Trump, Biden y la indiferencia
Tomado con distancia se evidencia la pérdida de influencia de los Estados Unidos en la actualidad política universal durante la última década
Aunque lo intentes, las elecciones de Estados Unidos no pueden pasar inadvertidas en el contexto mundial ni en el nacional. Están pasando cosas. Peor en este momento plagado de tensiones entre la emergencia del nacimiento de algo nuevo y la resistencia a la desaparición de lo viejo. También porque pasan cosas increíbles incluso para nuestro barroquismo habitual.
La elección en sí venía pareciendo una caricatura. Dos octogenarios de larguísimo recorrido pugnan por llegar a la Casa Blanca para gobernar “el mundo” otros cuatro años que pueden ser aún más larguísimos. Hablar de esta cualidad de la edad en estos tiempos implica entrar en riesgos de cancelación por discriminación, pero lo cierto es que es el reflejo del fracaso de una generación.
Gane quien gane esa elección el mundo seguirá en su deriva autoritaria, en el mundo de la postverdad, en el mundo de la polarización y el odio
Tanto Joe Biden como Donald Trump han cumplido cuatro años de presidencia. Trump lo hizo entre 2016 y 2020, una época socialmente convulsa que acabó en pandemia, es decir, el caldo de cultivo aún más larvado para todas las teorías de conspiración que encarnó y que ya le habían llevado a la presidencia en 2016, cuando el mundo se recomponía tras la crisis de 2008. Trump no inició ninguna guerra, pero no escatimó adjetivos y gestos para romper el eje occidental: la democracia dejó de ser el elemento de cohesión y por eso priorizó las relaciones con líderes “fuertes”, incluyendo a Putin. Al mismo tiempo, reconfiguró la formulación política del liberalismo, válido dentro de sus fronteras para empresas estadounidenses, pero no para el resto. American First vino a ser la síntesis del neoimperialismo encarnado por el presidente Trump. Curiosamente sigue siendo cortejado por libertarios y otros “amantes de la libertad” de los ricos.
Biden lo viene haciendo desde 2021. En su asunción, una turba tomó el Capitolio de Estados Unidos. Unos meses después ordenó la salida desordenada y caótica de Afganistán pactando con los talibanes. El demócrata no ha corregido ninguna de las leyes más duras de Trump,. sino que incluso ha endurecido la migración y solo en algunos momentos ha mostrado un perfil laborista poco explorado en aquel país reclamando mejores salarios y condiciones para los trabajadores. A nivel internacional propició la guerra de Ucrania haciendo promesas a Zelenski sobre la OTAN que no ha cumplido y calla en siete idiomas sobre las brutalidades de Israel sobre Gaza. Es su resumen.
Tomado con distancia se evidencia la pérdida de influencia de los Estados Unidos en la última década. Un tiempo convulso donde un nuevo Orden Mundial está emergiendo más allá de cómo se guarden las formas. La democracia ha dejado de ser un valor de cohesión y las relaciones comerciales y la seguridad son el asunto central.
Gane quien gane esa elección el mundo seguirá en su deriva autoritaria, en el mundo de la postverdad, en el mundo de la polarización y el odio. Un camino difícil que, sin embargo, habrá que transitar hasta el final, porque precisamente el anhelo de lo que pudo ser y no fue es otro de los combustibles más perniciosos de esta época.