Aplastar Gaza no es una guerra
Cualquiera podría decir que esto es más de lo mismo si no fuera por el momento vital que vive la comunidad internacional
La escalada bélica en la región del Oriente Próximo empieza a exigir algo más que versos y proclamas, aunque cualquier idea parece de por sí inviable. Israel, un año después de la incursión de Hamás en su territorio en lo que fue el atentado más grave de lo que va de siglo, ha arrasado Gaza sin ningún atisbo de piedad y ha fustigado al Líbano y a Irán hasta que estos últimos han decidido iniciar operaciones directas.
Obviamente aquí no hay santos, la operación de Hamás no surgió por ciencia infusa, sino que fue calculada al calor de los intereses de Irán, que en su aspiración por liderar la región desde la perspectiva chií del Islam no toleraba el “pragmatismo” suní de Arabia Saudí, Jordania y otros países musulmanes que habían entrado no solo en conversaciones con Israel sino en la concreción de las mismas en negocios e ideas comunes.
Esta guerra es tan vieja como la humanidad misma, desde hace milenios diferentes pueblos se han “sacado la madre” en la región hasta el punto de haberla convertido en origen de todo lo sagrado de las principales religiones del mundo. No hablaremos hoy del huevo y la gallina, pero va por ahí.
Israel construye poderosas relaciones con sus aliados basadas en la economía financiera y, sobre todo, en la Inteligencia del Mosad.
En lo que es historia reciente, el sionismo se ha apoderado de las lógicas políticas en Israel, que es formalmente una democracia liberal homologable a cualquier otra de occidente, pero que se viene pareciendo cada vez más a una teocracia integrista justificando sus acciones en argumentos no racionales.
Así, las guerras de la segunda mitad del siglo XX en la región se venían justificando entre argumentos post traumáticos de la II Guerra Mundial y la necesidad de asentarse como Estado en una región caliente cuya potestad le heredó el decadente Imperio Británico. Su poder de fuego le dio la victoria, y desde ahí se fue construyendo el otro discurso, el que hasta hoy le permite hacer casi cualquier cosa en nombre de su “legítima defensa” mientras construye poderosas relaciones con sus aliados basadas en la economía financiera y, sobre todo, en la Inteligencia del Mosad.
El siglo XXI ha sido un continuo asedio a lo que se ha convertido en dos campos de refugiados desconectados y perforados por miles de asentamientos judíos armados hasta los dientes. Gaza y Cisjordania son simplemente territorios sin esperanza.
El atentado de Hamás dejó más de mil víctimas y en su nombre, el ejército de Israel ha arrasado Gaza dejando más de 40.000 muertos, sobre todo niños, y dos millones de desplazados en condiciones de hambre.
La legítima defensa se ha convertido en una concatenación de acciones contra otros enemigos a los que Irán llama “el eje de la resistencia” hasta que el choque con Irán ha sido inevitable, porque ciertamente, todos lo esperaban.
Cualquiera podría decir que esto es más de lo mismo si no fuera por el momento vital que vive la comunidad internacional, con un orden mundial en plena ebullición precisamente por las inconsistencias de las potencias centrales que acaudillan occidente y que hace tiempo han dejado atrás los criterios absolutos para definir entre buenos y malos.
No hay guerras buenas y guerras malas, pero sí hay sanciones para uno y no para otros, y en cualquier caso, lo de Gaza no es una guerra sino un aplastamiento con tintes genocidas que nadie podía imaginar que podría estar sucediendo a estas alturas de la humanidad.