De la subvención y el cambio climático

Más allá del costo para el país y el Tesoro General de la Nación, Bolivia debe mejorar su planificación urbana y de movilidad para contribuir al planeta

El costo de la subvención de los hidrocarburos sigue siendo objeto de debate y no faltan quienes están dispuestos a insuflarlo: el costo de la gasolina es sin duda el asunto más sensible del país y cualquier cambio acabaría por incendiarlo todo, algo que al parecer es del gusto de corrientes opositoras, pero también del oficialismo.

La nueva cifra mágica que maneja YPFB, que es uno de los organismos más interesados en sostener este debate, son los 6.796 millones de dólares en una década destinada a ese gasto, una cifra que tiene su trampa, pues los precios internacionales han estado realmente bajos entre 2015 y 2018, por ejemplo, mientras que han vuelto a subir exponencialmente desde la pandemia, y sobre todo, se ha multiplicado el número de vehículos en Bolivia a un alto ritmo.

El único aspecto en el que se puede influir de verdad es en el de reducir el consumo de combustible

Es verdad que la subvención no siempre estuvo ahí. Fue el gobierno “constitucional” de Hugo Bánzer a finales de los 90 – con el liberal Tuto Quiroga de vicepresidente – quien lo decretó, y evidentemente desde entonces nadie quiso pasar por el trago de retirarlo. Morales amagó una vez con aquel “gasolinazo” navideño de 2010, pero duró apenas horas ante la virulencia de la respuesta popular, pues demasiada gente ha construido su presente alrededor de la ilusión del petróleo barato.

Bolivia poco puede hacer para influir en el precio mundial del crudo porque su producción es pequeña y al parecer, instalar las refinerías necesarias tampoco es viable, por lo tanto, importar va a seguir siendo una máxima, con todo el lastre que supone para el Tesoro General de la Nación en términos directos y probablemente de forma indirecta: los precios se han mantenido bajos gracias al aporte de la subvención, que permite que muchos rubros relacionados al motor o productivos sigan logrando beneficios en márgenes casi inexistentes, y aportando muy poco ingreso en forma de tributo.

En cualquier caso, el único aspecto en el que se puede influir de verdad es en el de reducir el consumo de combustible, para que de esa forma, también se reduzca la subvención, y esto pasa por políticas integrales y de fondo.

Los bolivianos necesitamos tener mayor conciencia ecológica, saber apagar la luz a tiempo, saber cuándo usar el vehículo propio y cuando apostar al transporte público, o tener la posibilidad de manejar bicicletas o caminar. Para eso hace falta ciudades mejor planificadas, que prioricen el medioambiente, la salud de los ciudadanos y discriminen el uso de los motores con medidas valientes, como apostar por el transporte de alta capacidad frente a la artillería de taxi trufis o pequeños micros que, al final, colapsan la ciudad.

Se trata de urgencias que no se arreglan por decreto, sino, sobre todo, con educación y conciencia, y el ejemplo es importante. Y es que más allá de lo mucho o poco que los bolivianos gastemos en la subvención, lo que acabará contando es que el medio ambiente no espera, el cambio climático se siente por demás y las medidas ya no son aplazables. Avancemos.


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