La infancia y el futuro de Bolivia

Es urgente movilizar los recursos necesarios para acabar con la pobreza extrema y a la par, fomentar programas que le permitan un desarrollo físico e intelectual pleno

Cada 12 de abril viene normalmente precedido de mucha fanfarria en Bolivia con motivo del festejo del Día del Niño. Tal día como ese en 1952 la Organización de Estados Americanos (OEA) y la agencia especializada de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), redactaron la Declaración de Principios Universales del Niño, para protegerlos de la desigualdad y el maltrato, y aunque la ONU acabó adaptando el 20 de noviembre como Día Internacional del Niño, pues se adoptó la declaración Universal como tal en 1959, en Bolivia cuatro años ya se había adoptado el 12 de abril como Día dedicado a la Infancia.

Por lo general el Día se convierte en una sucesión de anécdotas festivas por un lado, y algunas promesas y compromisos políticos por otro, sin embargo convendría abrir una reflexión profunda que ponga a los niños en el centro de la discusión política y social, un mecanismo estratégico que nos permitiría tomar decisiones a más largo plazo y con mayor impacto.

Los derechos de la infancia son derechos humanos. Son innegociables y universales, pero, en la actualidad, son demasiados los lugares donde los derechos de los niños y niñas se malinterpretan o se ignoran, y también han proliferado los lugares donde se deniegan o atacan estos derechos fundamentales

La Convención de los Derechos del Niño, la más universal de los tratados internacionales, establece una serie de derechos para los niños y las niñas, incluidos los relativos a la vida, la salud y la educación, el derecho a jugar, a la vida familiar, a la protección frente a la violencia y la discriminación, y a que se escuchen sus opiniones. Se trata de derechos cuyo ejercicio implica que los adultos, sean familias, políticos, maestros, etc., asuman responsabilidades concretas.

Los derechos de la infancia son derechos humanos. Son innegociables y universales, pero, en la actualidad, son demasiados los lugares donde los derechos de los niños y niñas se malinterpretan o se ignoran, y también han proliferado los lugares donde se deniegan o atacan estos derechos fundamentales. Bolivia no es una excepción y si se ha avanzado más o menos durante los años de bonanza económica, mejorando los colegios y los planes de estudio, siguen quedando muchos vacíos que llenar, que en tiempos de crisis económica se convierten en casi inalcanzables.

Bolivia es un país joven, pero nuestro índice demográfico está variando, la tasa de natalidad ha bajado radicalmente y el crecimiento se ha ralentizado, sobre todo en las ciudades. Todo esto tendrá consecuencias sobre nuestra infancia y en nuestras manos está que sean las más positivas.

En el país siempre ha habido problemas recurrentes a la infancia: un alto índice de niños trabajadores bien por necesidad, bien por ayuda; un alto índice de niños que crecen en familias desestructuradas o con muchas carencias emocionales, y muchos que crecen con carencias básicas. Niños a los que les falta comida y ropa, que crecen desnutridos y expuestos a enfermedades, y en este sentido, los programas de atención pública siempre han sido escasos e insuficientes para atender estas necesidades incluso en bonanza, peor en tiempos de crisis donde incluso los Hogares están quedando a merced de la caridad.

Es urgente movilizar los recursos necesarios para acabar con la pobreza extrema de los niños y a la par, seguir fomentando los programas que les permiten un desarrollo físico e intelectual pleno.

Celebremos a la infancia, pero, además, no dejemos de pensar en los cambios estructurales y en las inversiones necesarias para que la próxima generación crezca más fuerte, más sabia, más creativa y más capaz de liderar el país hacia tiempos mejores.


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