El negocio de la educación
Lo cierto es que va urgiendo un estudio a profundidad de la eficacia del gasto de las familias en este tipo de educación
Junto a la salud, la gran promesa de cada elección es la de mejorar la educación en Bolivia. La promesa queda bien en cualquier sitio y es algo que hace años se viene inculcando, en gran medida porque es verdad: una buena educación para todos elimina las trabas sociales y atrasos cognitivos de los niños adquiridos en su contexto cultural e iguala las oportunidades de acceso al mercado laboral.
La teoría suena bien y no hay político que no la suscriba, incluso los más libertarios cuando se omiten las palabras centrales: educación pública y gratuita. Es evidente que la mayor inversión que puede hacer un Estado es en la formación de sus ciudadanos, pero aún así la partida presupuestaria sigue derivada al gasto público.
El asunto tiene una materialización específica, ante el fiasco de la educación pública - que tiene más de relato que de realidad viendo los pocos resultados objetivos que se obtienen en el país -, las clases medias han apostado masivamente a la educación privada para darles a sus hijos lo que se supone es lo mejor para el futuro: una educación de calidad que se convierta en el verdadero ascensor social.
Si algo ha crecido sustancialmente con el Movimiento Al Socialismo (MAS) en las últimas dos décadas son las plazas educativas del sector privado, especialmente en las universidades, sin embargo, los baremos objetivos no acaban de explicar este tipo de comportamientos sociales.
En Tarija, pero también en muchos otros departamentos, la inversión en unidades educativas ha sido fuertes y prácticamente el 100% de los colegios han sido renovados en los últimos 20 años. Además, el incremento de los salarios del personal docente también ha sido sustancial, y ha permitido que muchos de ellos se dediquen con mayor profesionalidad a la educación de sus alumnos sin tener que triplicar sesiones para llevar un sueldo digno al hogar.
Mientras, las pensiones se han disparado sin que detrás haya una apuesta real por la calidad en la educación privada que haga la diferencia. El principal indicador es el número de estudiantes por docente, y en los colegios privados se supera de largo los 35 por aula, una cantidad que físicamente impide la atención personalizada como reconocen los propios docentes.
Hay varias formas de intentar hacer realidad la promesa de mejorar la educación. Es posible que se eleve el gasto público en esa materia, que se contraten más docentes, se bajen los ratios, se contraten especialistas, se ofrezcan más experiencias vivenciales, etc., o es posible que se amplíen las concesiones a colegios privados.
Lo cierto es que va urgiendo un estudio a profundidad de la eficacia del gasto de las familias en este tipo de educación, que más allá de delinear una burbuja , es posible que no esté dando los resultados esperados para competir en un mundo que exige más especialización y apertura.
El debate sobre la educación sigue siendo una de las grandes tares pendientes de nuestro tejido social y político.