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La Bolivia que no es

Masismo y oposición dibujan un país que no acaba de coincidir ni con los datos del Censo ni los del INE ni con la historia electoral reciente, pero insisten

Estos días en los que la política se retuerce por el fango con intolerable impunidad a cuenta de un abuso sexual tipificado se puede apreciar cuan lejos de los problemas reales de los ciudadanos están sus representantes. También de qué forma los relatos apoteósicos del pasado se han ido alejando la realidad más acuciante, y también como las reivindicaciones más elementales acabaron en el tacho de la basura y cómo las propuestas de las alternativas parecen dirigidas a otro mundo, o al menos, a otro país.

Hace unos días los políticos aseguraban que los resultados del censo y el cambio en los equilibrios de la representación electoral alentarían prácticamente una guerra civil, y lo cierto es que el revuelo apenas motivó un par de titulares de prensa y algunas declaraciones airadas de algunos aspirantes a diputados.

Al Estado, desde siempre, se le pidió básicamente no molestar: Administrar con cierta caridad cristiana los servicios públicos, mantener operativos los caminos y carreteras, no fregar en las fronteras

Algunas crónicas aseguran que el país puede arder si tal persona acaba en la cárcel o que tal gobierno puede acabar corriendo a poco que se movilice tal región de tal departamento, incluso olvidando que el encarcelamiento de un Luis Fernando Camacho líder entre los más jóvenes y electo por más del 50% de los cruceños fue aprehendido y llevado a La Paz sin mayores explicaciones y sin que Santa Cruz reaccionase más allá de algunas protestas que aplacaron la Policía y la proximidad del Carnaval.

¿Estamos en una situación diferente? Posiblemente sí, pero no. La crisis económica revela que no hay plata en un país en el que en verdad, nunca la hubo. Al Estado, desde siempre, se le pidió básicamente no molestar: Administrar con cierta caridad cristiana los servicios públicos para atender a los más pobres, mantener operativos los caminos y carreteras, no fregar en las fronteras. El ascenso del Movimiento Al Socialismo (MAS) coincidió con una época de auge en las cotizaciones internacionales de los precios de los recursos económicos y eso permitió incrementar la inversión pública para asfaltar algunos caminos, construir algunos edificios y crear algunos bonos de cuantías pírricas, pero esto está muy lejos de cualquier paradigma socialista que gusta denunciar a los opositores o alardear a los gestores. El Estado no tiene las llaves.

El MAS le sigue hablando a un país campesino de pequeña propiedad que apenas existe después de 20 años de migración continua a las ciudades y de concentración agroindustrial; mientras que la oposición le habla a una élite empresarial a la que le promete “privatizar” un país en el que los servicios esenciales -salud, educación - son eminentemente privados y lo que queda se sostiene con las pocas empresas públicas que logran algún beneficio y unos impuestos que apenas nadie paga ni, obvio, quiere pagar.

Sostener el Estado boliviano hoy requiere de algo más que un puñado de ocurrencias y de una interpretación de parte de lo que somos y de lo que deberíamos ser. El debate sobre lo esencial sigue pendiente después de 20 años de masismo con sus 20 años de oposición. La sensación de que el país cambia sin que nadie lo atienda es generalizada. Entrar en ese bucle melancólico de lo que pudo ser y no fue, de lo que nos gustaría que fuera y no es, solo conduce a la depresión, y lo cierto es que en este país hay demasiada gente que necesita más soluciones y menos discursos o peleas, o discursos, o excusas.

Los bolivianos merecemos más.


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