Creernos Bolivia

Con ese mismo arrojo con el que decidimos ser libres primero y Bolivia después, hemos ido construyendo una historia común no exenta de polémicas y de absolutas paradojas incomprensibles

Queda un año para el Bicentenario de la Fundación nacional y todo apunta a que las urgencias políticas y el fragor de la batalla, cada vez más cruenta, opacará cualquier tipo de festejo, pero sobre todo, de reflexión positiva sobre lo que somos y lo que queríamos ser, al menos cuando Bolivia nació a la vida independiente entre las dudas de Simón Bolívar y las cuentas interesadas de la oligarquía: Nos bautizamos Bolívar, lo que aun hoy es un buen resumen de la idiosincrasia.

Con ese mismo arrojo con el que decidimos ser libres primero y Bolivia después, hemos ido construyendo una historia común no exenta de polémicas y de absolutas paradojas incomprensibles. Bolivia es tal vez la nación que más veces se ha disparado al pie y ha entrado en fases de autodestrucción profunda al rozar el éxito. Lo estamos viviendo de nuevo estos últimos meses en los que muchos están dispuestos a destruirlo todo con el único afán de tener chance de aparecer como reconstructor, algo que técnicamente sería casi imposible.

No es cuestión de estos días enumerar todos nuestros embrollos que siempre han tenido esa parte de conspiración que tanto nos destruye - desde el Acre a la Guerra del Chaco, del ferrocarril al Mutún, etc., - sino más bien recordar las lecciones aprendidas a las que les ha dado tan poca importancia siempre.

Una de esas primeras lecciones es la necesidad de erradicar el antibolivianismo en todos los ámbitos. Uno de los principales, el del comercio. Por alguna extraña razón, somos especialistas en denigrar nuestra pequeña producción industrial para vanagloriar la producción extranjera, sea cual sea, hasta el punto de clamar por “legalizar” el contrabando. La actitud es igual hacia un snack o una caja de galletas o un noticiero nacional, la cuestión siempre pasa por criticar y comparar, lo cual resulta poco constructivo. Consumir lo nuestro es una de las más poderosas herramientas que tenemos a disposición para crecer como sociedad, porque son los nuestros los que generan empleo y generan impuestos, dos asuntos clave antes de empezar a hablar de calidad o de definición. Sin embargo, siempre aparece.

Un poco lo mismo pasa con nuestra maquinaria de burocracia insufrible por los ciudadanos, y que ha generado una buena cantidad de normas, decretos y hasta leyes profundamente antinacionales, pero que se siguen utilizando a pesar de las nefastas consecuencias. Hoy se sigue utilizando el Decreto Supremo 181 que regula las contrataciones marginando al boliviano y la propia Ley Marcelo Quiroga Santa Cruz ha servido para atarnos de pies y manos en la administración mientras se resuelven otros atajos en Panamá.

Todos somos conscientes de lo que se hizo con la estrategia del gas “socios y no patrones”, donde estos aliados se han limitado a extraer todo lo posible sin invertir un peso en nuevas exploraciones mientras YPFB se debilitaba; y todos somos conscientes de la errática gestión de la industrialización del litio cargada de ideología inverosímil. También de cómo nuestros amados bancos sacan los dólares bolivianos al extranjero y de cómo el gobierno no se atreve a exigir que los dólares que subvencionan el agro y la minería retornen de verdad al país…

La vacuna está clara: creernos que sí se puede, convencernos de que podemos hacerlo bien y no tenerle miedo al cambio. Demasiadas veces la frustración está en la cabeza. Ojalá en el día de la Patria lo volvamos a recordar.


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