Naciones menos unidas
El mundo está cambiando a velocidades endiabladas, las autocracias se imponen, los criterios endebles exponen más a cualquiera y un gran conflicto parece aflorar en el horizonte
Nunca jamás había tenido tan poca trascendencia una Asamblea General de las Naciones Unidas. Todos sabemos que ya no hay oradores legendarios y que las tensiones de un mundo partido en dos se han diluido, pero al fin y al cabo, se supone que las Naciones Unidas sigue siendo la gran casa común donde los líderes del mundo intentan ponerse de acuerdo.
La celebrada este pasado septiembre brilló en ausencia de propuestas e incluso el propio Antonio Gutérres, abonado en toda su gestión a pintarnos el apocalipsis climático con frases cada vez más rimbombantes (y menos efectivas) en esta apenas hiló ideas genéricas sobre la paz y la solidaridad y el habitual reemplazo de objetivos a estas alturas:
Los precios se dispararon y los ciudadanos enterraron su conciencia entre las facturas, y los gobiernos también
En 2000 se proyectaron los objetivos del Milenio para el 2015 en París; en 2015 se dibujó otra hoja de ruta para 2030 y ahora ya se habla de la de 2045 en el entendido que jamás se alcanzarán esas metas trazadas desde planteamientos desarrollistas, es decir, sin que los países más poderosos de occidente acepten decrecer. No lo harán.
El plan de las Coop y la estrategia contra el cambio climático topó hace ya un par de años con la cruda realidad de los precios de la energía. La operación de Rusia en Ucrania volteó el tablero y los flujos comerciales, Europa cortó relaciones con Putin y se intentó abastecer con renovables, que son caras, o gas estadounidense, que también. Los precios se dispararon y los ciudadanos enterraron su conciencia entre las facturas, y los gobiernos también.
En esas, la ONU recordó que tal vez debería atender de una vez el resto de los temas y, por ejemplo, abordar de una vez la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ese mecanismo elitista donde cinco países tienen la potestad de declarar que guerra es legítima y cual no.
La operación de Rusia en Ucrania, aunque la sanción fue vetada por los rusos, recibió una condena más o menos general. La de Israel en el campo de refugiados al aire libre más grande del mundo, que es Gaza, no tanto. Las sanciones son incomparables y no existe ningún tipo de coherencia discursiva de los mismos líderes sobre lo que sucede en una y no en la otra.
El asunto es descrédito para el sistema, aunque probablemente se hace inevitable en estos tiempos en los que no hay contrapesos ideológicos, al menos a uno de los lados, y no es sorpresa que de estos lodos haya crecido una alternativa como los BRICS, basado en el pragmatismo económico sin remordimientos ni condicionamientos sobre la deriva política de sus gobernantes pues, al final, ni los derechos humanos elementales ni las dictaduras más atroces ni nada está evitando que unos y otros hagan negocios con quien sea y que los gobiernos apuesten por fórmulas cada vez más autoritarias en todas las partes del mundo.
El mundo está cambiando a velocidades endiabladas, las autocracias se imponen, los criterios endebles exponen más a cualquiera y un gran conflicto parece aflorar en el horizonte que, de momento, hace que todos se armen más y se amen menos. Convendría que Sudamérica tuviera un poco más claro su papel en todo esto, pero en todos los casos, sería más conveniente que el mundo y sus gobiernos dejaran de experimentar con la guerra.