Los discretos acuerdos entre Biden y Xi Jinping no ocultan la discordia
El escenario también importa. La reunión entre los presidentes de Estados Unidos y China, Joe Biden y Xi Jinping, se celebró en la mansión Filoli, en el área de San Francisco, un recinto de lujo erigido en la era de la fiebre del oro en el que aún resuena la música de Hollywood.
Aunque hoy este sitio es visitable, y titanes de Silicon Valley festejan sus bodas, esta histórica residencia estuvo el miércoles cerrada a cal y canto. Un enorme cordón de seguridad impidió tan siquiera acercarse para que Xi ni viera ni oyera los manifestantes críticos.
Pero sus estancias son muy conocidas para ciudadanos de todo el mundo. Esta casa se usó de plató en la serie Dinastía, popular en la década de los ochenta. Fue un éxito global en el que se jugaba con las apariencias y las puñaladas por la espalda.
Esa dualidad contradictoria marcó el encuentro de los mandatarios de las dos grandes potencias económicas y militares.
El cara a cara, el primero en un año, sirvió para mostrar la cara amable y tratar de estabilizar una relación deteriorada en los últimos meses por el derribo de los globos de espionaje sobrevolando Norteamérica, la tensión en Taiwán, las numerosas intercepciones de aviones estadounidenses en espacio internacional o la confrontación en las disputadas aguas de Filipinas y del mar de China.
Al final se anunciaron acuerdos modestos que no ocultan la discordancia entre las dos grandes potencias mundiales. Sus intereses transitan por carreteras en dirección contraria.
Un experto en China definió el contexto con un colorido dicho: “Ambas partes admitieron que no pueden orinar en el mismo recipiente, pero prometieron no orinarse el uno en el otro”. De manera más diplomática, Xi lanzó una frase que ha tenido eco. “El planeta Tierra es suficientemente grande para el éxito de los dos países”, dijo.
Tras Biden, Xi fue a una cena con empresarios, donde habló de pandas, ping pong y cortejó inversiones
Hay quien, en Estados Unidos, duda de esta afirmación, como de otras promesas que ha dejado el líder chino sin cumplir en su hoja de ruta. Hubo un acuerdo para recuperar los canales entre militares. En otras ocasiones esto fue papel mojado para Xi. Los mismo ocurre con el pacto de combatir la invasión de fentanilo en EE.UU. recortando la exportación china de las sustancia químicas, sobre todo a México, para elaborar ese veneno. No faltó quien recordó que no es la primera vez que se anuncia algo similar.
Quedó claro que no tenían mucha sintonía, o menos de la que pretendieron fingir en público. Al final no hubo comunicado conjunto ni comparecencia compartida ante la prensa.
Sus destinos en la noche californiana se bifurcaron.
Biden compareció ante la prensa para calificar la reunión como una de “las más constructivas y productivas”, en la que se habían hecho “importantes progresos” para estabilizar las relaciones entre los dos gallitos.
En su papel de anfitrión reiteró que hace más de una década que se conocen ellos dos. Si bien no habló de amistad, remarcó que ambos valoran su conversación como una pieza para evitar errores peligrosos.
Fue al dejar la sala cuando Biden cavó la zanja divisoria. Una periodista le cuestionó si sigue pensando que Xi es un dictador, como lo definió hace unos meses, enfureciendo al Ejecutivo chino. “Sí, lo es. Es alguien que gobierna un país que es un país comunista”, aclaró.
Al margen del fentanilo o el cambio climático, ninguno de los temas que realmente les confrontan se trataron. Durante la conversación, Xi insistió en su determinación de unificar Taiwan con China, sin aludir al potencial uso de la fuerza. Y denunció “los esfuerzos inútiles” de Washington para contener a China, pero aceptó que las restricciones tecnológicas impuestas por EEE.UU. le está penalizando.Incluso mostró su enfado porque los controles de inversiones y exportaciones “causan un serio daño a los intereses legítimos de China”.
Los grandes temas se trataron de pasada,si bien Xi insistió en su ambición de incorporar Taiwán
Mientras Biden afrontaba a los medios para exhibir cómo la diplomacia afronta a los autócratas, Xi se fue a una cena, a 2.000 dólares el cubierto, con los directores ejecutivos de las grandes empresas del país rival. Ahí habló de pandas (sugirió su regreso a EE.UU.), de ping pong y, sobre todo, de puertas abiertas en el gigante asiático para sus inversiones. El dinero no sabe de patrias ni derechos humanos o dictaduras.
Hay quien ironizó que la reunión con Biden era una tapadera para la cena de negocios.