¿Sin alternativa al centralismo?

No habrá solución mágica a la crisis sin la participación de sus departamentos: La autonomía es el camino para hacer un país más próspero, más eficiente y mejor

Una de las particularidades que tiene el sistema electoral boliviano, aunque no único, es que todos los partidos que quieran concurrir a las elecciones nacionales deben tener una aspiración de poder y un candidato a presidente, y por ello, una sigla de ámbito nacional. Esto sucede en la mayoría de los países de nuestro entorno, pero no en otras democracias avanzadas, donde por ejemplo existen partidos de ámbito regional que aspiran no a presidir el país, sino a tener una cantidad suficiente de diputados que conformen una bancada, tengan voz propia, expongan las necesidades de la región y, en última instancia, sean claves para la gobernabilidad y así lograr beneficios para su región.

Es curioso que esto suceda en un país altamente regionalista, donde collas y cambas están a la que salta, los de este municipio pelean con el municipio de al lado, los de esta comunidad con los que aquella comunidad, y los de este barrio con los de este barrio. A la hora de votar, todos se ven obligados a pensar en el país porque simplemente, nunca se les ha dado una alternativa.

Es verdad que siempre hay cuotas y que cualquier aspirante a la Presidencia busca a su pareja de fórmula “camba” para que le traiga votos (o viceversa, aunque se da poco); que los “grandes” partidos buscan alianzas con los partidos regionales concediendo puestos de senador o diputado en franjas de seguridad y apoyo recíproco para las subnacionales, y que ha habido fórmulas que han logrado siglas nacionales – como Sol.bo o Demócratas – sin que su implantación más allá de su reducto de poder – La Paz ciudad y Santa Cruz – haya sido real.

Un gobierno ajeno a las necesidades regionales y un parlamento donde no caben las voces locales acaba siendo un instrumento lejano que no sirve para solucionar los problemas de verdad

En la última elección se dio incluso el caso de la opción Podemos, liderada por Luis Fernando Camacho, quien apenas salió del oriente para hacer campaña, cuyo objetivo declarado era ser presidente, pero el obvio era tener una bancada propia fuerte para condicionar el futuro. Se quedó corto y las consecuencias se pagaron rápido.

La conformación artificial de alianzas a nivel nacional, diluyendo las aspiraciones regionales en un bloque siempre centralista incapaz de gestionar las prioridades – como se evidenció en 2005, en 2009, en 2014 y en 2020 – deriva siempre en casos de debilidad política y transfugio político: hoy quien fuera el líder del principal partido de la oposición apenas “controla” a la mitad de su bancada.

La Ley de Partido contempla la posibilidad de registrar una candidatura apoyada por nueves agrupaciones departamentales, una de cada departamento, pero nadie se ha atrevido siquiera a explorar esa posibilidad. Bolivia es un país centralista donde unos votos se superponen a otros, que ha ignorado su decisión constitucional de constituirse en estado autonómico y que además, ni quiere hacerse responsable del desastre financiero que ha provocado, sosteniendo estructuras ineficientes tratando de gestionar asuntos básicos desde la lejanía y el desconocimiento en lugar de transferir las competencias para garantizar una gestión directa y próxima con el ciudadano y sus necesidades.

Es en los tiempos de crisis cuando se deben poner a discusión todas las alternativas. Un gobierno ajeno a las necesidades regionales y un parlamento donde no caben las voces locales acaba siendo un instrumento lejano que no sirve para solucionar los problemas de verdad. Bolivia es hoy lo suficientemente madura para asumir su decisión de ser autónoma, de ser plurinacional y diversa.

No habrá solución mágica a la crisis sin la participación de sus departamentos. Abramos el debate y seamos conscientes antes de que la demagogia nos vuelva a poner frente al espejo del fracaso. La autonomía es el camino para hacer un país más próspero, más eficiente y mejor.


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