Los tiempos del Estado Plurinacional

El concepto nunca estuvo demasiado claro ni siquiera para sus promotores; años después, la Autonomía no se ha desarrollado y las decisiones comunales “molestan”

Los símbolos son importantes dentro de la batalla cultural, y el Día del Estado Plurinacional se fundó precisamente en esa idea. Pretendía rivalizar con el 6 de agosto en esa idea de inicio de las cosas. Pretendía dejar atrás dos siglos de República criolla para iniciar una cuenta como Estado indígena, o más bien, cholo. Quería ser símbolo de una nueva revolución popular que cambió algunas normas, pero sobre todo, abrió puertas. Sin embargo, en la práctica quedó como el aniversario de los años de Evo Morales en el poder y sobre todo, la posibilidad de un fin de semana largo en pleno verano al que nadie supo decir que no.

Este 22 de enero llega un tanto trastabillado, pues es miércoles y queda una eternidad hasta Carnaval; llega además en un año del Bicentenario que es electoral, por lo que ya hay empacho de “días históricos” y eso que no ha hecho más que empezar. Además, la crisis económica ya amenaza los pilares del proceso y el MAS anda midiendo legitimidades a cuchilladas. Aún así, sigue siendo un buen momento para analizar el estado de las cosas en el marco de la Plurinacional, que por el momento no son muy esperanzadoras para nadie

El concepto de la plurinacionalidad es de por sí complejo de entender, ya que implica reconocer soberanías dentro de las mismas fronteras nacionales, es decir, pueblos con identidades propias diferentes y que sirven más para separar entre hermanos que para unir, y decir esto en un país tan mezclado y abigarrado como el nuestro es palabra mayor.

Para nuestro pensador de referencia, Andrés Soliz Rada, la materialización del indigenismo exacerbado en un hipotético reconocimiento de la “plurinacionalidad” de Bolivia implicaba la atomización del territorio y la pérdida de la soberanía nacional en favor de pequeños grupos vulnerables fácilmente conquistables por cualquier poder transnacional que quisiera meter las narices en la tierra, a ver qué había, pero el debate pasó como una exhalación. Las cosas ya estaban decididas.

En aquella Constitución que pretendía ser un canto a los pueblos indígenas más que por las convicciones reales, por la proyección mundial que daba a Bolivia, se acabó incluyendo la autonomía departamental después de una lucha dura en los diferentes escenarios de poder. Un cambio trascendental visto cómo ha transcurrido después el interés de la política y la gestión en el país.

Lo cierto es que ni las autonomías departamentales ni las indígenas se han materializado mínimamente como para evaluar la cualidad del proceso, y en estas ya van catorce años de Estado Plurinacional controlado, salvo un año, por aquellos que idearon un proceso que no arranca y que probablemente es mejor que no arranque.

El problema es que con el paso del tiempo y en medio de una deriva de polarización, el concepto se ha convertido en un elemento que divide a unos contra otros, como si nos faltaran ya elementos para pelear como una sola nación. Por ello, urge una reflexión urgente en el nivel político, pues lo que en su momento resultó un pacto de Estado hoy es una amenaza.

Las elecciones de 2025, como viene siendo habitual en todo el mundo, están engendrando ese algo apocalíptico donde las diferencias se plantean como asuntos de vida o muerte y en las que gane quien gane, proclamará el inicio de un ciclo nuevo poderoso y virtuoso que, en el fondo, reclama autonomía para cambiar las cosas a su antojo.

El Estado Plurinacional es una de esas cosas a las que señalan los más radicalizados cuando se les pregunta por qué cambiar. Pronto veremos en qué quedarán todos estos anuncios.


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