El debate del horario continuo

Es tiempo de plantear nuevas funciones que permitan a las familias organizar mejor su tiempo y sus esfuerzos

La semana pasada, motivado por la escasez del combustible y el incremento general de precios, la administración central decretó el horario continuo, tal vez la única medida socialmente bien aceptada durante la pandemia y que fue retirada al tiempo sin mediar demasiadas consideraciones.

El tema no es un tema cerrado, pero siempre levanta ampollas. La generalización suele ser complicada, pues no en todas las ciudades y departamentos se pueden poner sobre la mesa los mismos argumentos. No es lo mismo lo que sucede en La Paz con su tráfico insoportable que lo que sucede en ciudades manejables como Cobija o Tarija, que más o menos permiten el retorno a casa sin demasiados complejos.

En Bolivia hay demasiadas jornadas partidas que en realidad se convierten en una jornada continua eterna con una pausa mínima para almorzar

Muchas veces se reduce el debate a la necesidad “de ver a los niños” y poco más, un argumento que además suele criminalizar a la mujer trabajadora por el simple hecho de serlo. Sin embargo, el debate encierra dos de nuestras grandes paradojas y debilidades: la baja productividad y la complicada conciliación familiar y laboral.

Hay diferentes estudios de la OIT y otras organizaciones que avalan la aplicación de la jornada continua allá donde sea factible, también en un país con un alto porcentaje de población dedicado al comercio. Hay sectores que lo aplican por sentido natural, como el de la construcción, o a duras penas, como el bancario, pero por lo general, el trabajo de oficina y en institución pública sigue acogiéndose a la jornada partida. Los estudios señalan que la jornada laboral partida es más ineficiente y que se pierde demasiado tiempo productivo en desplazamientos y cierres.

El asunto nunca ha sido un tema de discusión de la Central Obrera ni de algún otro sindicato, pero ponerlo sobre la mesa es una obligación. En Bolivia hay demasiadas jornadas partidas que en realidad se convierten en una jornada continua eterna con una pausa mínima para almorzar. Eso también pasó en pandemia – el horario de salida seguía siendo 18:30 - y por eso muchos trabajadores la rechazan.

Hay otro asunto que tiene que ver con las dinámicas educativas, que, si bien permite dejar a los niños en el colegio antes de iniciar la jornada laboral, dificulta su atención a partir del mediodía. Ni el tejido educativo público ni tampoco el privado han logrado implementar fórmulas que mejoren la conciliación, sea a través de un servicio de comedor o a través de actividades extraescolares que permitan a los educandos ampliar sus conocimientos en otras áreas mientras cumplen con la función social del cuidado, pues todo es necesario ciertamente.

Hace tiempo que está pendiente un debate en la educación y que resulta propicio por los propios cambios demográficos: en todo el país se han construido numerosas infraestructuras, pero el número de alumnos está bajando. Es tiempo de plantearse nuevas funciones que permitan a las familias organizar mejor su tiempo y sus esfuerzos.

Bolivia necesita mejores trabajadores y hacer más eficiente nuestra dedicación al trabajo. Por lo menos, hablémoslo.


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