Haití, los cuerpos de paz y la deuda de Celac

La operación militar ha ido de escándalo en escándalo, desde la transmisión de ETS y enfermedades más graves como el cólera hasta un tráfico de armas brutal

Cada 29 de mayo se celebra el Día Internacional del Personal de Paz de las Naciones Unidas es una efeméride promulgada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el año 2003. Se escogió el 29 de mayo, por ser el día en que inició sus operaciones la primera misión de paz de este organismo, en el año 1948.

La finalidad de este día internacional es reconocer la valiosa contribución del personal uniformado y civil que apoya a la ONU para el mantenimiento de la paz. Asimismo, se rinde un merecido y sentido homenaje a los más de 4.200 trabajadores del personal de paz que perdieron sus vidas en defensa de los valores de las Naciones Unidas, desde el año 1948.

Esto no quita para que este año en particular sirva para volver a apuntar los focos hacia Haití, sumido en una profunda crisis social y económica donde precisamente el papel de la ONU y los “Cuerpos de Paz” han contribuido enormemente a acelerar la crisis.

La Celac, el último organismo continental ideado precisamente para estos fines, calla y consiente

Haití siempre ha sido el país más pobre de Latinoamérica y carga sobre sus hombros una historia de esclavismo y explotación vergonzante, pero su deterioro de la última década posterior al terremoto de 2010 es particularmente preocupante, pues muestra en grandes dimensiones el fracaso del sistema multipolar, pero también de la incapacidad de implementar otras alternativas.

El “sistema de paz” de Naciones Unidas ha gastado decenas de millones de dólares en el intento de reconstruir la capital Puerto Príncipe y el resto de zonas afectadas por el terremoto, pero visto con el tiempo, se trata de una de las operaciones “neocoloniales” más pasmosamente fallidas que se recuerden: alguien decidió que aquella era la oportunidad de experimentar con toda aquella teoría de la cooperación internacional, de la “ayuda de emergencia” con “enfoque de desarrollo” y “participación civil”, que en la práctica se convierte en docenas de talleres entre funcionarios para diseñar intervenciones que a lo que se quieren poner en marcha son cualquier cosa menos emergencia. Mientras el dinero fluía.

Cualquiera diría que lo mejor era actuar rápido consolidando la institucionalidad local, pero la ONU prefirió montar estructuras tutoras paralelas y además, llamar a los cuerpos de paz para mantener el orden. Hasta Bolivia mandó un contingente militar bajo el amparo de los cascos azules.

Un hecho revela el destino de la “inversión” de emergencia con enfoque de desarrollo y participación: Tras una década del programa de “fortalecimiento de partidos políticos”, el último presidente electo fue asesinado en su propia casa por un grupo de mercenarios aparentemente colombianos, aunque no habría hecho falta tanto.

La operación militar de los cascos azules y blancos ha ido de escándalo en escándalo, desde la transmisión de ETS y enfermedades más graves como el cólera hasta un tráfico de armas brutal que ha tenido consecuencias recientes: las bandas delincuenciales armadas hasta los dientes desafían la institucionalidad interna, pero también externa.

La respuesta sin embargo es mantener el operativo de la ONU con la venia directa de Estados Unidos en manos de Kenia mientras la Celac, el último organismo continental ideado precisamente para estos fines, calla y consiente. Como si el asunto no fuera con nosotros.

El multilateralismo clásico está en crisis; la diplomacia sur – sur y los acuerdos pragmáticos multipolares están en auge, pero eso no quiere decir que no haya que fortalecer el propio bloque para que, en el concierto global, todas las voces sean tomadas en cuenta. Latinoamérica necesita más integración, pero debe actuar cuando hay caso y no esperar a que la burocracia y la institucionalidad se complete, porque eso capaz no acaba nunca.


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