La Autonomía Regional y la cohesión nacional

Tarija y el Chaco tienen una vocación de autogestión que corre por sus venas más profundas y reprimirlo solo generará resentimientos.

Hay dos asuntos evidentes en este momento coyuntural de la historia de nuestro país. Uno es que atravesamos una crisis económica no  tan compleja que tiene un origen en la incapacidad de “producir dólares” luego de que se acabara la bonanza del gas y sus contratos, y el otro, el fracaso estrepitoso del modelo autonómico, que tiene un origen todavía menos complejo que el anterior: el gobierno central nunca lo quiso.

Los efectos de una y otra cuestión se evidencian en todo el país, pero como en ninguno se aprecian los impactos como en la Región Autónoma del Gran Chaco en Tarija, un mastodonte institucional construido pensando exclusivamente en el presente y que a estas alturas se ha convertido en un monstruo que amenaza la propia raíz chaqueña, de alma aventurera e independiente desde mucho antes de que se conceptualizara la autonomía como oportunidad de gestión política.

La Autonomía Regional fue una solución creativa que debería haber permitido cohesionar el departamento para sumar fuerzas en la demanda principal, que es reformar el centralismo secante que sigue ahogando a este país, pero no fue suficiente

El Gran Chaco Americano es la segunda región ecológica más importante de Sudamérica y su acuífero vital para todo el cono sur, y al igual que la Amazonia, sus condiciones extremas y salvajes lo convirtieron en territorio inexpugnable, pero a diferencia de la cuenca amazónica, la región geográficamente unitaria quedó dividida entre Bolivia, Argentina y Paraguay no sin antes sobrevivir a guerras y hostilidades que asentaron las nacionalidades, sin menoscabar la continuidad cultural y social de la región que trasciende las fronteras físicas.

En el caso del chaco boliviano, los caminos los abrieron las petroleras y la gente se fue asentando en esa disposición. La conexión con el norte no llegó hasta la Guerra del 1932 y después de proteger los pozos con altos costos sociales y humanos, igualmente quedó abandonado por décadas.

Así es como creció el germen, en esencia independentista, que el posibilismo político fue transformando en demanda autonomista. La disputa con el poder central del Estado y después con su poder descentralizado simbolizado en la Prefectura de Tarija, a veces demandando atención y casi siempre, pidiendo libertad suficiente para gestionar sus necesidades siempre estuvo justificado, pues en el último siglo el Gran Chaco siempre dio mucho más de lo que recibió.

La Autonomía Regional fue una solución creativa que debería haber permitido cohesionar el departamento para sumar fuerzas en la demanda principal, que es reformar el centralismo secante que sigue ahogando a este país, pero no fue suficiente. La Autonomía se construyó en el aire sobre los volubles recursos de la producción gasífera, que en apenas una década se han volatilizado, dejando unas pocas obras importantes, muchas inútiles, y una estructura inflamada e insostenible, incapaz además de sustituir sus propios ingresos por sí misma, ya que en lo esencial, sigue dependiendo del gobierno.

Ahora, que el modelo implementado haya fracasado no quiere decir que no sea el más eficiente para la gestión, y mucho menos que el espíritu autonomista se haya volatilizado. Tarija y el Chaco tienen una vocación de autogestión que corre por sus venas más profundas y reprimirlo solo generará resentimientos.

Es urgente recuperar el camino y dar soluciones viables a la autonomía, garante última de la cohesión nacional


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