Bolivia más allá del eje

Solo a través de un compromiso genuino y acciones concretas podremos construir un país donde todas las regiones tengan las mismas oportunidades de prosperar.

En Bolivia, las diferencias socioeconómicas entre el eje central y la periferia representan uno de los retos más significativos para el desarrollo equitativo y la cohesión social del país. Este fenómeno, marcado por la disparidad en acceso a servicios básicos, oportunidades laborales y calidad de vida, requiere de un análisis profundo y acciones concertadas para cerrar las brechas existentes, aunque este asunto no está siendo ni mucho menos priorizado en el debate público por una razón: la periferia no da votos.

El eje central de Bolivia, compuesto por las ciudades de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, se ha consolidado como el motor económico del país. Estas urbes concentran la inmensa mayoría de la inversión, infraestructura y empleo formal. La convergencia de servicios de salud, educación de calidad y oportunidades laborales ha creado una dinámica de desarrollo acelerado en estas regiones. Santa Cruz, en particular, ha mostrado un crecimiento sostenido, atrayendo tanto inversión nacional como extranjera, lo que ha fortalecido su papel como centro económico.

Sin embargo, esta prosperidad contrasta con la realidad de la periferia. Las regiones rurales y las ciudades más pequeñas a menudo quedamos relegadas en términos de inversión y desarrollo. La falta de infraestructura adecuada, servicios de salud deficientes y una educación de menor calidad son problemas recurrentes en estas áreas. Además, las oportunidades laborales en la periferia son escasas y, en muchos casos, limitadas a la agricultura y trabajos informales, perpetuando un ciclo de pobreza y migración hacia las grandes ciudades. Nos vaciamos, como evidenciará el censo.

La migración interna es un fenómeno que agrava aún más estas disparidades. Las personas que se trasladan del campo a las ciudades en busca de mejores oportunidades a menudo se encuentran con barreras significativas, como la falta de vivienda digna y la discriminación laboral. Esto no solo presiona los recursos urbanos, sino que también contribuye a la formación de cinturones de pobreza en las periferias de las grandes ciudades.

Es esencial abordar estas diferencias a través de políticas públicas inclusivas y estrategias de desarrollo regional que promuevan la equidad que ni están ni se las espera. La descentralización administrativa y financiera debería haber sido la herramienta eficaz para empoderar a las regiones periféricas, permitiéndoles gestionar sus recursos y necesidades de manera más autónoma, pero no lo ha sido. Asimismo, la inversión en infraestructura rural, como carreteras, hospitales y escuelas, es crucial para mejorar la calidad de vida en estas áreas y frenar la migración forzada.

El rol del sector privado también es fundamental en esta ecuación, pero difícilmente lo hará con las actuales condiciones de mercado. Fomentar la inversión en regiones periféricas mediante incentivos fiscales y políticas favorables puede estimular la creación de empleo y el desarrollo económico local. Además, el fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas en estas zonas puede generar un impacto positivo en la economía regional y, a su vez, reducir las disparidades socioeconómicas.

La cuestión es que Bolivia está cambiando aceleradamente en su forma demográfica y social y sin solidaridad interterritorial, el riesgo y la debilidad serán generalizados. Es imperativo que tanto el gobierno como el sector privado trabajen juntos para promover un desarrollo más equitativo y sostenible. Solo a través de un compromiso genuino y acciones concretas podremos construir un país donde todas las regiones tengan las mismas oportunidades de prosperar.


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