Decretos hacia los hijos

Tu hijo se marchita cuando tu amor no se refleja en lo que haces cada día.

Le dices que lo respetas, pero lo corriges con gritos.

Le pides que confíe, pero lo interrumpes con enojo.

Le hablas de amor, pero lo lastimas con frases que se le clavan en el pecho.

Y cada vez que la corrección viene con grito, sin afecto y la norma sin coherencia, su autoestima se quiebra. Su confianza se agrieta.

Y lo que debería educar, termina doliendo.

Una planta no crece con gritos. Y un hijo no florece si lo corriges desde el juicio.

Corregir con afecto y coherencia es lo que verdaderamente educa.

No es lo que corriges, es cómo lo haces.

Si tu hijo recibe solo dureza, su corazón se endurece.

Pero si lo miras con afecto antes de corregir, su mente se abre al aprendizaje.

Pregúntate antes de hablar:

¿Esto lo estoy enseñando con mi ejemplo?

¿Estoy siendo coherente con lo que quiero formar?

Frase práctica para el día a día: “No solo quiero que me escuches. Quiero que me creas. Por eso voy a empezar por mostrarlo”.

La corrección sin afecto, y sin coherencia, pesa más de lo que imaginas.

Pero cada vez que corriges con respeto, y sostienes lo que dices con amor firme…

Tu hijo no se rompe. Se fortalece. No se marchita. Florece.

Una planta al igual que tu hijo, no se marchita por falta de discursos.

Se marchita por falta de cuidado verdadero.

Hoy, puedes empezar a regarlo distinto.


Más del autor
Tema del día
Tema del día
Tema del día
Tema del día