La resistencia del gas

Aunque la ruta de la transformación energética está marcada, los tiempos se han pausado y Bolivia debe ser capaz de “raspar la olla” del gas antes de lanzarse a nuevas aventuras

Como el problema principal del Ministerio de Hidrocarburos ha pasado a ser la provisión de combustibles en plazo y forma, algo que afortunadamente se mantiene controlado estas semanas, y el futuro viene enmarcado en forma de contratos de litio, el asunto matriz de la cartera y la piedra angular sobre la que se construyó el desarrollo de los últimos quince años ha pasado a un segundo plano: el gas.

La producción de gas sigue siendo esencial para la economía nacional, no solo por lo que reporta a las arcas del Estado, sino porque muchos sectores productivos dependen de él, como el transporte urbano y muchas industrias manufactureras como las ladrilleras o cerámicas.

La situación actual es difícil por la dejación de funciones de años atrás: los pozos se explotaron a toda velocidad para cumplir con las obligaciones de exportación y la exploración se limitó a una política de “incentivos” que nunca le interesó a las grandes transnacionales, más ocupadas en experimentar con las técnicas no convencionales o apostar por la transformación hacia energías limpias.

En 2015 ya habían sonado todas las alarmas por la no reposición de reservas y el ministro al mando recibió el encargo de priorizar ese aspecto por sobre la industrialización del gas – que en definitiva paralizó – u otras áreas del negocio. La estrategia sin embargo se limitó a la mencionada política de incentivos para quienes encontraran más gas más rápido, y a autorizar el ingreso en áreas protegidas naturales, que pese a tener contratos, no se han viabilizado.

Tarija fue escenario particular de los últimos fracasos. Boyuy fue un esperpento, pues según ha ido explicando la operadora, fue el Ministerio quien incentivó a continuar con una perforación que se promocionó como “la más profunda de Sudamérica”, pero que resultó improductiva. Poco después el fracaso fue en el Jaguar X6 y hace menos se rompió un taladro en Astilleros sin que se hayan vuelto a dar noticias al respecto.

El Ministerio y YPFB tienen planes de reposición en marcha y son optimistas, no solo en las áreas tradicionales, sino sobre todo en el norte del país, donde quizá con cierta precipitación se anunció un megacampo similar a Margarita, Mayaya Centro, aunque quedaba pendiente la confirmación de varios parámetros.

La cuestión, en cualquier caso, es que la industria de los hidrocarburos sigue siendo de principal interés para Bolivia y no se debería perder demasiado tiempo. El mundo entero ha marcado la hoja de ruta hacia el auto eléctrico con baterías de litio y la transformación profunda de la matriz energética, pero lo cierto es que el gas natural se ha definido como combustible de transición y el rol revitalizado de Rusia y EEUU en el mercado energético con fuentes tradicionales le da cierta pausa a las urgencias, que no al planeta, pero que de alguna forma deberíamos ser capaces de aprovechar siendo como somos un país con emisiones negativas (pese a los incendios) y con mayores vulnerabilidades al cambio climático.

Para los proyectos de Estado nunca debería ser demasiado tarde. Es urgente “raspar la olla” del gas, concentrar los esfuerzos y encontrar los caminos que beneficien al conjunto del país en un tema que es tangible, antes de aventurarse con otros rubros que requieren, sin duda, una nueva vuelta de análisis.


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