Los excesos de Evo

Las acusaciones son lo suficientemente fuertes como para que el Ministerio Público inicie investigaciones de fondo o, por el contrario, se le enjuicie por difamación

Bolivia es posiblemente el país más tolerante con sus expolíticos, aunque muchos dirán que en realidad, en Bolivia los políticos no se jubilan nunca: Jaime Paz o Manfred Reyes Villa suenan cada vez en las planchas de candidatables a la Presidencia; Carlos Mesa volvió de un largo periodo en el que trató de convencer a todos de que ya no era un político; Mario Cossío sueña con la alcaldía de Tarija y en el pasado, hasta un dictador fue electo después presidente constitucional en plena democracia.

Lo de Evo Morales, sin embargo, está batiendo todos los récords de paciencia, pues sus apreciaciones han pasado de ser lecturas críticas a ser severas denuncias con el único respaldo o valor de ser él quien las formula, lo que para buena parte de la población sigue teniendo mucha credibilidad.

Casi nadie de los que lo conocieron creía que Morales fuera a retirarse nunca de la política. Que jamás dejaría su posición visible para recluirse en su chaco. Ni siquiera que pretendiera llevar una vida de jarrón chino, acudiendo a eventos institucionales, apadrinando promociones y contando batallitas a los jóvenes militantes.

El expresidente siempre tuvo la convicción de que llegaría a lo más alto del poder, sin plan alternativo ni tampoco de jubilación. Nunca contempló retirarse, tampoco dar el paso al costado, tampoco perder.

Es normal que presidentes y expresidentes discrepen, aunque sean del mismo partido, pero no que se crucen semejantes acusaciones

Lo que sucedió en 2019, sin entrar a su valoración profunda, dejó todavía más herido el ego del expresidente Morales, que desde luego no quedó satisfecho con las decisiones que tomó, particularmente de la de no intervenir en Santa Cruz y, después, la de tomar el camino del exilio después de renunciar. Algo que le sigue atormentando.

Por eso es que el día de su retorno, un día después de la asunción de Luis Arce, al que obligó a atrasar la posesión de su gabinete de ministros para no disputar titulares, se interpretó como un desafío más allá de la evidente bicecefalia que iba a cohabitar al dividir el poder del partido en una pata y el del gobierno en la otra. Por extraño y delicado que resulte de explicar, ambos poderes son interdependientes.

Es normal que presidentes y expresidentes discrepen, aunque sean del mismo partido. En España pasó con Aznar y Rajoy y con Felipe Gonzáles y Pedro Sánchez; en Colombia con Uribe y Santos; en Argentina con los Fernández; en Ecuador con Correa y Lenín Moreno, etc., etc., pero lo de Morales ha dejado de ser una crítica para ser una denuncia permanente, pero de asuntos penales.

Morales habla de infiltraciones de la derecha y dice que el MAS no está en el gobierno, que el gobierno aplica cláusulas neoliberales, etc., pero sobre todo ha dicho que el hijo de Luis Arce está en malos manejos en YPFB y YLB; que el ministro Del Castillo le robó el celular además de señalarlo como agente del narcotráfico o que la empresa del Estado BoA trafica con droga en terceros países. Casi nada.

Las acusaciones son lo suficientemente fuertes como para que el Ministerio Público inicie investigaciones de fondo o, por el contrario, alguien debería interponer las denuncias pertinentes contra el expresidente. El fin sería el mismo: esclarecer las denuncias. Mientras eso no pase, el que pierde es el propio gobierno de Arce Catacora, cada vez más vulnerable en lo que se suponía eran sus potencialidades, pues ya se sabe que el que calla, otorga.


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