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“De mayor quiero ser hacker”, la historia de Julian Assange

Una infancia nómada y difícil, sin apenas contacto con su padre biológico, marcó la personalidad de Julian Assange

Internacional
  • Rafael Ramos para La Vanguardia
  • 28/06/2024 17:46
“De mayor quiero ser hacker”, la historia de Julian Assange
Julian Assange se dirige al público concentrado frente a la embajada de Ecuador en Londres, en febrero de 2016
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Hombre de treinta y seis años, 1,89 de altura, intereses profesionales varios como escribir libros, periodismo internacional, documentales, criptografía, cuestiones de inteligencia, derechos civiles, activismo político, delitos de guante blanco y el Internet, muy puto, busca sirena para lío amoroso, tener hijos y ocasionales conspiraciones criminales”, escribió en el 2006 un tal Harry Harrison en su perfil de la web de citas OKCupid .

Harry Harrison era Julian Assange y su perfil sólo iba medio en broma, o un veinticinco por ciento en broma. Por aquel entonces compartía apartamento con otros estudiantes en Melbourne, ya se las había tenido con la justicia australiana, incurrido en diversas actividades delictivas, y soñaba con crear una especie de insurgencia informativa idealista y anti establishment que hiciera tambalearse al sistema. Es lo que unos pocos años después sería Wikileaks, pero con unas dimensiones que ni siquiera él mismo podía haber imaginado cuando buscaba ligues en la web de citas.

Quizás imaginaba que su cruzada podría traerle problemas con la ley, pero seguramente no que los Estados Unidos le acusarían de diecisiete delitos de traición con la amenaza de 175 años de cárcel o incluso la pena de muerte. Ni que la justicia de cinco países se vería involucrada en su caso. Ni que se pasaría doce años privado de libertad, entre los que estuvo escondido en la embajada ecuatoriana en Londres -viendo desde un ventanuco cómo la gente entraba con las manos vacías de los grandes almacenes Harrods, y salía llena de paquetes- y en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, en el sudeste de la capital.

El Julian Assange que ayer subió a un avión rumbo a las Islas Marianas y de ahí a la libertad tiene muy poco que ver con el adolescente australiano al que su madre regaló con 14 años su primer ordenador, un acontecimiento en apariencia inocuo pero que -haciendo buena la teoría de que si una mariposa mueve las alas en Hawái puede producirse un tsunami al otro lado del planeta- afectaría en el futuro a muchas vidas y cambiaría al curso, si no propiamente de la historia, sí de la política y la diplomacia.

Tiene una inteligencia extraordinaria y un carácter muy difícil, propenso a cambios vertiginosos de humor

La compleja personalidad de Assange -individuo de extraordinaria inteligencia, con una vena autista, propenso a arrebatos de ira y cambios bruscos de humor- tiene su origen en una infancia turbulenta en la que apenas tuvo trato con su padre biológico y llevó una vida de nómada con su madre y su padrastro, que trabajaban en una troupe teatral que recorría el país de un lado a otro y formaban parte de la escena contracultural. Bueno en física y matemáticas, aquel primer ordenador despertó en él una pasión, y le abrió el camino a convertirse en hacker juvenil. Lo de abanderado de la libertad de prensa vendría después.

El futuro fundador de Wikileaks estudió en treinta y siete escuelas diferentes, y salió de ellas sin ningún tipo de cualificación. Pero con menos de veinte años era ya el hacker más pulido de Australia, y había fundado con dos amigos una revista underground que enseñaba cómo entrar en los sistemas telefónicos para hacer llamadas gratis. En 1991 penetró por primera vez en la red de datos del Ministerio de Defensa de los Estados Unidos y en el de las universidades de su país, un simple aperitivo de lo que vendría después.

Pero Assange, con un carácter paranoico no del todo injustificado, tenía la sensación de que la policía le seguía los pasos muy de cerca, de manera que borró todos los discos y el material que tenía, y se fue a vivir de okupa con su novia (al poco tiempo se casaron y tuvieron un hijo, pero la relación se rompió y ella se fue con el bebé, provocando una aguda depresión en el hacker, que tuvo que ser hospitalizado). Durante un tiempo vivió a la intemperie, entre bosques de eucaliptus, con el cuerpo lleno de picaduras de mosquitos.

Finalmente capturado y acusado, la ausencia de antecedentes penales le permitió esquivar una pena de prisión, y ahí comenzó la segunda vida de Assange, que se sentía víctima de una gran injusticia, sin más recursos económicos que una pensión como padre soltero, porque para entonces había obtenido la custodia de su hijo. De esa rebeldía nació la idea de fundar una empresa que se llamaría Wikileaks, y se lo contó a amigos activistas medioambientales y anticapitalistas radicales, que era el círculo en el que se movía.

Su madre le compró con catorce años el primer ordenador, y ahí nació su deseo de convertirse en hacker

Su primer golpe fue la publicación de un vídeo en el que se ve a un helicóptero norteamericano matando a dos periodistas de Reuters, y poco después cayeron en sus manos cientos de miles de documentos y cables secretos del Departamento de Estado y el Pentágono relatando todo tipo de asesinos, secuestros, rendiciones extraordinarias y operaciones ilegales. Tras un fin de semana en Estocolmo, dos mujeres lo acusaron de violación y abuso sexual, obligando a intervenir a la fiscalía sueca, que eventualmente retiró los cargos. Pero entonces el Reino Unido emitió una orden de arresto contra él por incumplir los términos de su libertad provisional, y decidió refugiarse en la embajada ecuatoriana, donde conoció a su actual esposa, Stella Morris, con la que tuvo dos hijos en cautividad.

Ahora por fin, con 52 años, va a poder disfrutar de la vida en familia, sin la espada de Damocles de una penitenciaría de máxima seguridad. Para muchos, como un gran defensor de la libertad de información. Para otros, como un delincuente y un traidor que ha puesto en peligro muchas vidas. Como dice el personaje de Johan Strauss en la ópera El murciélago , chacun à son goût ... Que cada uno piense lo que quiera.

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