Derechos y economías

El siglo XXI y su relativismo moral ha acabado por demostrar que los Derechos Humanos dependen de las necesidades económicas de unos sobre los otros

El 10 de diciembre se celebra el Día de los Derechos Humanos, coincidiendo con el aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que se aprobó en 1948. Fue dos años después de la aprobación, en 1950, cuando la Asamblea General lo proclamó oficialmente el 10 de diciembre.

Los derechos humanos, son derechos inalienables y que pertenecen a todos los seres humanos, sin importar su raza, sexo, nacionalidad, lengua, religión, origen étnico o cualquier otra condición.

La Organización de las Naciones Unidas, que es quien promovió la declaración después de la segunda guerra mundial y cuando el asunto de la gobernanza y el mantenimiento de la paz en el mundo eran aún su misión principal, elaboró el catálogo, donde esencialmente se defiende el derecho a la vida, la libertad, a la educación, al trabajo y muchos otros más, que deben ser respetados sin que exista discriminación alguna. De hecho, como pasa con los mandamientos cristianos, el artículo 1 es el corazón mismo de la declaración y todos los demás, matizaciones: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos"

En general la carta de los Derechos Humanos se entiende como nudo fundacional de las democracias liberales modernas, pues quien más quien menos, todos los países han ido adaptando sus Constituciones a los principios emanados del documento que, a la vez, era un gran acuerdo de mínimos. Evidentemente no se puede desligar del momento en el que fue concebida: la euforia de postguerra se había disipado aceleradamente con el fortalecimiento del bloque soviético y la guerra fría se masticaba en el ambiente al mismo tiempo que se avanzaba en una descolonización clásica, lo que abría el espacio a nuevas formas de dominación.

Algunos regímenes, sobre todo la socialdemocracia europea, consideró aquello de la humanidad libre e igual como pie para construir su Estado del Bienestar sin distinción, protegiendo a la vez la libertad individual, pues no se puede ser libre si no están las necesidades cubiertas.

Después vino la globalización, la migración resultante del expolio en los países del sur y la guerra “contra el terrorismo” y aquello de la libertad y la igualdad fue cayendo a segundo plano. Es cierto que en el final del siglo XX permitía a occidente establecer quién sí y quién no vulneraba los derechos humanos, pero la llegada del siglo XXI y su relativismo moral ha acabado por demostrar – léase con ironía – que hay libertades y libertades y derechos y derechos y que todo depende de las necesidades económicas de unos sobre los otros para verlo de un lado o del otro.

Ojalá no sea tarde para que los valores de la Carta de los Derechos Humanos vuelvan a ponerse en vigor y que las interpretaciones de su lectura vuelvan a contagiar optimismo y orgullo por pertenecer a la raza humana, sin etiquetas.


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