que intentará mantener al menos su poder económico en cualquier transición.
Un hipotético Irán alejado de la retórica revolucionaría tendría más posibilidades de acercarse a Israel. Pero esto implicaría la derrota de su sistema y, por consiguiente, un equilibrio de poder a favor del Estado hebreo, bien por la crisis iraní o bien a través del conflicto. En el escenario actual, sin grandes amenazas comunes, sólo desde la hegemonía de uno u otro país podría haber acercamiento. Fue el caso cuando nació el Estado de Israel, que buscaba su supervivencia, e Irán partía de una posición de poder. Ambos países consolidaron una relación de seguridad frente a sus enemigos y dieron paso a la cooperación económica.
Con todo, las relaciones entre Israel e Irán también dependerán de la pugna entre las grandes potencias, que no quieren una guerra regional. Estados Unidos busca alejarse de Oriente Próximo para centrarse en Asia y evitar otro conflicto sobre todo en año electoral, aunque ni Kamala Harris ni Donald Trump le soltarán la mano a Israel. China también busca estabilidad: es el principal comprador del petróleo iraní y ya cerró un acuerdo económico para los próximos veinticinco años. Rusia, por su parte, tiene una relación militar con Irán sobre todo a raíz de la invasión de Ucrania, y priorizaría la supervivencia del régimen. Por tanto, Israel y la República Islámica seguirán necesitándose, al menos para justificar en el otro una amenaza existencial.