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La rendición de YPFB

A pesar de las nuevas potencialidades del gas en el mercado mundial, YPFB parece haberse rendido ante la incapacidad de abrir mercados y atraer inversiones

A estas alturas, señalar que las declaraciones de las altas autoridades del Estado respecto a los hidrocarburos del país son desconcertantes es quedarse corto. Incluso el “tocamos fondo”. : No hay reservas y no hay mercados, y eso ya ha excedido la propia teoría del huevo y la gallina. El problema es que ni siquiera hay una ligera idea de qué es lo que se quiere hacer.

Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) ha preparado dos planes de emergencia llamados “de reactivación” en tres años agrupando los proyectos en marcha de parte de alguna empresa operadora y cuatro o cinco ideas con potencial que se supone tendrían éxito fácil, como los proyectos en San Telmo y Astilleros. Los jerarcas de la empresa insisten en que al incluirlos en los planes de “emergencia” se logra vencer la resistencia popular en Tarija contra esos proyectos que ofrecen “plata y destrucción” y poco más, cuando el problema es el mismo que viene haciendo fracasar la gestión: nadie tiene idea de para qué se quiere entrar en la Reserva de Tariquía más allá de juntar un puñado de dólares que permita alargar el teatrillo de supuesto éxito en el que venimos viviendo hace ya unos cuantos años.

El presidente Luis Arce le ha dado algo así como la puntilla a un sector donde la producción “ha tocado fondo”. Hace meses que no supera los 40 millones de metros cúbicos frente a los 60 de hace unos 8 años. De ellos, casi la mitad se dedica al mercado interno y el resto a la exportación a precios no tan atractivos como hace una década.

En estos momentos la producción en sí no es el problema, pues aunque obsoleta en algunos campos, las capacidades están instaladas. El problema es que sin mercados no hay donde vender, y hace ya tiempo que se sabe que Brasil tiene el Presal a punto para abastecer Sao Paolo – a estas alturas ya produce más que Bolivia, que en algún momento cubrió el 30% de las necesidades brasileras – y que Argentina ha desarrollado en Vaca Muerta el mayor yacimiento no convencional con el que puede abastecer de gas al continente completo. Y no hay más porque aunque el proyecto GNL de Goni en 2003 era una estafa por aquel contrato concreto, tampoco se han desarrollado capacidades para alcanzar el mercado mundial del Gas licuado con barcos metaneros.

En 2006 había un plan trazado: dotar de valor agregado al gas para exportar productos y no materias. Era una cuestión de soberanía. Para 2014 aquello había mutado en una necesidad imperiosa de obtener recursos rápidos para sostener la estructura interna y los equilibrios políticos y de ahí las urgencias con las áreas protegidas. A la fecha no parece haber más plan que agotar existencias administrando unos gasoductos amortizados que aún pueden dar juego en el libre mercado: ni las posibilidades no convencionales cada vez menos agresivas con el medio ambiente, ni las nuevas perspectivas de continuidad del gas como combustible de transición aceptado por los países de la Cumbre de París han permitido cambiar ni imaginar otras opciones. Solo acabarlo todo.

Iniciar con esas credenciales la era del litio es sin duda un mal inicio. Ojalá la evolución de ese mercado no sea el mismo.


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