Argentina, lecciones para Bolivia

La práctica ausencia de Estado en Bolivia hace inaudito la copia de argumentos entre gobernantes y aspirantes respecto a las propuestas de Milei y sus detractores

Los resultados en las elecciones en Argentina no dejan de generar reacciones a lo largo del mundo. El fenómeno Javier Milei ya era digno de estudio y muchas oposiciones en el continente se aprestaban a imitarlo, tanto en el fondo como en la forma.

Es el caso de Bolivia, donde los 18 años del Movimiento Al Socialismo en el poder interrumpido solo un año, en 2019-2020, se asemeja bastante a lo que ha venido sucediendo en la Argentina en este siglo, donde los gobiernos peronistas más izquierdistas representados por los Kirchner solo se interrumpieron cuatro años, con la gestión de Mauricio Macri, y cuyos resultado fue tan catastrófico que los ciudadanos volvieron a votar en masa a la alianza peronista en 2019, eso sí, mucho más “centrada con Alberto Fernández como candidato a la presidencia, otra figura que también se puede asimilar a la de Luis Arce.

La oposición boliviana hace tiempo que perdió el pulso con la calle. Ni siquiera en los peores momentos de Evo Morales, siendo un candidato ilegítimo en 2019, lograron una alianza sólida que sacara un resultado contundente para desalojarlo del poder. En ese escenario es que algunos actores tratan de buscar referentes en otros espacios que puedan adaptarse a la realidad en Bolivia.

Hace unos años el citado fue el presidente de El Salvador Nayib Bukele, hasta que quedó en evidencia que en Bolivia no existe la conflictividad violenta de las pandillas como para aplicar una receta de mano dura, peor cuando el uso del bitcoin lo convirtió en sospechoso para Estados Unidos.

En esas apareció Javier Milei en la Argentina con su discurso libertario, hablando de casta política, hablando de dolarizar la economía y demonizando al Estado en toda su extensión, los impuestos y anteponiendo la “libertad” (económica) a la igualdad de oportunidades, y su performance daba tanto rating que no tardó en prender en un país económica y socialmente devastado, al menos aparentemente y según esta misma narrativa.

El contexto es difícilmente extrapolable a Bolivia, donde las políticas económicas nacionales se concretan en controlar la inflación a toda costa mientras se mantiene el tipo de cambio fijo, que no llega a descontrolarse ni en el mercado paralelo que se ha creado en los últimos meses. Puede existir incertidumbre en ciertas capas sociales, pero no hay indignación que movilice un cambio.

Por otro lado, el paradigma de Milei es destruir el Estado para que los argentinos paguen menos impuestos y, en su sabiduría y libertad, hagan con su plata en dólares lo que quieran. En Bolivia sin embargo el Estado se limita a un puñado de bonos que no alcanzan para nada, unos centros de salud y escuelas públicas de último recurso y muy poco más mientras se eluden impunemente las obligaciones tributarias y laborales en la mayoría de los casos, por lo que resulta complicado asegurar que en Bolivia la clave para el desarrollo es acabar con un Estado que no existe.

Argentina estalló en 2001 y Bolivia en 2003, pero unos parecían haber olvidado todo y otros no, pero los resultados del domingo evidencian que sí hay memoria y sí hay aprecio por un Estado que protege. Poner a detractores y defensores frente al espejo de la realidad siempre será un ejercicio político interesante para Bolivia.


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