Las distancias de Bolivia y Argentina

Ni el humor social, ni el contexto económico, ni el mercado laboral, ni prácticamente nada coincide en los momentos de uno y otro país

Se han hecho costumbre estos días los análisis que tratan de equiparar el último ciclo de la política peronista en Argentina (2003 – 2023 con el agujero de Macri al medio como anécdota) con el del Movimiento Al Socialismo en Bolivia (2006 – 2023 también con ese año de Áñez incorporado).

Es cierto que se trata de un ejercicio teórico de cierto interés donde se han encontrado similitudes y diferencias notorias.

La principal similitud tiene que ver con el discurso. Tanto Evo Morales en Bolivia como los Kirchner en Argentina quisieron imprimir un discurso fuertemente soberanista y antiimperialista simbolizado en la recuperación de los recursos del Estado. Bolivia nacionalizó hace ya tanto los hidrocarburos y Argentina recuperó Aerolíneas y YPF entre otras. Ambos gobiernos hablaron de industrializar, y ahí es donde se empiezan a evidenciar las diferencias: mientras Bolivia se refería al gas y al litio en modo pionero, lograr algo inédito en el país, en Argentina se hablaba de “reindustrializar” es decir, los Kirchner hablaban de retornar a la época gloriosa de pujanza peronista donde los grandes rubros estratégicos eran gestionados por el Estado y las industrias y las tecnológicas se asentaban en ese rincón del continente atraído por sus infraestructuras y sus profesionales.

Hay otras diferencias muy evidentes: mientras la principal revolución de Morales ha consistido en incorporar a las clases populares al gobierno, con sus polleras y sus sombreros, el kirchnerismo nunca dejó de sostenerse sobre los apellidos importados, dando nuevos lavados de cara a “la casta” hablando de Justicia Social en plan caridad. Hay también diferencias en la consideración ideológica, mientras el kirchnerismo se consideraba de izquierdas y aplicaba reformas fiscales para tratar de fomentar la igualdad de oportunidades, en Bolivia no existen políticas de ese tipo ni ningún tipo objetivo de calificar quién tiene más y quién tiene menos que lo haga beneficiario de tal o cuál medida: la subvención es para todos, el doble aguinaldo era para todos y los bonos también.

El ejercicio es interesante hasta que las interpretaciones se fuerzan para tratar de justificar la necesidad de que en Bolivia aparezca un Milei con la misma prédica y las mismas medidas bajo el brazo, como si eso fuera a solucionar alguno de los problemas que tiene un país donde el Estado es casi inexistente y donde lo que ofrece, en materia de salud o de educación, ni alcanza para atender a todos ni tiene la calidad suficiente. Basta con recordar que quien intentó incluir un “impuestazo” fue el totémico Gonzalo Sánchez de Lozada y que en la actualidad, el gobierno ni siquiera puede aprobar una estrategia de lucha contra el blanqueo por la oposición de sus bases.

Ni el humor social, ni el contexto económico - donde la inflación es tal vez la única magnitud que tiene controlada el gobierno -, ni el mercado laboral, ni prácticamente nada coincide en los momentos de uno y otro país, por lo que convendría, a unos y a otros, no aferrarse a sueños o fantasmas del extranjero sino empezar a pensar el país que necesitamos después de un modelo agotado por olvido y renuncia, no porque se hayan alcanzado sus objetivos ni mucho menos.


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