Arce, el dólar y la especulación: lecciones del Fassil

El pecado de la soberbia suele aparecer con recurrente frecuencia en la política. En los buenos tiempos suele conducir a la desafección política; en los malos, al victimismo

El gobierno de Luis Arce parece dispuesto a morir con las botas puestas y a anteponer los principios políticos a la coyuntura económica, que actualmente lo ha contaminado prácticamente todo.

El gobierno de Luis Arce denuncia una persistente campaña especulativa con fines políticos, que tiene como objetivo derribar su gobierno y que usa la economía como principal caballo de batalla. Sin duda es difícil de ocultar que eso está sobre la mesa sea con o sin fundamento, pero seguramente su estrategia para enfrentarla está siendo demasiado confusa.

Lo objetivo es que faltan dólares en el país, que las reservas internacionales han desaparecido y los bancos han incrementado sus comisiones hasta límites absurdos con permiso de la ASFI precisamente para contrarrestar estos efectos.

Es igualmente objetivo que el dólar ha desaparecido de todo el mundo, que la Reserva Federal de los Estados Unidos de América ha elevado los tipos de interés del 0% de febrero de 2022 al 5,25% de febrero de este 2024 y que eso obliga a ajustes en la economía mundial y particularmente en las economías más pobres.

Es objetivo que nuestra principal fuente de captación de dólares en las últimas dos décadas han sido los ingresos por la exportación del gas que ya ni están, ni se espera que retornen

Y también es objetivo que nuestra principal fuente de captación de dólares en las últimas dos décadas han sido los ingresos por la exportación del gas que ya ni están, ni se espera que retornen y que quién sabe cuándo el negocio del litio podrá siquiera acercarse a los números del gas luego de década y media de retrasos y dudas, y es en esto donde hay una efectiva responsabilidad de este gobierno y del anterior, que más allá del slogan nunca se tomó en serio el asunto de la industrialización del gas ni la necesidad de diversificar la economía.

El pecado de la soberbia suele aparecer con recurrente frecuencia en la política. En los buenos tiempos suele conducir a la desafección política de las bases, que anteceden el cataclismo; en los malos, suele materializarse en forma de victimismo, donde el líder se enroca con los suyos y acusa a todos los críticos de golpistas o desestabilizadores.

Uno puede creer que Arce y su gobierno no actúan por cuestione de solidez ideológica, incluso cuando sostener esto solo tenga el fin de no dar material al enemigo para que lo utilice en su contra. También puede creer que es por soberbia.

Con el nivel de endeudamiento actual, Arce puede acudir al FMI para relajar las tensiones y aceptar sus condiciones draconianas sobre el gasto público, pues muchas de sus otras recetas clásicas ya se aplican en el país; también puede levantar la subvención de los combustibles o permitir la entrada directa en el negocio del litio a algún socio que muestre fiabilidad comprando bonos del TGN a tasas preferenciales, pero evidentemente cualquiera de estas medidas conllevaría un importante desgaste entre los suyos y Evo Morales no tardaría en fustigarle inclemente pese a tener compartida buena parte de la responsabilidad.

Nadie en el gobierno parece dispuesto a asumir un error o a cambiar un solo criterio. Y probablemente tienen razón en que cualquiera de esas medidas tendría peores consecuencias. La apuesta es por enredarse en la batalla sin fin por los créditos internacionales, que traerían divisas de forma inmediata, para ganar tiempo y que se enfríe el mercado del dólar – la Reserva Federal ya ha congelado las subidas desde julio 2023 y se espera que incluso bajen este 2024 – y se avance decisivamente en el proyecto del litio.

Hace un año las “especulaciones” dieron al traste con uno de los grandes bancos del país, el Banco Fassil, que no pudo hacer frente a la demanda por un balance repleto de inmuebles inflados tal vez por esos mismos especuladores. El gobierno intervino y aguantó el tipo, pero las réplicas pueden ser tanto o más devastadoras, y bien convendría que se diera alguna señal que tranquilizara al ciudadano medio, que es hoy por hoy el que tiene en la mano el destino de Arce, pero también del país.


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