No hay partido
A estas alturas va quedando claro que la batalla visceral dentro del MAS no dará resultados, que tendrán que ser las ánforas las que dicten sentencia
Los problemas de un partido político no tendrían que salir del ámbito más o menos privado salvo que estos afectaran al interés general, es decir, a la administración de la cosa pública, de sus recursos humanos y económicos o ambos, y eso y más es exactamente lo que sucede en cada crisis del Movimiento Al Socialismo (MAS), que desde hace tiempo se ha mimetizado con las estructuras del Estado hasta el punto mismo de que algunos creen que es parte del propio partido.
Así es como se manejan a funcionarios arriba y abajo para hacer bulto en tal o cual acto, sea institucional o sea meramente de partido, como esas famosas concentraciones que se llamaban banderazos y que últimamente se llaman cabildos. Eso sí, este argumento sería el más inocente dentro de esa marabunta de presiones y malos manejos que afectan a todos los poderes del Estado y donde pesa más el carnet político que la razón misma. En un país precario y desigual, el poder ejecutivo se convierte en hegemónico por encima de todos los demás.
Lo que está sucediendo en el Movimiento Al Socialismo (MAS) no es algo nuevo ni novedoso en cualquier estructura política de su dimensión. El MNR es un antecedente relativamente similar y muy cercano en tanto intentó trascender los personalismos para sostenerse políticamente en base a unos principios, como lo que se supone hace hoy el MAS, aunque es bien cierto que los valores del primer MNR tenían nada que ver con los de Gonzalo Sánchez de Lozada, por ejemplo. Esta transición no la intentó por ejemplo el MIR, que murió irremediablemente con la amortización pérdida de credibilidad de sus principales líderes más allá de pequeñas ramificaciones locales y familiares.
La pelea entre el sucesor y el sucedido se repite en múltiples países, en España sucede en la derecha con un José María Aznar siempre presente, y sucede en la izquierda con Felipe González; sucedió en Ecuador con Correa y Lenín Moreno y sucede en la Argentina con los Kirchner y cualquiera que se designe. Tal vez Lula y Dilma en Brasil son la más honrosa excepción de una norma que no alcanzó en Venezuela porque Chávez, murió.
Los embates pueden ser fuertes, violentos y dolorosos en lo emocional, cuando se pasan ciertas fronteras como las familiares, la sensación suele ser de hastío, el olor a sangre incomoda a quienes husmean, pero no conviene perder de vista quien va perdiendo y quién va ganando, que es muy diferente a quién tiene razón.
El gobierno de Arce cree tener las armas y la legitimidad para detener a un Evo Morales que golpea duro y en la base, pero pretender hacerlo con argumentos peregrinos como una militancia no probada de quien ha ejercido década y media de presidente del Estado en representación del partido es una tomadura de pelo no tanto a los ciudadanos, que también, sino a esos que creyeron operar “la solución final”.
A estas alturas va quedando claro que la batalla visceral no dará resultados, que tendrán que ser las ánforas las que dicten sentencia y ojalá, lo antes posible, pues el Estado sufre en esta batalla que no le conviene a nadie en medio de una coyuntura internacional compleja y un agotamiento general del modelo en Bolivia.