La identidad de la Asamblea Departamental

Sin recursos y sin proyectos, la Asamblea se resiste a abordar siquiera el debate sobre la reforma estatutaria que Tarija necesita

La Asamblea Legislativa Departamental está en un serio problema. Sus deudas crecieron sin freno en los años pasados con una gestión ciertamente irresponsable, y esto no ha mejorado pese a las medidas adoptadas de emergencia, pues han seguido ignorando la principal regla presupuestaria en un departamento como el nuestro, donde los ingresos no son estables sino fluctuantes en función de los ingresos del gas y, en menor medida, de los impuestos.

El asunto es grave porque se trata de la primera institución de la autonomía, aquella donde deberían residir los grandes debates de esta tierra, aquella donde se debían imaginar soluciones a los problemas históricos y delinear los grandes planes de desarrollo, pero que con el paso de los tiempos se ha ido degradando hacia una institución ramplona con el único apuro de sobrevivir.

Cuando nos dimos cuenta de que éramos la Asamblea más cara del país la institución ya había echado a andar

Es verdad, la lucha autonómica fue como fue y los promotores de la autonomía en aquella época necesitaban impulsar un texto aceptable y que recibiera un amplio apoyo. Eran además tiempo de expansión presupuestaria por el incremento del gas, así que colocar 30 asambleístas titulares y otros tantos suplentes en el departamento más pequeño de Bolivia y con entonces menos de medio millón de habitantes no pareció mala idea.

Cuando nos dimos cuenta de que éramos la Asamblea más cara del país la institución ya había echado a andar. Y había debate. El Prosol, el Susat, la canasta y otros programas que habían sido impulsados por decreto se fueron ajustando a las normativas y en conjunto, todo el Estatuto, sin embargo, el poder de la institución quedó en evidencia por otro asunto: en poco más de siete meses la Asamblea aniquiló al Gobernador y se abrió una larguísima época de interinidad del MAS con poder en la Gobernación y en la propia Asamblea que sirvió para endeudar al departamento hasta límites obscenos aprobando todo tipo de proyectos y convenios sin mayor motivación que la de gastar un presupuesto siempre al alza.

En la segunda etapa le tocó a Adrián Oliva gobernar con una mayoría muy aplastante del MAS, su oposición. Fueron tiempos de mucha confrontación, aunque esta vez pudo acabar su mandato atrapado por las leyes de débito automático y una polarización creciente y una deuda impagable que lastró la gestión. Digamos que la Asamblea hizo un papel de fiscalización y maniató al Gobernador, suponemos, con fines lícitos, pero que la fueron diluyendo como referente institucional para convertirla en campo de batalla.

En esta tercera legislatura, ni siquiera eso. Hay geometría variable, pero un MAS desnortado por sus conflictos internos dejó el poder a ciertos asambleístas “tránsfugas” de Unidos que tampoco tienen muy claro qué hacer con su poder por una sencilla razón: No hay plata.

El momento es ciertamente surrealista, porque apenas hay qué fiscalizar y las pocas leyes que están sobre la mesa no se tratan, mucho menos se abordan los grandes debates sobre la estructura propia de la Autonomía o se buscan soluciones a las carencias de financiación.

Haría bien la Asamblea y sus asambleístas, casi todos con hambre atroz de ser alcaldes, en mostrarse como algo útiles para el conjunto del departamento. Probablemente urge un referéndum para modificar algunos asuntos clave y volver a tomar un rol importante. Sería bueno que lo abordaran antes de que alguien plantee la posibilidad de su extinción.


Más del autor
Los bancos y la desconfianza
Los bancos y la desconfianza
Lluvias
Lluvias