La despoblación y la cohesión nacional
Se da la paradoja de haber tenido casi dos décadas un gobierno que se dice campesino, pero cuyas inversiones no han pasado de ser programas de emergencia o paliativos, atomizados por comunidades
En medio de la vorágine política y su deriva fratricida, los asuntos importantes están acabando olvidados en un rincón, lo cual es sin duda una muy mala estrategia de resolución. El dólar y la inflación son el problema coyuntural que acecha a las familias bolivianas, pero hay un problema de largo aliento que obligará más temprano que tarde a redefinir el país desde sus regiones.
Los datos que ha avanzado el Censo de 2024 revelaron que el crecimiento poblacional ha tocado en hueso sufriendo un frenazo importante, un dato que era obvio y previsible por mucho que los políticos hubieran hecho sus cuentas en dólares siempre optimistas y después escenificaran una suerte de descontento impugnando un documento que es por naturaleza técnica.
El campo se está vaciando, la migración es un fenómeno sostenido con causas evidentes y que deja efectos en dos sentidos, que además se retroalimentan, y que si no somos capaces de encontrar mecanismos que lo estabilicen, dejarán al país convertido en un enorme desierto demográfico atravesado por una hendidura central superpoblada, pero en precariedad.
Vivir en el campo no es fácil en ningún país del mundo, por lo general los países que han logrado fijar población en su medio rural han seguido dos estrategias en paralelo: garantizar grandes ingresos para los pobladores y que así opten por quedarse en el territorio y consolidar ciudades intermedias de tamaño mediano que garanticen todos los servicios básicos de educación y salud, y aun así sufren.
No es el caso de Bolivia donde se da la paradoja de haber tenido casi dos décadas un gobierno que se autoidentifica campesino, pero cuyas inversiones no han pasado de ser programas de emergencia o paliativos, atomizados por municipios o comunidades y sin mayor intención de generar un cambio estructural a mediano plazo, sino más bien una satisfacción inmediatamente rápidamente convertible en votos u otros placeres.
La migración desde el área rural solo acabará cuando ya no queden jóvenes que migrar y nadie debería ponerse una venda en los ojos para eludir esta realidad. No se trata de que el trabajo en el campo sea duro, que lo es, o que la producción no permita la vida, pues estamos en una escalada inflacionaria en los precios de los alimentos que deberían llegar hasta el primer eslabón de la cadena. Se trata de que las condiciones de vida no son aceptables, y tratar de satisfacerlas implica recursos, que suman además en otra dirección para paliar nuestras debilidades: la pérdida de población acabará provocando una pérdida de soberanía en favor de mafias o quién sabe qué tipo de organizaciones.
Mientras tanto, las grandes urbes crecen sin planificación y cuentan a sus ciudadanos como si se trataran de cheques. Exigen sus recursos para brindar servicios que no brindan sin pensar en las necesidades de las regiones que se vacían y que se seguirán vaciando.
Es urgente encontrar un acuerdo que establezca una distribución de recursos que tenga en cuenta, por encima de todo, las necesidades de cohesión del país. Se llama pacto fiscal, y aunque hace tiempo que esa discusión se viene acotando a distribuir recursos por población, es necesario que la visión sea más amplia o lamentaremos las consecuencias.
Destacado.- La migración es un fenómeno imparable en Bolivia, donde sobrevivir en el medio rural implica demasiados sacrificios que cada vez, compensan menos