Milei, Arce y el empleo

El volumen de empleados formales es bajo en Argentina y mísero en Bolivia, lo que tiene efectos muy concretos en el desarrollo

El último decreto de necesidad urgente en Argentina se ha cebado sobre la regulación laboral aplicando todo el dogma liberal en ello. Evidentemente no es sorpresa, pues lo ha anunciado claramente durante su campaña. Evaluar sus efectos tendrá otra, y tampoco se puede decir que sea la primera vez que se emplea en Argentina, pues fue parte esencial de las reformas de los 80-90 cuyos efectos fueron catastróficos, aunque se hayan cubierto con un manto de amnesia general.

Es importante tener en cuenta en el análisis que la Argentina alcanzó en mayo de este año su máxima cota de empleo formal con algo más de 6,3 millones de empleados sobre un total de algo más de 14 millones de población activa, que para un país de 45 millones de personas es fundamentalmente muy poco (en España, con la misma población, hay 19 millones). Cabe señalar también que de los 6,3 millones, 3,4 pertenecían a algún tipo de organismo público.

Para otros es más un horizonte de época, una desconfianza total en el futuro, en un vivir al día al más puro estilo minero

Igualmente, con esos datos en la mesa, evaluar los resultados será posible en el mediano plazo, aunque a priori y teniendo en cuenta los recortes de funcionarios en el sector público ya anunciado en el primer gabinete, habrá muchos más postulantes para cualquier trabajo, lo que inevitablemente favorece la precarización.

Resulta curioso registrar la preocupación de algunos en este lado de la frontera, y también la levedad de algunos análisis, pues en Bolivia hace años que viene creciendo esa precarización del empleo a pesar de las bravatas del gobierno y la supuesta preferencia por el sector trabajador que saluda la clase dirigencial arremolinada en la Central Obrera.

Según información del Inesad, en 2013, los trabajadores con aguinaldo en el sector público eran el 8,1% y 10,7% en el sector privado: 18,8% en total; en 2020 la cifra cayó a 6,2% en el sector público y 7,6 % en el privado, por lo que los trabajadores “formales” apenas llegaron a 13,8%. Agrega, que los ocupados sin aguinaldo (trabajadores por cuenta propia e informales) el 2013 eran el 78,3% de la fuerza laboral según información del INE; en 2020 la cifra creció a 86,2%. Dejando entrever que ni siquiera 14 de cada 100 trabajadores en Bolivia están en el sector formal, pues además la tasa de desempleo que acepta el gobierno es bajísima.

Para algunos solo existe un problema de inspección de trabajo, para otros es el dogma liberal verdaderamente asentado en el imaginario plurinacional, que no sabe de colectivismos ni de solidaridad compartida. Resulta curioso escuchar a los más ortodoxos asegurando que el problema es el exceso regulatorio de un sector como el laboral cada vez más pequeño y cuyo salario mínimo es miserable.

Para unos se trata de una serie de medidas muy concretas que han destruido a infinidad de empresas liquidando sus planes contingentes en dobles aguinaldos, por ejemplo. Para otros es más un horizonte de época, una desconfianza total en el futuro, en un vivir al día al más puro estilo minero sin pensar en el mañana, en un convencimiento de que la única salida es agarrar una pega pública y chorear todo lo que se pueda.

La calidad del empleo es al fin y al cabo lo que diferencia a las sociedades desarrolladas de las más precarias. Ni siquiera el paradigma liberal, Estados Unidos, aplica su receta, y por supuesto, ninguno de esos países nórdicos que Milei cita como ideales de futuro.

Uno de los grandes debates inminentes del mundo es precisamente el laboral y su centralidad en la vida. Veremos cómo se desempeñan estos dos modelos a priori diferentes y que al parecer, conducen hacia el mismo camino.


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